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Capítulo XIV. La persona y su dignidad inherente: La ilustración y el romanticismo francés

Páginas467-502
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La traición de Los fiLósofos
crisis posmoderna de Los derechos humanos
capÍtulo Xiv
la persona y su diGnidad inhe rente:
la ilustración y el romantic ismo francés
1.
la ilustración francesa
La Ilustración, al igual que el Renacimiento, fue producto de un movimien-
to intelectual y no de una mente individual iluminada1 como pudo serlo, has-
ta cierto punto, el movimiento de Reforma2.
Si lo anterior puede predicarse de la Ilustración -en general-, a fortiori, res-
pecto de la Ilustración francesa, que fue el esfuerzo concertado de ilustres
pensadores de época como Montesquieu, Bayle, Voltaire, Diderot y D’Alem-
bert. Este último, matemático y físico, en su “Ensayo sobre los Elementos de la
Filosofía” (1764), describía el estado de efervescencia intelectual y espiritual
que se imponía en el siglo XVIII. Entonces, un espíritu “librepensador” pugna-
ba por liberar y revolucionar todos los campos del saber; para lo cual, sólo era
cuestión de tiempo que las sociedades hicieran añicos los lastres culturales del
absolutismo mundano y espiritual:
Todo ha sido discutido, analizado, removido, desde los principios de las
ciencias hasta los fundamentos de la religión revelada, desde los problemas
de la metafísica hasta los del gusto, desde la música hasta la moral, desde
las cuestiones teológicas hasta las cuestiones de la economía y el comercio,
desde la política hasta el derecho de gentes y el civil. Fruto de esta efer-
vescencia general de los espíritus, una nueva luz se vierte sobre muchos
1 Validan nuestra apreciación los autores Fazio y Gamarra, para quienes “El período histórico
marcado por la Ilustración, cargo de estímulos intelectuales y losócos, pero carente, al mismo
tiempo, de una gura que sea un punto de referencia obligatorio, es, en este sentido, análogo al
período renacentista. Hay un ambiente losóco que lo abarca todo: en esto reside su especicidad,
en ser un ambiente, una forma de pensar”. Fazio, Mariano y Gamarra, Daniel: “Historia de la
Filosofía”, Volumen III, Ediciones Palabra, Madrid, 2002, pág. 217.
2 Decimos hasta cierto punto, por cuanto, si bien Lutero fue la gura descollante de la Re-
forma, ni estaba solo y ni tampoco fue el primero en clamar por una reforma eclesiástica
y teológica. Lutero, fue precedido por John Huss y John Wyclef; y antes de éstos, por
ciertas órdenes mendicantes y movimientos espirituales laicos medievales que pugnaban
por el retorno a una vida evangélica; y por qué no agregar a esta corriente, el movimiento
conciliar que pugnaba, dentro del seno del catolicismo, por una “reingeniería institucional
del Papado.
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Edmundo Castillo salazar
objetos y nuevas oscuridades los cubren, como el ujo y el reujo de la
marea depositan en la orilla cosas inesperadas y arrastra consigo otras”.3
Estas palabras descriptivas de la Ilustración evocan la imagen de un torren-
te aluvional cuyo estrepitoso caudal corre arrastrando todo consigo, sin tener
todavía certeza o claridad de su destino nal. En este período (S. XVIII), todo
estaba abierto a discusión; lo que resultaba inaceptable era, en todo caso, la
permanencia dentro del orden establecido. La corriente puesta en movimien-
to tal vez sólo tenía claro la necesidad de su avance incontenible.
El pensamiento no se afana tanto por metas nuevas, todavía desconocidas, sino
que quiere saber a dónde se encamina y pretende perlar la dirección de la marcha
con su propia actividad”.4 La sensación es, pues, la de ir galopando a lomo de
un caballo brioso, espoleándole y sin tomar las riendas, tratando de avizorar
el destino decidido por la bestia. Algunos dirán que este es el efecto de las
fuerzas sociales desatadas sin contención ni dirección; muy del gusto francés
y su temperamento de barricadas, que luego fuera apostrofado por Edmund
Burke.
-
El rechazo de todo “espíritu de sistema” cimentado sobre “hipótesis
teológicas o geométricas:
Pero, continuando con la descripción de Cassirer, cabe preguntarse: ¿Cuál
era el objeto de esta crítica apasionada de este movimiento ilustrado? ¿qué
pretendían demoler y por qué? Curiosamente, y contra lo que un simplismo
reduccionista, escolar y carente de rigor- nos llevaría a concluir, no se trataba
de demoler los últimos remanentes de un poder fáctico representado por la
Iglesia. O por lo menos, no se trataba únicamente de remover el orden cul-
tural, de inspiración metafísico, que aquélla representaba. El embate de la
Ilustración iba mucho más allá de ello, dirigiendo su tarea demoledora contra
todo “espíritu de sistema” y el orden representado por éste.
De lo que se trataba era de apartarse del corsé resultante de un pensamien-
to racionalista y ordenador que proponía una interpretación del hombre y del
universo a partir de premisas metafísicas (teológicas o racionalistas); premi-
sas de las que se derivaban una serie de principios rectores que explicaban
y daban unidad de sentido a un todo compuesto por fenómenos singulares,
múltiples y diversos.
Curiosamente, los Ilustrados, al igual que sus predecesores barrocos, tam-
bién partieron de “hipótesis” indemostrables, para construir, entre otras, su
teoría del Estado y de la sociedad civil (contrato social); sin embargo, no ven
-en esta narrativa mítica- ningún tipo de fabulación como las atribuidas al
cristianismo. De igual forma, los Ilustrados crearon su propia metafísica alre-
dedor de una razón deicada, con lo que sólo se mostraron como fundadores
de una nueva religión de corte natural (la Revolución, en el paroxismo de la
locura, llegó a exigir a los curas la apostasía de su fe mediante su juramenta-
ción a la “diosa-razón”). Sin duda, los Ilustrados construyeron una gigantesca
3 Cassirer, Ernst: “Filosofía de la Ilustración”, Fondo de Cultura Económica. Tercera edi-
ción, 1972; Octava reimpresión, 2013. Pág. 18.
4 Cassirer, Ernst: Ob. Cit. Supra, pág. 19.
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quimera que, con el tiempo, su propia estirpe o gremio losóco se ha encar-
gado de denostar (v.gr. Adorno, Horkheimer, etc.).
Cassirer, a nuestro criterio en forma demasiada indulgente, sostiene que el
siglo de las Luces no fue radicalmente ateo.5 Para el autor citado, los lóso-
fos de la Ilustración rearmaron la sempiterna sed espiritual del hombre, sin
embargo, al hacerlo, lo hicieron desde “un nuevo ideal de fe” que llevó a “una
nueva forma de religión”.
Con todo, lo que plantearon los Ilustrados fue algo mucho más serio que
discutir que los fundamentos del Estado; teniendo que ver con la misma fun-
damentación del sentido de la existencia. Para ello, la necesidad de sentido
del hombre, si bien indiscutible, la radicaron en sus mismas potencias cog-
nitivas o racionales, olvidando que -la razón- nunca podrá explicar la causa
eciente (¿por qué?) y la causa nal (¿para qué?) de la existencia. Y es que la
razón” es propia del mundo fenomenológico, de lo material; por ende, nunca
puede dar cuenta de lo metafísico. Y prueba de que esta dimensión existe, es
la necesidad afectiva y espiritual que el hombre tiene de ella.
Reriéndose a lo insensato que le parecían los esfuerzos racionales -de Des-
cartes- para demostrar la existencia de Dios, decía el monje trapense Thomas
Merton: “…cualquier prueba de lo que es evidente por sí debe ser necesariamente
ilusoria. Si no hay principios evidentes por sí, como base para llegar a conclusiones
que no son inmediatamente claras, ¿cómo se puede construir ninguna losofía? Si
tenéis que probar hasta los axiomas básicos de nuestra metafísica, no tendréis nun-
ca una metafísica, porque nunca tendréis una prueba estricta de nada, pues vuestra
primera prueba os llevará a una innita regresión, probando que probáis lo que estáis
probando y así sucesivamente, hasta el umbral de las tinieblas en donde hay el llorar
y el rechinar de dientes”.6
Por supuesto que la evocación de imágenes del inerno que hace Merton,
en su cita, junto con la aceptación a priori de la Trascendencia, no podría aspi-
rar a persuadir a un lósofo Ilustrado de aquellos tiempos. Con todo, Merton
logra su punto cuando señala que -el hombre- no puede conducir su existen-
cia sin un sentido fundante; lo que tácitamente admiten los Ilustrados, cuando
subrogan una metafísica trascendente por su propia metafísica racionalista.
-
El rechazo del método lógico-demostrativo y su sustitución por un
método empírico-analítico:
Ese pensamiento sistematizador y racionalista, decían los Ilustrados, limi-
taba radicalmente el conocimiento último del hombre y del universo, al tra-
tarse de un pensamiento que, a manera de entelequia, construía mentalmente
un sistema de comprensión acomodando la realidad a dicha construcción. El
problema, para los Ilustrados, era metodológico y, por ende, también gnoseo-
lógico, porque conducía a un conocimiento prefabricado.
5 Es dudoso que pueda considerarse al siglo de las Luces como fundamentalmente irreligioso y
enemigo de la fe…”. Cassirer, Ernst: Ob. Cit. Supra, pág. 158.
6 Merton, Thomas: “La Montaña de los Siete Círculos”, Editorial Sudamericana, Buenos
Aires. Séptima edición, 2005. Pág. 85.

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