Suavidad de las penas - De los delitos y de las penas - Libros y Revistas - VLEX 975269900

Suavidad de las penas

AutorCesare Beccaria
Páginas38-40
38 CESARE BECCARIA
delator... Pero en vano me atormento por ahogar en mí el remordi-
miento que siento al autorizar en las sacrosantas leyes, monumen-
to de la confianza pública, base de la moral humana, la traición y
el disimulo. ¡Qué ejemplo sería luego para la nación si se faltase a
la impunidad prometida, y que por doctas cavilaciones se arras-
trase al suplicio, para deshonor de la fe pública, a quien hubiera
respondido a la invitación de las leyes! No son raros en las nacio-
nes tales ejemplos, y por lo mismo no son raros tampoco los que
no tienen de una nación otra idea que la de una máquina compli-
cada cuyos engranajes mueve a su talante el más diestro o el más
poderoso; fríos e insensibles a todo lo que constituye la delicia de
las almas delicadas y sublimes, suscitan con imperturbable saga-
cidad los sentimientos más caros y las pasiones más violentas tan
pronto como les resultan útiles para su fin, templando los ánimos
como los músicos sus instrumentos.
§ XV.—Suavidad de las penas
Por la simple consideración de las verdades hasta aquí ex-
puestas, resulta evidente que el fin de las penas no es el de ator-
mentar y afligir a un ser sensible, ni el de deshacer un delito ya
cometido. ¿Puede un cuerpo político que, lejos de obrar por pa-
sión, es el tranquilo moderador de las pasiones particulares, alber-
gar esa inútil crueldad, instrumento del furor y del fanatismo o de
los débiles tiranos? Los gritos de dolor de un infeliz, ¿harán que
desaparezcan del tiempo, que no retrocede, las acciones ya consu-
madas? El fin, pues, no es otro que el de impedir al reo que realice
nuevos daños a sus conciudadanos, y el de apartar a los demás de
que los hagan iguales. Las penas, por consiguiente, y el método
de infligirlas, deben elegirse en tal forma que, guardada la propor-
ción, produzcan la impresión más eficaz y duradera en los ánimos
de los hombres y la menos atormentadora sobre el cuerpo del reo.
¿Quién, al leer la historia, no tiembla de horror ante los bár-
baros e inútiles tormentos que hombres que se llamaban sabios

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