5. Fantasmas, ilusiones y donaires en torno a la deuda pública - Mitos y paradojas de la justicia tributaria - Libros y Revistas - VLEX 1026903214

5. Fantasmas, ilusiones y donaires en torno a la deuda pública

AutorLuigi Einaudi
Páginas125-153
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Mitos y paradojas de la justicia t ributaria
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FantasMas, ilusiones y donaires
en torno a la deuda pÚblica
104. ¿Quién tiene que pagar? A la pregunta que cada uno decide, cuando se
trata de gastos privados, después de sopesado el pro del gasto y el sacricio
del dinero sacado del bolsillo, el hombre de la calle tiene que resignarse a
contestar “Yo”. Cuando se trata de gastos públicos, todos querrían decir: que
pague el vecino, que pague el amigo, que pague el enemigo, que pague el
forastero. Desgraciadamente, como quiera que amigos, enemigos, vecinos
y forasteros intentan la misma mala pasada, no hace falta esforzarse para
comprender que no les sale bien. A veces los políticos intentan hacer aceptar
algún impuesto, por ejemplo, un arancel sobre las mercancías importadas
del exterior, ngiendo creer que el impuesto será pagado por el vendedor
extranjero. Contra hostes aeterna auctoritas. Ni siquiera Rismarck consiguió
hacerlo creer. Los impuestos y también los aranceles tenemos que resignarnos
a pagarlos nosotros. ¿Por qué el extranjero que vende el trigo a 80 liras el
quintal en el mercado mundial debería restar de las 80 liras las 20, o 30, o 50,
o 70 liras del arancel de importación que nosotros (digo nosotros por decir
un país cualquiera) recaudásemos a la importación? ¿Por qué tendría que
quedarse con 80 liras menos el importe del arancel cuando puede vender su
mercancía en otro lugar a 80? Sería necesario que, sumido en la desesperación,
no supiera qué hacer con su trigo; o que tuviese, vendiendo a 80, un margen
de ganancia tal que pudiera cargar excepcionalmente con el abono a nuestro
favor de 20, o 30, o 50, o 60, o 70 liras. Pero, puesto que no está desesperado
y puesto que normalmente las mercancías se venden con un margen normal,
o por lo menos se venden con margen normal las partidas marginales y, a
nadie se le puede coger por el cuello para obligarle a producir con pérdida
si 80 es el precio de mercado, tal sigue siendo, con poca separación, el precio
después del arancel. Si queremos obtener la mercancía, a la larga tenemos
que resignarnos a pagar 80 + 60 de arancel = 140, y si queremos obtenerla
por menos tenemos que reducir el arancel a 30 o a 20 o abolirlo totalmente.
Excepto en casos rarísimos que hay que comprobar, nuestros impuestos los
pagamos nosotros en casa, y es imposible trasladarlos a los forasteros y a los
enemigos. Podemos, es cierto, más de una vez, trasladarlos a los amigos y
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Luigi Einaudi
vecinos; pero puesto que estos tratan de hacer lo mismo con nosotros sirve de
muy poco el juego de “Tú la llevas”.
105. Se opina que algunos no pueden devolver la pelota al origen.
Se arma que el juego del boomerang no puede servirle a quien todavía no
ha nacido, a las generaciones venideras.
Gran parte del favor callado de que gozan los empréstitos públicos se debe
a la vaga esperanza alimentada por los hombres que viven hoy de haber
descubierto el medio de efectuar grandes gastos públicos y de hacerlos pagar
a quien todavía no ha nacido. Tendremos ferrocarril, o casa consistorial, o
teatro, y disfrutaremos de ellos; y los pagarán los descendientes.
Gran parte de la condena moral lanzada por los políticos austeros contra la
Deuda pública se debe a la convicción de la inmoralidad de que disfrutemos
nosotros, los que vivimos hoy, las ventajas del gasto y de que pasemos la
cuenta a los nietos lejanos.
106. En verdad, la Deuda pública no merece tantas alabanzas ni tanta
infamia. De ella se puede decir o bien o mal, o un poco de bien y un poco de
mal; pero no a causa de la cuestión de los descendientes. Los descendientes
tienen algo que ver, pero de un modo completamente distinto al imaginado
por la creencia corrientemente difundida en el vulgo de que la Deuda pública
es un truco para hacer pagar a los nietos los gastos hechos por los abuelos.
Desgraciadamente para los vivos, no existe ningún medio para hacer pagar
un gasto cualquiera, grande o pequeño, privado o público, a la gente que
está todavía por nacer. Es increíble de qué modo son incapaces los hombres,
apenas se trata de hechos colectivos, de ver claro en los hechos más simples.
Razonando en torno a la Deuda pública, todos están persuadidos de que
será pagada por los nietos. Los críticos acusan a los egoístas vivos de hoy de
dejar a la posteridad la herencia dolorosa de pagar lo que se ha gastado y
disfrutado hoy. Nadie se pregunta cómo ocurre el milagro.
107. Si se construye un ferrocarril de 100 millones de coste, ¿acaso se habrá
explanado el terreno, levantado los taludes, construido los puentes, perforado
los túneles, erigido las estaciones, colocado los raíles, con trabajo y con
material futuro? No. ¿Qué es el coste del ferrocarril, sino la fatiga sufrida en la
explanación de terrenos, en el levantamiento de taludes, en la perforación de
túneles, en la construcción de puentes, en la fabricación de traviesas, carriles,
locomotoras, vagones de pasajeros y de mercancías? ¿Quién sufrió esa fatiga?
¿La posteridad o los presentes? ¿Quién renunció a las cosas que podía haber
producido si no hubiese soportado el trabajo de la construcción del ferrocarril
y de la dotación del material adecuado? ¿La posteridad o los presentes?
Algún moralista grita contra las guerras observando que las hacen los vivos
y obtienen sus frutos, y que los descendientes pagarán la cuenta. ¿Acaso
las balas con que fueron muertos y vencidos los enemigos se formaron con
mineral extraído y fundido y colocado en los fusiles por los nietos que todavía
no viven? No solo eran vivos los hombres que sacricaron la vida por la patria,

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