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Capítulo XI. Lucha interna de los grupos compuestos. Adaptación entre los vencedores

AutorMichelangelo Vaccaro
Páginas209-265
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LAS BASES SOCIOLÓGICAS DEL DERECHO Y EL ESTADO
CAPÍTULO XI
LUCHA INTERNA DE LOS GRUPOS COMPUESTOS.—
ADAPTACIÓN ENTRE LOS VENCEDORES
I. Necesidad de la adaptación recíproca e ntre los vencedore s.—Sus límites
Cualquiera que sea la causa que impulsa a un pueblo a conquistar a otros y a
ocupar su puesto, el fin que trata de alca nzar es siempre el mismo: sacar de los vencidos
las mayores ventajas posibles.
Pero para llegar a este resultado, es ind ispensable que los vencedores se adapten
entre sí, es decir, que se organicen y se disciplinen a fin de poder rechazar las agresiones
exteriores y mantener a los vencidos en estado de sumisión y de obediencia.
Como la organización militar respon de a estas dos exigencias, es natural que
entre los pueblos conquistadores se confunda durante mucho tiempo con la organi-
zación política y ocupe su lugar. Spencer ha de mostrado el hecho ayudado de tal
número de argumentos, que es superfluo insistir más sobre este punto1.
Si los venced ores, según se comprende fácilmente, se adaptan entre sí, no es
únicamente porque todos reconozcan la utilidad y la necesidad de obrar de esta
manera, pues la mayoría, por el contrario, no se da cuenta de esto; sino porque se
hallan obligados por la fuerza de que dispone el gobierno, que está siempre en manos
de una pequeña minoría, a seguir cierta línea de conducta social, es decir, a obede-
cer cierto número de órdenes, de estatutos y de ley es que tienden todo lo posible a
mantener unidos y de acuerdo a todos los dominadores y a asegurar y a regular su
participación en la explotación de los vencidos.
La subordinación y la participac ión en las ventajas de la conquista, son , por
consiguie nte, los dos elementos indis pensables para que se forme un a re lación
parasitaria entre vencedores y vencidos, y pueda mantenerse. Todas las legislaciones
de los pueblos conquistadores tienen en cuenta como hecho orgánico y natural estas
dos exigencias.
Examinemos, por ejemplo, la célebre legislación de los lacedemonios, atribui-
da a Licurgo. Contiene, en primer término, un gran número de disposiciones que
no tienden más que a mantener la organización militar más dura y severa que ha existido
nunca.
Empieza por sacrificar a todos l os recié n nacidos débiles y deformes. Hace
vivir a los demás con el menor alimento posi ble para favorecer su agilidad y sus
1Spencer: Princ. de Sociol., tomo II, § 257, y tomo III, §515.
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MICHELANGELO VACCARO
condiciones de sufrimiento durante mucho tiempo ante las privaciones. Se les hace
caminar descalzos a fin de que sean más aptos para trepar y más rápidos en la
carrera. Se les impone la obligación de llevar todo el año los mismos vestidos para
que se endurezca e l cuerpo y resista mejor al calor y al frío.
Hombres y mujeres esta ban obligados a ejercicios cotidi anos de gimnasia.
Debían luchar y afro ntar los peligros; los hijos son arre batados a sus padres y
educados en común; se tiene a los ancianos una sumisión y una obediencia ciegas;
se tiene a los más viejos el mayor respeto; la falta más ligera se castiga severamente
con el látigo; se debe hablar lacónicamente. Es una cosa despre ciable mostrarse
abrumado por la s fatigas y quejarse por los dolores. E s una virtud robar con destre-
za, y un delito dejars e sorprender en la falta. Para tener hijos sanos y robustos se
prohibía vivir juntos a los esposos; sus relaciones estaban reguladas por la ley; y
era honroso confiar su propia mujer a hombres bien formados y virtuosos. Todas
estas prescripc iones, y otras análogas, se practicaba n con el fi n de ma ntener la
república fuerte y disciplinada2.
A fin de que reinara la mayor armonía entre los ciuda danos, se tuvo cuidado,
no solo en asegurar su igualdad civil y política, sino también su igualdad económic a. Al
efecto se distribuyó a cada ¡ciudadano una porción igual de tierra3, y para prevenir
todo deseo de enriq uecerse, se proscribió toda cl ase de lujo. Los vestidos eran
sencillos; sencillas eran las casas igualmente; el ahorro y el uso del oro y de la plata
estaban prohibidos. Reinaba la mayor frugalidad en las comidas públicas , llamadas
phidilias (benevolencia), en las cual es tenían que tomar parte los mismos reyes4. El
que n o comía con apetito, era tratado como un goloso, pues se suponía que había
comido mejores alimentos en su casa, lo cual era una inconveniencia.
La sencillez de costumbres y la vida en común tenían por objeto, como decían
expresamente Platón y Aristóteles, asegurar la armonía en tre los ciudadanos «en vista
de la guerra y de la dominación» 5.
Por último, los reyes, el Senado y, después, los Eforos, juzgaban y castigaban
con prudencia y sabiduría los delitos, a fin de impedir la discordia y las venganza s.
Pero a pesar de esto, no duraron mucho tiempo la igualdad y la armonía entre
los ciudadanos. Todos los esfuerzos para alejar la concupiscencia y la ambición del
corazón de los espartanos fueron frustrados.
A las antiguas rivalidades entre los dos reyes de Esparta, vino a juntarse la
arbitrarieda d des enfrenada de los Eforos, que se transformaron poco a poco en
otros tantos tiranos6. El tesoro público, que era sagrado, fue presa de los magistra-
dos, sus encargados, que se r enovaban todos los años.
2Sobre este punto y otros análogos, consúltese a Plutarco: La vida de Licurgo.—Jenofonte: Opúsculos;
La República de Lacedemonia.—Aristóteles: Política, IV, cap. II, § 5 y o tros.
3Hablando Aristóteles de las comidas públicas, dice; «El legislador en Creta y en Esparta ha hecho
común la alegría de las riquezas por medio de las comidas públicas». Política, II, cap. II, § 10.
4Se cuenta que, volviendo de la guerra, en la que había vencido a los atenienses, el rey Agislao,
envió a pedir su parte de víveres para comérselos con su mujer. Pero no se los conc edieron los
polemarcas, y al día siguiente fue castigado Agislao por no haber cumplido el sacrific io que debía.
5Aristóteles: Política, IV, cap. II, § 5, y cap. XIII, § 10.—Platón: Las Leyes, I, passim.—Plutarco: Licurgo,
capítulo XVI, 24.
6V. Pastoret: Histoire de la Legislation, tomo V, página 323 y sig. París, 1824.
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Y esta concupiscencia llegó a ser tal, que entre todas las ciudades helénicas,
únicamente Esparta fue tachada de infamia porque ha bía aceptad o el oro de los
persas que trabajaban por la ruina de la independencia de Grecia. Mientras los más
desvergonzados y los más á vidos se enriquecían por diferentes caminos, caían los
demás en la miseria, hasta el punto de que en el reinado de Agislao III no pasaban
de ciento los que poseían bienes; todos los demás ciudadanos constituían una mul-
titud de mendigos7.
En las comida s públicas era necesario que cada uno llevara su parte; el que no
estaba en condiciones de hacerlo perdía sus derechos políticos8, o, a lo menos, una
parte de sus derechos civiles9 en caso que llevara menos que los demás. Sucedió,
pues, que se vieron excluidos los pobres del gobierno de la República y reducidas a una
condición inferior.
De todo lo cual resultó que, a pesar de todos los esfuerzos y de los sacrificios
de todas clases, no llegaron a adaptarse bien los vencedores entre sí, para poder vivir
mucho tiempo en paz y armonía.
Y he aquí la principal razón de este hecho: la lucha por la vida y por un estado
social mejor no cesa entre los vencedores, aunque se atenúa en la medida reclamada por
la necesidad d e su supervivencia. Si la lucha entre los vencedores no llega a atenuarse de
modo que los ponga en condiciones de poder rechazar las agresiones exteriores y someter a los
vencido s suj etos a su yugo, o bien es absorbid o e l g rupo social entero por otr os
grupos más fuertes, o se disuelve después de un periodo más o menos largo de
anarquía, o se reforma a causa de una nueva adaptación política.
Por el contrario, cuando la lucha entre los vencedores no pasa de estos límites
extremos, continúa viviendo el grupo social durante un tiempo más o menos largo,
según las circunstancias.
II. Lucha política entre los vencedores
Después de proveer a la seguridad interior y exterior de modo que pueda seguir
viviendo el g rupo social, no tarda en surgir entre los vencedores una lucha encarni-
zada para apoderarse de la dirección d e los negocios públicos, del derecho de dictar
su propia voluntad a los demás, de apropiarse las ventajas del poder y de procurar-
se los medios de conservarla s.
Por eso mientras está n sujetas a la violencia las relaciones entre los hombres,
son violentas o inicuas de igual modo las formas que se emplean para conquistar y
conservar el poder político. Desórden es y guerra s civ iles, muertes de j efes y de
monarcas , a sesinatos entre los miem bros de una misma familia, per secuciones,
aprisionamientos y sang re a torrentes; he ahí las consecuencias ord inarias de este
género de lucha interna.
La ruina de todos lo s antiguos imperios asiáticos debe atribuirse principal-
mente a los largos y sangrientos conflictos que se prod ucían siempre que se encon-
traba el trono vacante entre los que se creían tenor derecho para aspirar a él.
7V. Plutarco: Agis et Cleómène, passim.
8V. Pastoret: Op. cit., tomo V, pág. 287 y sig.
9Los ciudadano s que llevaban una porcn igual de víveres y que, por consiguiente, eran iguales
entre sí y gozaban de la ple nitud de los derechos civiles y políticos, eran llamados ; los que
aportaban menos, se llamaban , menores.

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