Capítulo VI. Causas que atenúan directamente la lucha externa. Comienzos de la adaptación - Las bases sociológicas del derecho y el estado - Libros y Revistas - VLEX 1026866954

Capítulo VI. Causas que atenúan directamente la lucha externa. Comienzos de la adaptación

AutorMichelangelo Vaccaro
Páginas91-106
91
LAS BASES SOCIOLÓGICAS DEL DERECHO Y EL ESTADO
CAPÍTULO VI
CAUSAS QUE ATENÚAN DIRECTAMENTE
LA LUCHA EXTERNA.
COMIENZOS DE LA ADAPTACIÓN
I. Costumbre de perdonas a las mujeres y a los niños
Es cierto que si los vencedores hubieran tratado siempre a los vencidos de
este modo, se hubiera trans formado la tierra rápida mente en un inculto desierto.
Por fortuna se intro dujo poco a poco en las costumbres de la guerra una
conducta, que en virtud de favorables circunstancias no tardó en extenderse: porque
aseguraba mejor l a supervivencia y el triunfo de los pueblos que sabían aprov echarse de ella.
Las tribus primitivas que hacían vida errante no tenían n ecesidad de conservar
mucho tiempo vivos los prisioneros de guerra. Aparte del peligro y de la dificultad
de guardarlos, ¿en qué podían utilizarlos tribus quo vivían de la caza y de la pesca?
Lo que mejor podían hacer desde el punto de vista de su interés era comérselos, y
eso resolvieron .
En cuan to a las mujeres, variaba la cuestión. Además de que era fácil y poco
peligroso gua rdarlas, podían serv irse de ellas los vencedores para sus pla ceres
genésicos; podían también hacerlas trabajar como bestias 1.
Fue la utilidad, no la piedad, la que introdujo la costumbre de no matar a la s
mujeres de los pueblos vencidos, prefiriendo hacerlas esclavas.
En Polinesia habla la costumbre generalmente de exterminar por completo a
los vencidos. Sin embargo; conseguía n perdón las mujeres si se presentaban desnu-
das ante los vencedores, no para seducirlos, sino para hacerles conocer su sex o.
1No cabe duda de que fue la mujer el primer animal doméstico. En todos los pueblos salvajes es la
mujer la que verifica los trabajos más duros; ella es la que en muchos casos provee a la alimentación
de la familia y de su f eroz compañero, que la maltrata y la golpea sin piedad, bajo el impulso
exclusivo, a veces, de la brutalidad.
El capitán Bove, después de haber indicado las dificultades con que se procuran las pobres fuegianas
un mísero alimento, añade: «La mayor parte del trabajo corresponde a la mujer, considerada como
una esclava más que como compañera. A ella le está reservado el trabajo más duro: la pesca, la
conducción de las canoas, la co nservación del fuego... ¡Cuántas veces he vis to a los hombres
tranquilamente alrededor de una buena hoguera, mientras las pobres mujeres estaban expuestas al
viento, a la lluvia y a la nieve, pescando para su ocioso é irascible marido! —Véase mi obra La lucha
por la exist encia y sus efectos en la humanidad, pági na 65 (ed. fr.), y tamb ién los autores citados
anteriormente.
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MICHELANGELO VACCARO
Entre los sa lvajes es corriente costumbre de que se despojen de sus vestidos y gritar
al vencedor las mujeres: «soy mujer, soy mujer», con el fin de escapar de la muerte
en la pelea.
Cuenta Mártir, que en su tiempo «conside raban los caribes como ilícito el
comerse a una mujer. Las que cogían prisioneras las conservaban para la reproduc-
ción, como hacemos nosotros con algunas aves». Turner añade, que en las islas
Samoa, cuando se dividían los despojos de los pueblos vencidos «no se mataba a las
mujeres, se las guardaba para esposas».
En la edad antigua se encuen tra también la costumbre de exterminar a los
hombres en la guerra y reducir a esclavitud las mujeres.
Viendo Mo isés que no querían los hebreos matar a las mujeres, permitió que
se las perdonara y que se hiciera esclavas tan solo «a las que eran jóvenes y no
habían tenido comercio carnal con ningún hombre» (Números, cap. XXI, del vers. 1
al 18). Los egipcios, que generalmente destruían a los, vencidos sin distinción de
edad ni de sexo, se llevaban a veces como botín a los animales domésticos y a las
mujeres2. Los habitantes de Platea que se r indieron a los espar tanos, fueron todos
degollados; las mujeres, por el contrario, fueron hechas esclavas. La misma parte se
reservó a los habitantes de Melos que se entregaron a los atenienses; los hombres
fueron destrozados y las mujeres hechas escla vas e n Sici ona, Torona y en otra s
veinte ciudades3.
A la par que las mujeres, los niños que no inspiraban ningún peligro y que
podían ser fácilmente domesticados y útiles, fueron conservados vivos muchas veces
y guardados como esclavos.
Los romanos, tan duros y crueles en la guerra, tenían, sin embargo, la costum-
bre de mostrarse generosos para con las mujeres y los niños. Es verda d que en
Illurgi, en España, «sine discrimine interemerunt etiam mulieres et puero s»; que para
Germánico en la guerra contra los Marsos «non sexus, no cetas miserationem attulit»;
que Tito dio la orden de exponer a los niños y a las mujeres de los judíos « in
spectaculo feris laniandos4. Pero tales actos solo fueron tristes excepciones 5.
II. Rescate
La misma razón que al principio había aconsejado a los vencedores perdonar
la vida a las mujeres y a los niños, condujo más tarde a no exterminar a los prisio-
neros de guerra y a las poblaciones vencidas.
Se intentó sacar de ellos el mayor provecho posible, empl eando los medios
que parecían más oportunos, según las circunstancias. Entre estos medios, los que se
usaron más comúnmente, fueron el rescate, la venta y la esclavitud.
Cuando una sed insaciable de veng anza o una raz ón para la mayor seguridad
no aconsejaban la matan za d e los venc idos, se consentía, a falta de otro medio
mejor, en restituir los prisioneros media nte una suma que se obligaba a pagar en
un plazo muy breve.
2Sumner Maine: Derecho Antiguo, trad. franc., página 285. París, 1884.
3Cf. mi artículo Sulla vita... (Riv. de filosofía scientifica, año 1886, pág. 598).
4Cf. Grocio: Op. cit., lib. III, cap. IV.
5A. Gentile, lib. II, cap. XXI. Respecto del tratamiento que empleaban los romanos con los vencidos,
véase más adelante.

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