Capítulo IX. Lucha interna y adaptación en los grupos humanos simples - Las bases sociológicas del derecho y el estado - Libros y Revistas - VLEX 1026866974

Capítulo IX. Lucha interna y adaptación en los grupos humanos simples

AutorMichelangelo Vaccaro
Páginas145-171
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LAS BASES SOCIOLÓGICAS DEL DERECHO Y EL ESTADO
CAPÍTULO IX
LUCHA INTERNA Y ADAPTACIÓN EN LOS GRUPOS
HUMANOS SIMPLES
I. Causas que conducen a la lucha interna. M odalidades y límites
Después de haber examinado las vicisitudes más generales de la lucha externa
entre los diferentes grupos humanos, y de haber hecho notar las adaptaciones sucesi-
vas que de la misma resultan generalmente, es menester ocuparse en la lucha que se
produce en el seno de cada grupo simple1 entre los que lo componen, con el fin de
ver a qué clase de adaptación conduce.
Las mismas causa s que impulsan a la guerra a los grupos h umanos, es decir, a
la eliminación y a la sumisión de cierto número de ellos, deben conducir inevitable-
mente, aunque de un modo más restringido, a los miembros que componen los grupos
sociales a luchar entre sí por la vida y por la con dición que se cons idere como
mejor.
No sabemos cuáles han sid o la s c ostumbres de los primeros hombres que
aparecieron sobre la tierra. Sin embargo, todo n os hace creer que han vivido en
pequeños grupos como los demás mamíferos or dinarios. Hay que reconocer tam-
bién que los animales de los cuales desciende el hombre directamente, por transfor-
maciones lentas y sucesivas, han sido sociables y han transmitido a estos últimos el
instinto de la sociabilidad, sin lo cual hubiera sido imposible que lucha ran ventajo-
samente contra los agentes naturales y contra las demás especies, ni se esparciesen
y perpetuaran sobre la tierra.
Como las vicisitudes que han tenid o que atravesar las primeras hordas huma-
nas fueron diferentes, según los lugares y la s circunstancias particulares, es razona-
ble suponer que haya h abido cierta diversidad de conducta y de ocupación2 entre los
individuos de una horda y los de otra.
Todas las hordas han debido sentir más o menos inevitablemente las conse-
cuencias de la ley de la población, y por eso trataría n los individuos de cada grupo
de excluirse unos a otros y de vencerse.
En todo grupo social, por consiguiente, habrá empleado cada indi viduo todas
sus fuerzas en s atisfacer sus necesidades; trataría de procurarse el mayor número de
1Advierto que por grupo simple entiendo aquellos en que no existe relación pa rasitaria entre vencedo-
res y vencidos, relación que se establece únicamente cuando la organización política se ha desen-
vuelto hasta hacer posible la conquista y la sumisión de los otros grupos sociales.
2Véase Gumplowicz: Die Sociologische Staatsidee, página 88 y sig. Graz, 1892.
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MICHELANGELO VACCARO
placeres y de evitar se el mayor número de dolores, sin preocuparse de los otros
hombres. Según se comprende fácilmente, las mujeres y los débiles en general, no
habrán en contrado el medio de sustraerse a la arbitraria omnipotencia de los fuertes.
En este primer periodo de la humanidad, que podría llamarse periodo bestial,
no podría modificarse esta conducta sino por la ley natural de la supervivencia. En
efecto; en igualdad de condicione s, lo s gru pos en que los fuerte s fuer an m enos
agresivos y menos brutales con sus propios compañeros, debieron tener en la lucha
por la existencia con los demás grupos, una probabilidad mayor de vencer a sus adver-
sarios.
Con el tiempo, debió de haberse visto reinar una clase de conducta que ten-
diera a limitar la violencia en el interior del grupo, extendiéndola fuera de él con
detrimento de los grupos rivales. Esta tendencia, inconsciente y orgánica al principio,
debió llegar a ser consciente y voluntaria, poco a poco. En otros términos: debieron
de haber comenzad o l os ho mbres a comprender que e ra me jor p erjudicar todo lo
posible a los individuos que pertenecían a otros grupos, y lo men os pos ible a sus
propios compañeros.
Debió de nacer entonces un a especie rudimentaria de opinión pública que alen-
taba, ayudada de la alabanza, las agresiones contra los extranjeros, y censuraba, en
cierto modo, las que perjudicaban a los individuos que pertenecían al mismo grupo
que el agresor. Pero esta censura debió d e ser muy débil y ejercer tan solo una acción
muy poco eficaz sobre la conducta de los individuos; pues los que estaban habituados
a admirar el valor y la fuerza, no podían desaprobarlos por completo aun cuando se
manifestasen en discordias surgidas dentro del grupo social. Y ello debió de producir-
se tanto en las hordas afortunadas en la guerra, como en las que no lo fueron.
Los instintos brutales y feroces que los miembros que componían las prime-
ras alimentaban y perfeccionaban contra sus rivales exteriores, debieron de mostrar-
se poco más o menos de la misma manera en la s luchas interiores.
En cuanto a las hordas cuya debilidad no consentía la satisfa cción de cierto
número de necesidades con detrimento d e los vecinos, como, por ejemplo, robar las
mujeres y otras cosas útiles, y aun matarlas para comérselas, estas horda s, repito,
debieron de soportar en el interior una concurrencia más ruda entre los individuos
que las componían y que se veían en la precisión de causarse daños más importantes
entre sí. A pesar de todo, la opinión pública que tiende a limitar las agresi ones
internas, la cual es útil casi siempre para la conservación de los grupos sociales,
debió de adquirir más fuer za y hacerse más eficaz o imperiosa cuando se presenta-
ran ocasiones favorables.
II. Origen del clan: Su función
Entre las hordas humanas primitivas no existían lazos duraderos, ni familia-
res, ni de otra clase; sin embargo, no debieron de faltar ocasiones que permitieran
aproximaciones propias para que naciera una simpatía particular en cierto número de
individuos.
El hecho de ir juntos a la caza, de emprender una expedición con la mir a de
apoderarse separadamente de las mujeres que per tenecían a otras hordas, e tc., pudo
crear muy bien, de ntro del grupo mismo, relaciones más estrec has entre algunos
individuos determinados. Además, el lazo natural que une los hijos a la madre,

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