Capítulo VII. Causas que atenúan indirectamente la lucha externa. Ulterior adaptación entre los grupos humanos - Las bases sociológicas del derecho y el estado - Libros y Revistas - VLEX 1026866962

Capítulo VII. Causas que atenúan indirectamente la lucha externa. Ulterior adaptación entre los grupos humanos

AutorMichelangelo Vaccaro
Páginas107-130
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LAS BASES SOCIOLÓGICAS DEL DERECHO Y EL ESTADO
CAPÍTULO VII
CAUSAS QUE ATENÚAN INDIRECTAMENTE LA
LUCHA EXTERNA. ULTERIOR ADAPTACIÓN ENTRE
LOS GRUPOS HUMANOS
I. Relación inversa entre la extensión de los grupos hu manos y la intensidad
de la lucha exte rna
En el capítulo precedente hemos visto de qué manera llegan poco a poco los
grupos humanos, que en un principio tienden a excluirse, a adaptarse recíprocamente
entre sí, de tal modo, que su coexistencia se extiende y deviene mejor.
Hemos tenido igualmente ocasión de anotar las causas principales que ate-
núan directamente la lucha externa. Hablaremos ahora de las que la atenúan indirecta-
mente, con el fin de comprender de qué manera se ha producido hasta el presente la
adaptación entre los diferentes grupos humanos y de qué modo se producirá en el
porvenir, según todas las probabilidades.
Cuanto más pequeños son los grupos humanos que entran en la lucha por la
vida, más cr uel y más intensa es generalmente la lucha. Entre las tribus salvajes,
compuestas ordinaria mente de muy pocos individuos, la guerra y la hostilidad son
continuas. Se ve tomar parte en la pelea, n o solo a todos los hombres adultos, sino
también a las mujeres, muchas veces. En caso de derrota, la tribu es completamente
exterminada. Únicamente son perdonadas a veces las mujeres y los niños o incorpo-
rados, unos y otras , a la tribu de los vencedores. Mientras s on pequeños, por consi-
guiente, los agregados humanos, la lucha por la vida, que entre ellos existe conti-
nuamente, es terrible.
Por el contrario, a medida que se forman por agregación o por superposición
grupos más numerosos, la lucha externa vien e a ser menos continua y menos in
tensa. Los pueblos primitivos de Grecia, aun perteneciendo a la misma raza, vivie-
ron en perpetua guerra entre sí mientras estuvieron divididos en tribus pequeñas y
villorrios. Pero cuando Teseo for mó un solo pueblo con los habitantes del Ática,
cesaron casi del todo las guerras y matanzas que ensa ngrentaban aquellos lugares.
De ahí que fuera celebrada con razón la empresa de Teseo como un acontecimiento
considerable1.
En la misma Grecia vemos aparecer más tarde numerosas ciudades y repúbli-
cas, siempre enemigas entre sí y siem pre d ispuestas a saquea rse, a devastar sus
1Plutarco: Vida de Teseo.—Hermann:Griech Staatsalt., § 6 y sig.
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MICHELANGELO VACCARO
territorios y a destruirse mutuamente. Pisa, Micenas, Thebas y otras ciudades fue-
ron arra sadas por sus vecinas. Cua ndo los dorios ocuparon el Peloponeso, a cuyos
habitantes someti eron, no fueron ya posibles las guerras que estos se hacían al
principio. Cuand o se fue extendiendo la dominación de Esparta y de Atenas sobre
un gran número de ciudades griegas, las rivalidades y las guerras se produjeron
especialmente entre atenienses y espartanos.
Por último, cuando Alejandr o de Macedonia se hizo dueño de toda Grecia,
tocaron a su fin las guerras interiores entre ciudades vecinas, para echarse todas al
exterior, contra los persas.
La península itálica, antes de la fundación de Roma, estaba habitada por razas
diferentes, en guerra constante entre sí. Las hostilidades, las incursiones y las repre-
salias que se producía n continuamente, aun entre aldeas habitadas por la misma
raza, no se suavizaban sino por federaciones temporales, como la q ue unió , por
ejemplo, a las treinta ciudades del Lacio. Roma misma, según parece, nació de la
fusión de tres distritos, el de los ramnes, el d e los ticios y el de los lucerios, que
eran antes independientes y en lucha tal vez entre sí. Apoyándose en la liga latina,
no tardó Roma en llegar a ser la rival de Alba, que ejercía cier ta supremacía sobre
las ciudades del Lacio.
Esta ri validad, como es sabido, acabó con la destrucción de Alba.
A pesar del ascendiente que adquirió Roma con este hecho sobre las ciudades
que formaban la federación latina, conservaron estas últimas, sin embargo, la sobe-
ranía y el derecho de empr ender guerras ofensi vas contra sus vecinos 2. P ero a
medida que creció el poder de Roma, tuvieron que ir reconociendo su supremacía,
lo cual tuvo por resultado restringir su independencia.
En los primeros tiempos de la República, en efecto, perdie ron los p ueblos
federados la facultad de emprender guer ras ofensivas por su propia cuenta; por lo
cual disminuyeron estas necesaria mente3.
Las ciudades latinas no podían ver con buenos ojos estas usurpaciones de que
Roma se hacía culpable a expensas de su libertad. De aquí una primera insurrección.
Roma la aprovechó para incorporarse la población de Túaculo y de Satrico y para
restringir los derechos que todavía gozaban los pueblos la tinos. Más tarde se levan-
taron todos contra Roma, que los ven ció en Trifano. De este modo es como cayó el
Lacio entero en poder de los romanos.
Si tales eran las rivalidades y las luchas entre pueblos de la misma raza uni-
dos por la zos estrechos de amistad y de interés, se puede adivinar fácilmente, lo
que debía de pasa r entre naciones que se consideraran como enemigas.
Para ello, bastará con recordar que Roma estuvo en guerra continuamente con
los etruscos, los volscos, los ecuos, los hérnicos, los campanios, los samnitas, los
lucanios, los tarentinos, los celtas, etc., etc., y la guerra no tuvo fin hasta que fueron
sometidos a l poder de Roma todos los pueblos de Italia. Y no fue únicamente esta
guerra la que cesó, sino también la que tenían costumbre de hacer los diferentes
pueblos a sus vecinos.
2Mommsen: Op. cit., vol. I, pág. 96.
3Ibíd., pág. 3 46.

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