Quinta lección: Moral cívica (continuación) - Lecciones de sociología - Libros y Revistas - VLEX 976808414

Quinta lección: Moral cívica (continuación)

Páginas75-82
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LECCIONES DE SOCIOLOGÍ A. FÍSICA DE LAS COSTUMBRES Y DEL DEREC HO
QUINTA LECCIÓN
MORAL CÍVICA
(Continuación)
Contacto entre el Estado y el individuo
No cabe duda que tal ha sido, en gran número de sociedades, la n atura-
leza de los fines perseguidos por el Estado: acrecentar el poder del Estado,
volver su nomb re más glorioso, era el único y principal objetivo de la activi-
dad pública. Los intereses y las necesidades individuales no entraban en lí-
nea de cuent as. El carácter religioso con el que estaba ma rcada la política de
las sociedades vuelve sensible la indiferencia del Estado en lo que concierne a
los individuos. La suerte de los Estados y la de los dioses que eran adorados
era considerada estrecham ente solidaria. Los primeros no podían ser dismi-
nuidos sin que el prestigio de los segundos disminuyera también. La religión
pública y la moral púb lica se confundían, no eran más que aspectos de una
misma realidad. Contribuir a la gloria de la Ciudad era contribuir a la gloria
de los dioses de la Ciudad, e inversamente. Pero la característica de los fenó-
menos religiosos es que son de natu raleza muy dist inta a los fenómenos de
orden huma no. Pertenecen a otro mundo. El individuo en tanto que individuo
pertenece al mundo profano: los dioses son el centro mismo del mundo reli-
gioso y, entre esos dos mundos ha y un hiato. Están hechos de sustancia dis-
tinta a los hombres, tienen otras ideas, otras necesidades, una existencia dife-
rente. Decir que los fines de la política eran religiosos y que los fines religiosos
eran políticos, es decir que entre los fines del Estado y los que persiguen los
particulares en tanto que particulares, hay una solución de continuidad. ¿Cómo
podía el individu o se guir metas a tal punto extrañas a sus preocupa ciones
privadas? Porq ue l as pr eocupaciones privadas conta ban relativamente poco
para él: porque su personalidad y todo lo que de ella dependía no tenía más
que un débil valor moral. Las ideas personales, las creencias personales, las
aspiraciones personales de todo tipo pasaban por ser cantidades desdeñables.
Lo que tenía precio a los ojos de todos eran las creencias colectivas, las a spira-
ciones colectivas, las tradiciones comunes y los símbolos que las expresaban.
En estas condiciones era espontáneamente y sin resistencia que el indiv iduo
consentía e n someterse al instrumento por medio del cual iba n a realizarse los
fines que no le concernían directa mente. Absorbido por la sociedad, seguía
dócilmente las impu lsiones y subordinaba su destino a los destinos del ser
colectivo, sin que le costara sacrificio: el destino particular no tenía a sus ojos
el sentido y la elevada importancia que le atribuimos hoy en día y si así era, es

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