De ciertas tristezas y de ciertos heroísmos de la vida de los jueces - Elogio de los jueces: escrito por un abogado - Libros y Revistas - VLEX 939699962

De ciertas tristezas y de ciertos heroísmos de la vida de los jueces

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En La República de Platón, a médicos y jueces se los envuelve en
una misma desconfianza, como síntomas reveladores de las enfer-
medades físicas y morales que sufren los ciudadanos.
Esta afinidad psicológica entre las dos profesiones no es hoy
menos evidente, sobre todo por el sentimiento de viril pesadumbre
que la experiencia de los males ajenos, físicos o morales, determina
en quien diariamente los estudia y los conforta. También los jue-
ces, como los médicos, sólo ven a su alrededor lisiados y leprosos;
también los jueces, como los médicos, respiran continuamente el
aire viciado de las salas, en aquellos grises hospitales de toda la
humana corrupción, que son los Tribunales.
Sé de un químico que, cuando en su laboratorio destilaba ve-
nenos, se despertaba sobresaltado por la noche, recordando con
terror que un miligramo de aquella sustancia podía ser suficiente
para matar a un hombre. ¿Cómo puede dormir tranquilamente el
juez que sabe que tiene en su secreto alambique un tóxico sutil
que se llama injusticia, del cual una gota escapada por error puede
bastar, no sólo para quitar la vida, sino, lo que es más terrible, para
dar a toda una vida un sabor amargo que ninguna dulzura podrá
ya consolar jamás?
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ELOGIO DE LOS JU ECES ESCRITO POR UN ABO GADO
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El buen juez pone el mismo escrúpulo para juzgar todas las cau-
sas, aun las más humildes; sabe que no existen grandes y pequeñas
causas, porque la injusticia no es como aquellos venenos de los que
cierta medicina afirma que tomados en grandes dosis matan, pero
tomados en dosis pequeñas curan. La injusticia envenena aun en
dosis homeopáticas.
A
sí como, para distraerse con sucesos excepcionales de la tranquila
normalidad de la vida cotidiana, a los buenos burgueses les gusta
encontrar en las novelas policíacas o en las salas cinematográficas,
dramas judiciales con tintas oscuras, así el juez, para encontrar en
el teatro espectáculos excepcionales que puedan distraerlo de su
cotidiana realidad, querría ver representados, en escenarios rosa
y azul, cónyuges que se amasen, hermanos que se dividieran la
herencia sin rencores, comerciantes que no quebraran y propieta-
rios de terrenos limítrofes que, sentados en el lindero común, se
contaran conmovidos hasta derramar lágrimas, la alegría recíproca
de sentirse buenos vecinos.
Hasta esa hora de expansión de espíritu que el hombre fatigado
puede encontrar en su mesa, si se sientan a su alrededor amables
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