Capítulo VIII: De la Humanidad - Parte segunda - Filosofía del derecho - Libros y Revistas - VLEX 976806715

Capítulo VIII: De la Humanidad

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FilosoFía del derecho
caPíTUlo Viii
de la hUManidad
¿Puede la humanidad ser sujeto de derecho? Esto depende del sig-
nicado que se dé a esta palabra. Ciertamente no existe fuera de los
individuos un ser que se llame Humanidad. Pero por encima de los
Estados podemos imaginar una asociación más vasta que comprenda
toda la especie humana. Este ideal que hemos tomado del catolicis-
mo (Unus pastor et unum ovile) no fue desmentido por la ciencia, que
tiene por base la unidad de origen y la identidad de naturaleza de la
especie humana. La asociación no podía en verdad tomar la forma de
una monarquía universal, sino más bien de una vasta federación o de
tribunales arbitrales permanentes.
Una ciencia nueva, nacida de la historia natural, la antropología,
estudia la humanidad como se maniesta en el espacio y en el tiempo.
La unidad de la especie, su origen, sus variaciones bajo la inuencia
del ambiente, el centro o los centros de creación, sus relaciones y sus
diferencias relativamente a las otras especies animales, son los pro-
blemas que estudia. Pero el hombre físico, el hombre exterior, a quien
estudia con preferencia, es inseparable del hombre ético y pensante.
La naturaleza se divide en dos grandes imperios: el inorgánico y el
orgánico. El primero se subdivide en dos reinos, el sideral y el mine-
ral. El segundo en tres reinos, vegetal, animal y humano. En el primer
imperio se observan los fenómenos del movimiento kleperiano y los
fenómenos físico-químicos. En el segundo se observan además los fe-
nómenos vitales en el reino vegetal, los de movimiento voluntario en
el reino animal, y los de moralidad y religiosidad en el humano.
Reconocidos los fenómenos que distinguen a los diversos reinos de
la Naturaleza, la primera cuestión que se presentó a la mente de los
antropólogos fue, si hay una o más especies humanas. Los poligenis-
tas consideran como fundamentales algunas diferencias de estatura,
de conformidad y de color, especiales a los habitantes de muchas co-
marcas del globo; los monogenistas no ven en estas diferencias más
que el efecto de condiciones accidentales que han llegado a modicar
más o menos el tipo primitivo.
La unidad de la especie humana nos ha sido revelada por la Biblia,
y no fue puesta en discusión hasta el 1677 por un caballero protestante
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DioDato Lioy
del ejército de Conde, el cual intentó probar con versículos de la misma
Biblia, que solo el pueblo hebreo descendía de Adán y Eva; pero que
los demás hombres habían sido anteriormente creados a la vez que
los animales, en todos los puntos habitables de la tierra. Los lósofos
del siglo XVIII renovaron la controversia como arma de propaganda
anti religiosa, y fueron los precursores de los poligenistas modernos.
Pero el monogenismo ha sido sostenido por los más ilustres naturalis-
tas de todas las escuelas: Buffon, Linneo, Cuvier, Lamarck, Blainville,
los dos Geoffroy, Muller, el siólogo, y Humboldt, el gran viajero. El
célebre antropólogo Quatrefages ha estudiado la cuestión de nuevo
sin nes ulteriores y en interés exclusivo de la ciencia. Empieza por
determinar el signicado preciso de las palabras especie, variedad, raza.
La idea de especie nos viene de la semejanza de los individuos y de
su liación; la especie es, pues, añade el ilustre autor, el conjunto de
los individuos más o menos semejantes que se pueden considerar des-
cendientes de una pareja única primitiva, mediante una sucesión no
interrumpida y natural de familia. Cuando un individuo pertenecien-
te a la misma generación sexual presenta caracteres extraordinarios
y excepcionales que lo distinguen de los demás representantes de la
misma especie, se tiene una variedad; y cuando los caracteres de esta
variedad se transmiten por generación sexual y se hacen hereditarios,
se tiene una raza. El número de las razas salidas directamente de una
especie puede ser igual al de las variedades de la misma especie, y por
tanto, bastante considerable. Esta ley es común a los reinos vegetal,
animal y humano.
La prueba material de que los varios grupos humanos son razas y
no especies se encuentra en la facultad que tienen de producir mes-
tizos, mientras que de la unión de especies diferentes no salen más
que híbridos. Esta es la ocasión de examinar cómo el ambiente y la
herencia produjeron las razas humanas. Primeramente, el hombre
sufrió solo la acción de los agentes modicadores naturales, y bajo
esta inuencia se formaron las razas puras, que son tres: la blanca, la
amarilla y la negra. Después, estas razas se cruzaron y dieron origen
a la roja y a la aceitunada. El ambiente no comprende únicamente el
clima, sino todas aquellas condiciones bajo cuyo imperio la planta,
el animal y el hombre se constituyen y se desarrollan como germen,
embrión é individuo joven y adulto. En general, el ambiente modica
y la herencia conserva. La acción del ambiente no puede decirse que
disminuye por inujo de la civilización. Los ingleses se establecieron
en la América del Norte hacia el año 1620, hace dos siglos y medio.
Apenas han pasado doce generaciones, y esto no obstante, el angloa-
mericano, el yankee, no se parece ya a sus antepasados. Desde la se-
gunda generación el inglés criollo de la América del Norte presenta
en su conformidad una alteración que lo aproxima a las razas loca-

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