El Señor Presidente Marshall - El señor magistrado - Libros y Revistas - VLEX 976552431

El Señor Presidente Marshall

AutorWilliam Winslow Crosskey
Páginas13-34
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El Señor Presidente Marshall
por
William WinsloW crossKey
John Marshall nació el 24 de septiembre de 1755, en lo que es ahora el Con-
dado de Fauquier, Virginia. Falleció en Filadela, cuando desempeñaba el cargo
de presidente de la Suprema Corte de los Estados Unidos, unas cuantas semanas
antes de cumplir ochenta años. Así, cuando los norteamericanos, en 1955, conme-
moraron el bicentésimo aniversario de su nacimiento, habían pasado ciento veinte
años desde que completó las tareas judiciales por las que tanto se le celebra. Otros
tres americanos precedieron a Marshall en el cargo que desempeñó, y otros diez le
han sucedido en el largo intervalo transcurrido desde su muerte. Algunos hombres
muy distinguidos y capaces han sido presidentes de la Corte; pero, por consenso
universal, se reconoce a Marshall como preeminente —pudiéramos decir iniguala-
do— entre ellos. La designación “el gran presidente de la Corte”, es todavía, como
lo ha sido por largo tiempo, una referencia a Marshall completamente desprovista
de ambigüedades.
No es mi intento disentir de este punto de vista universal sobre la grandeza
de Marshall; sin embargo, pienso que la verdadera naturaleza de su carrera judicial,
en particular por lo que atañe a interpretación constitucional, ha sido largo tiempo
mal comprendida, en general. De acuerdo con el punto de vista usual, se concibe a
Marshall como dominando a sus asociados, los ministros de la Suprema Corte tan
completamente, que fue capaz de hacer que las decisiones constitucionales del alto
tribunal reejaran sus propias ideas y nada más. Sus ideas, se supone vulgarmen-
te, eran las de su partido político, los federalistas. Por lo tanto, el sentir común es
el de que John Marshall era capaz de usar, y usaba, de su dominio sobre la Corte
para incorporar los viejos puntos de vista federalistas en las decisiones de la Corte,
poniendo así los cimientos sobre los cuales el derecho constitucional de los Estados
Unidos ha descansado, o bien —como algunos quisieran insistir—, los cimientos
sobre los cuales descansaron hasta sobrevenir la famosa “lucha de Roosevelt con la
Corte”, hace una generación.
La preponderancia general de este aspecto de la labor de John Marshall en
el terreno del derecho constitucional, a su biógrafo, Albert J. Beveridge, hay que
Allison DunhAm / PhiliP B. KurlAnD
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acreditarla en gran parte.1 Pero tal visión de la obra de Marshall es anterior a la
biografía de Beveridge. El ministro de la Corte, Holmes, por ejemplo, asumió ese
punto de vista sobre la cuestión quince años antes de aparecer el primero de los vo-
lúmenes de Beveridge. La ocasión fue el centenario, en 1901, de la toma de posesión
por Marshall del cargo de presidente de la Suprema Corte de los Estados Unidos,
y Holmes, como presidente de la Suprema Corte de Massachusetts, contestaba una
moción para que la Suprema Corte Judicial de dicho estado suspendiera sus activi-
dades en conmemoración del evento. Holmes no fue tan gentil en esta ocasión como
lo era generalmente. Abrigaba honradas dudas sobre la grandeza de Marshall, y
de una manera inapropiada las expresó. Abrigaba dudas, dijo, sobre “si la obra de
Marshall, después de Alexander Hamilton y la Constitución misma, demostraba
algo más que un intelecto vigoroso, un buen estilo, su ascendiente personal en la
Corte, valentía, justicia y las convicciones de su partido”. Holmes concedía, sin em-
bargo, como circunstancia afortunada, el hecho de que el nombramiento de presi-
dente de la Corte en 1801 hubiera recaído en John Adams y no en Thomas Jefferson,
“dándose así oportunidad a un federalista y remiso construccionista para iniciar el
funcionamiento de la Constitución...”.2 Estas observaciones de Holmes claramente
ponen en evidencia el mismo punto de vista sobre la labor de Marshall que ya he
mencionado como la opinión comúnmente adoptada, esto es: que Marshall dominó
la Corte; que usó su dominio para incorporar las doctrinas de partido federalista en
la Constitución, y que de este modo se constituyó la base del derecho constitucional
norteamericano. Junto con esas ideas, tenemos en el caso de Holmes la noción adi-
cional, que también es común, de que los viejos puntos de vista constitucionales de
los federalistas estaban basados en una interpretación “blanda” de la Constitución.
Permítaseme empezar con esta última idea. ¿Es verdad que los viejos puntos
de vista constitucionales de los federalistas dependían de una interpretación abierta
de la Constitución? Ciertamente, no. Los puntos de vista federalistas dependían,
ante todo, de una adhesión estricta a ciertas reglas de interpretación documental
que entonces se aceptaban prácticamente en general como apropiadas. Dependían,
además, de la circunstancia de dar un signicado a cada disposición, por separa-
do, que la Constitución contenía, y también, a cada una de las diferencias de estilo
que se encontrasen en sus varias disposiciones. En otras palabras, los puntos de
vista federalistas dependían de una lectura literal de la Constitución en todas sus
partes, y en los pocos casos (si es que los había) en que los federalistas pensaban
que era posible más de un signicado, la ambigüedad tenía que resolverse, creían
ellos, con un estricto apego a la regla, entonces aceptada, de escoger el signicado
1 Cf., por ejemplo, Beveridge, The Life of John Marshall (1919), IV, 59-61.
2 Holmes, Collected Legal Papers (1920) páginas 266, 268-69. Para una expresión más
reciente de este punto de vista de la obra de Marshall, véase: Cahn, “John Marsha-
ll-Nuestro ‘Más Grande Inconforme’ ”, New York Times Magazine, 21 de agosto de
1955, página 14.

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