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El Señor Magistrado Brandeis

AutorPaul A. Freund
Páginas141-159
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El Señor Magistrado Brandeis
por
Paul a. Freund
Un crítico nada perspicaz ni amigable comentó en una ocasión que Charles
Evans Hughes poseía una de las mentes más notables del siglo XVIII. Un observa-
dor más razonable podría sostener que Louis D. Brandeis fue uno de los cerebros
más destacados.... del siglo XIX. En efecto, la mayor parte de los aspectos centrales
del siglo XX eran opuestos a su concepción del hombre y de las potencialidades
humanas.
El siglo XX es una era de movimientos en masa; de divorcio entre la propiedad
y el control; de acción corporativa anónima que diluye la responsabilidad y escuda
a los individuos contra las consecuencias de sus faltas. Con la enorme magnitud de
sus empresas, los errores se hacen intolerables. Es posible tratar con ellos solamente
liquidando al culpable (un fenómeno que se formó familiar con el totalitarismo del
siglo XX), o en un sistema más humano mitigando los efectos del error mediante el
seguro, o la asistencia pública, o un nivel ascendente de precios. El problema de re-
conocer la imperfección y la fragilidad humanas, la virtud y el talento, en el contex-
to de la empresa gigantesca, reside en la industria del siglo XX, en las empresas gu-
bernamentales y en las mismas estructuras nacionales. Este problema, según creo,
ocupó un lugar central en el pensamiento de Brandeis. Para él el auge del gigantis-
mo y los dilemas morales que ha planteado —la maldición de la enormidad, como
lo calicaba sin rebozo—309 era algo lamentable, corruptor de la condición humana,
y de ninguna manera tan inevitable o incorregible como se supone comúnmente.
En la década de los treinta, cuando estaba de moda buscar pasaje a la Unión
Soviética, el Ministro Brandeis preguntó, en el tono del doctor Johnson hablando
309 La frase ocurre en la declaración de Brandéis ante la Comisión de Comercio Inte-
restatal en 1910, en oposición a un aumento de las tarifas de carga ferrocarrileras.
Audiencias ante la Comisión de Comercio Interestatal, 61.º Congreso, 3er. período
de sesiones, S. Doc. 725, IX, 5256. Cuando la imprenta Viking estaba preparándose
a publicar una selección de sus documentos, en 1934, los editores sugirieron ciertos
Allison DunhAm / PhiliP B. KurlAnD
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del viaje a Escocia: “¿Por qué se ha de querer llegar a Rusia cuando es posible ir a
Dinamarca?” Vale la pena hacer notar que, durante muchos años, con ayuda de la
Biblioteca del Congreso, mantuvo al día una bibliografía de Dinamarca, y se sentía
orgulloso de la traducción hecha por su esposa de un volumen alemán sobre las
escuelas populares danesas, publicado bajo el título de Democracy in Denmark. Gus-
taba de citar a Goethe: “Se tiene cuidado de que los árboles no rasquen los cielos”.
Para él, el formidable reto del siglo XX consistía en cómo lograr en él que el medio
sea más hospitalario para un revigoramiento de la sensibilidad y responsabilidad
morales del individuo.
El ministro Brandeis no diría esto tan sentenciosamente. Se negaba a conside-
rarse como lósofo, insistiendo en que, simplemente, había abordado los problemas
que llegaban a él, para pasar después a otra serie de problemas. Si era un lósofo,
es francamente una cuestión a determinar. De seguro no se interesaba en la meta-
física ni en las cuestiones que han sido los tópicos característicos de los lósofos
literarios. Pero reunía dos requisitos que algunos, por lo menos, estarían dispuestos
a considerar como los signos más importantes de un lósofo. En primer lugar, se
daba cuenta de que las cuestiones especulativas podían ser referidas a los asuntos
humanos, puesto que la especulación misma es una empresa humana. No habría
disentido, pienso yo, de la declaración de John Dewey: “La losofía se recupera a
sí misma cuando deja de ser un recurso para tratar los problemas de los lósofos
y se convierte en un método, cultivado por los lósofos, para tratar los problemas
humanos”.310 Aparte de esto, tenía un sentido agudo de la comedia humana y de la
tragedia humana en lucha mortal. Para las pretensiones de quienes rinden pleitesía
al prestigio, su desprecio era digno de Swift por su ironía. Cuando se le informó
en la primavera de 1933 que los banqueros estaban cayendo sobre Washington im-
potentes, suplicantes y desprovistos de ideas, observó con acidez: “Bueno, ¿no se
les conocía como los Napoleones de las nanzas?” La máscara trágica en el drama
humano se le reveló de manera inolvidable con la huelga de la edicación de 1892,
que le determinó a rehacer un curso de conferencias que estaba preparando sobre
el asunto de la ley del trabajo y que le indujo a pensar profunda e incesantemente
sobre las cuestiones de libertad y responsabilidad, provisión material y desarrollo
moral, competición y sentido de la comunidad.
No es difícil documentar su interés apasionado por la ampliación de la respon-
sabilidad moral del individuo, un interés que le llevaba de una dura controversia a
otras, haciendo frente a la inercia de los amigos y a la dura resistencia de los enemi-
números de títulos para su libro, incluyendo “Poderes Proféticos”, que contaba con
el favor del editor, y “La Maldición de la Grandeza”. Brandéis prerió el último y
el editor accedió. La correspondencia se conserva en la colección de los documentos
manuscritos de Brandéis que existe en la Universidad de Louisville.
310 Dewey, Creative Intelligence (1917), página 65; citado en Morton White, Social
Thought in America (1949), página 128.

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