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El Señor Magistrado Cardozo

AutorAndrew L. Kaufman
Páginas197-219
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El Señor Magistrado Cardozo
por
andreW l. KauFman
El 12 de enero de 1932, a la edad de noventa años, Oliver Wendell Holmes,
Jr., probablemente el juez más notable y reverenciado de los Estados Unidos, en-
vió su renuncia como ministro de la Suprema Corte de los Estados Unidos al
Presidente Hoover. Vino en seguida la especulación habitual respecto de su suce-
sor, pero con una diferencia: en el país entero, los principales periódicos, los diri-
gentes políticos, los voceros de la Barra de Abogados, los directivos y profesores
de las escuelas de leyes, virtualmente todos, estaban de acuerdo en que Holmes
necesitaba un digno sucesor, y que Benjamín Nathan Cardozo, entonces magis-
trado presidente del Tribunal de Apelación de Nueva York, era la persona más
adecuada para ocupar su lugar. Esta casi unanimidad de opinión no solo era sor-
prendente, sino que no tenía paralelo en la historia del país. El Presidente Hoover
deliberó durante un mes. En seguida, a pesar del hecho de que la Corte contaba ya
con dos jueces de la ciudad de Nueva York, Hughes y Stone y un judío, Brandéis,
Hoover nombró a Cardozo.
Cardozo no se convirtió en un gran juez en la Suprema Corte de los Estados
Unidos. Ya era un gran juez cuando llegó allí, y había hecho aportaciones signica-
tivas al derecho estatal y de la nación, tanto en calidad de juez como de jurista. En el
cargo de magistrado del Tribunal de Apelación de Nueva York, durante trece años,
y de magistrado presidente por cinco años, Cardozo fue el juez más distinguido
del más distinguido de los tribunales estatales del país. Además, había contribuido
con un volumen único en su género al estudio de la jurisprudencia “The Nature of
the Judicial Process”, y participado muy activamente en varios movimientos para la
reforma legislativa.
Excepto por su obvio talento, nada en los primeros cuarenta y tres años de
la vida de Cardozo anunciaba la preeminencia que tan rápidamente alcanzaría
después. Toda su vida hasta entonces habíase caracterizado por la devoción a su
familia y por su trabajo y retraimiento del mundo exterior. Nació en 1870 y era
descendiente de una familia prominente de judíos sefarditas, cuyas dos ramas
Allison DunhAm / PhiliP B. KurlAnD
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habían vivido en el país desde mediados del siglo XVIII y habían contribuido con
hombres y mujeres de talento a la escena norteamericana: un valeroso rabino du-
rante la Guerra de la Independencia, que fue uno de los primeros deicomisarios
del Colegio Columbia; prominentes hombres de negocios; el autor de las palabras
inmortales inscritas en el pedestal de la Estatua de la Libertad. Más cercano a su
hogar y de un efecto vital y no determinable sobre la vida de Benjamín Cardozo,
era la visión de la carrera de su padre: hombre religioso y juez, primeramente del
Tribunal de Primera Instancia y luego de la Suprema Corte de Nueva York, que
resultó gravemente envuelto en las maquinaciones judiciales del Tammany Hall y
del Tweed Ring (organizaciones políticas corruptas) y renunció apenas a tiempo
para evitar que se le procesara.
La infancia de Benjamín Cardozo transcurrió en la secuela de esos aconteci-
mientos. Su educación corrió primero a cargo de preceptores, uno de los cuales fue
Horatio Alger; siguió en el Colegio Columbia, al que ingresó a la edad de quince
años y donde se graduó encabezando la clase, y culminó en la Escuela de Derecho
de Columbia, la que hubo de abandonar, como no era raro en aquellos días, antes de
su tercer año, para ponerse a ejercer en el despacho de su hermano mayor. Cardozo
nunca fue casado, y vivió con su hermana mayor soltera, Ellen, hasta su muerte, en
1929. Estaban muy unidos, tanto intelectual como sentimentalmente, y esta compe-
netración era lo más importante en la vida de cada uno.
Cardozo llegó a ser conocido tempranamente en el foro, y antes de mucho
tiempo otros abogados estaban turnándole casos importantes, especialmente en la
instancia de apelación. Para el tiempo en que llegó a la judicatura, había ya pre-
sentado unos setenta y cinco casos ante el Tribunal de Apelación de Nueva York.
A diferencia de Brandéis, sin embargo, la carrera de Cardozo en la Barra no está
ligada con litigios vitales que afectasen la organización de la sociedad ni con nin-
gún movimiento importante de reforma. Su consejo se solicitaba principalmente en
litigios de sociedades y de comercio, o en pleitos que implicasen la disposición de
la propiedad. En el derecho común y las leyes relativas al mismo se encontraba en
su elemento.
Como abogado, Cardozo debe haber sido desconcertante. Tranquilo, de ma-
neras delicadas, de una suavidad casi femenina, amable, tímido, elegante, ascético,
santo —estas eran las palabras descriptivas que más a menudo se asociaban con lo
que John Lord O’Brian ha llamado “el extraño y atractivo poder de esa personali-
dad taciturna, sensible y casi mística”.445 Tal personalidad no se asocia habitual-
mente con la de un abogado de éxito. Sin embargo, cuando se combina con la cu-
riosidad intelectual, la perseverancia, la persuasión, una habilidad y una erudición
considerables, esas cualidades cuentan en el activo.
445 Actas de la Barra y Funcionarios de la Suprema Corte de los Estados Unidos, no-
viembre 26 de 1938, 305 U.S. (1938).

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