De la muerte del cuerpo político - Libro Tercero - Contrato social o principios de derecho político - El contrato social - Libros y Revistas - VLEX 976582521

De la muerte del cuerpo político

AutorJean-Jacques Rousseau
Páginas74-75
74
JEAN-JACQUES ROUSSEAU
entendían los griegos la palabra tirano; la aplicaban indistintamente a los
buenos y a los malos príncipes cuya autoridad no era legítima12. Así, tirano y
usurpador son dos voces perfectamente sinónimas.
Para dar diferentes nombres a diferentes cosas, llamo tirano al usurpa-
dor de la autoridad real, y déspota al usurpador del poder soberano. El tirano
es aquel que se injiere contra las leyes para gobernar según las mismas; el
déspota es aquel que se coloca por encima de las mismas leyes. Así, el tirano
puede no ser déspota; pero el déspota es siempre tirano.
CAPÍTULO XI
DE LA MUERTE DEL CUERPO POLÍTICO
Tal es la pendiente natural e inevitable de los gobiernos mejor consti-
tuidos. Si Esparta y Roma han perecido, ¿qué Estado puede tener la espe-
ranza de durar siempre? Si queremos formar una institución duradera no
pensemos en hacerla eterna. Para tener éxito no se debe intentar lo imposi-
ble ni pretender dar a las obras de los hombres una solidez que las cosas
humanas no admiten.
El cuerpo político, lo mismo que el cuerpo del hombre, comienza a morir
desde el nacimiento, y lleva en sí mismo las causas de su destrucción. Pero
uno y otro pueden tener una constitución más o menos robusta y apropiada
para conservarla más o menos tiempo. La constitución del hombre es la obra
de la Naturaleza; la del Estado, la del Arte. No depende de los hombres el
prolongar su propia vida; pero sí, en cambio, el prolongar la del Estado tanto
como es posible, dándole la mejor constitución que pueda tener. El más perfec-
tamente constituido morirá, pero siempre más tarde que otro, si ningún acci-
dente imprevisto ocasiona su muerte antes de tiempo.
El principio de la vida política está en la autoridad soberana.
El poder legislativo es el corazón del Estado; el poder ejecutivo, el cerebro
que da movimiento a todas las partes. El cerebro puede sufrir una parálisis y
el individuo seguir viviendo, sin embargo. Un hombre se queda imbécil y vive;
mas en cuanto el corazón cesa en sus funciones, el animal muere.
No es por las leyes por lo que subsiste el Estado, sino por el poder legis-
lativo. La ley de ayer no obliga hoy; pero el consentimiento tácito se presume
por el silencio, y el soberano está obligado a confirmar incesantemente las
12 «Omnes enim et habentur et dicuntur tyranni, qui potestate utuntur perpetua in ea civitate
quae libertate usa est» (Corn. Nep. In Miltiad., cap. VIII). Es cierto que Aristóteles (Mor.
Nicom., lib. VIII, cap. X) distingue al tirano del rey en que el primero gobierna para su
propia utilidad y el segundo solamente para la de sus súbditos; pero además de que
generalmente todos los autores griegos han tomado la palabra tirano en otro sentido, como
parece mostrarlo, sobre todo, el Hierón de Jenofonte, se deduciría de la distinción de
Aristóteles que desde el comienzo del mundo no habría existido ni un solo rey.

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