Del abuso del gobierno y de su inclinación a degenerar - Libro Tercero - Contrato social o principios de derecho político - El contrato social - Libros y Revistas - VLEX 976582520

Del abuso del gobierno y de su inclinación a degenerar

AutorJean-Jacques Rousseau
Páginas72-74
72
JEAN-JACQUES ROUSSEAU
CAPÍTULO X
DEL ABUSO DEL GOBIERNO Y DE SU INCLINACIÓN A
DEGENERAR
Así como la voluntad particular obra sin cesar contra la voluntad gene-
ral, así el gobierno hace un esfuerzo contiuo contra la soberanía. Mientras más
aumenta ese esfuerzo, más se altera la constitución; y como no hay aquí otra
voluntad de cuerpo que, resistiendo a la del príncipe, se equilibre con ella,
debe suceder, antes o después, que el príncipe oprima al soberano y rompa el
tratado social. Éste es el vicio inherente e inevitable que, desde el nacimiento
del cuerpo político, tiende sin descanso a destruirlo, lo mismo que la vejez y la
muerte destruyen al fin el cuerpo del hombre.
Dos caminos generales existen, siguiendo los cuales degenera un gobier-
no, a saber: cuando se hace más restringido o cuando se disuelve el Estado.
El gobierno se restringe cuando de ser ejercido por un gran número pasa
a serlo por uno pequeño; es decir, cuando pasa de la democracia a la aristo-
cracia y de la aristocracia a la realeza. Ésta es su inclinación natural11. Si
prosperidades o calamidades reales para él; cuando todo está sometido al yugo es cuan-
do todo decae; entonces es cuando los jefes, destruyéndolos a su gusto, «ubi solitudinem
faciunt pacem appellant»(**). Cuando las maquinaciones de los grandes agitaban el reino
de Francia y el coadjutor de París llevaba al Parlamento un puñal en el bolsillo, esto no
impedía que el pueblo francés viviese feliz y numeroso en un honesto y libre bienestar. En
otro tiempo, Grecia florecía en el seno de las más crueles guerras; la sangre corría a ríos, y
todo el país estaba cubierto de hombres; parecía —dice Maquiavelo— que en medio de los
crímenes, de las proscripciones, de las guanas civiles, nuestra república advenía más
pujante; la virtud de sus ciudadanos, sus costumbres, su independencia, tenía más efecto
para reforzarla que todas sus discusiones para debilitarla.
Un poco de agitación da energía a los demás, y lo que verdaderamente hace prosperar a la
especie es menos la paz que la libertad.
(**) Tácito, Agríe., XXXI.
11 La formación lenta y el progreso de la república de Venecia en sus lagunas ofrece un
ejemplo notable de esta sucesión; es asombroso que, después de mil doscientos años, los
venecianos parecen hallarse aún en el segundo término, que comenzó en el Serrar di consiglio,
en 1198. En cuanto a tas antiguos dux que se les reprocha, diga lo que quiera el Squittinio
della libertà veneta(*), está probado que no han sido sus soberanos.
No se me dejará de objetar, recordando la república romana, que siguió un proceso, dicen,
completamente contrario, pasando de la monarquía a la aristocracia y de la aristocracia a
la democracia. Estoy muy lejos de pensar tal cosa.
La primera organización que estableció Rómulo fue un gobierno mixto, que degeneró
pronto en despotismo. Por causas particulares, el Estado pereció antes de tiempo, como
puede morir un recién nacido antes de haber llegado a la edad madura. La expulsión de
los Tarquinos fue la verdadera época del nacimiento de la república. Pero no tomó al
principio una forma constante, pues no se realizó más que la mitad de la obra, no abolien-
do el patriciado. Porque de esta manera, al quedar la aristocracia hereditaria, que es el
peor de las administraciones legítimas, en conflicto con la democracia, no se fijó la forma
de gobierno, siempre insegura y flotante, como ha probado Maquiavelo, sino al establecer-
se los tribunos; sólo entonces hubo un verdadero gobierno y una verdadera democracia. En
efecto; el pueblo en aquel momento no era solamente soberano, sino también magistrado
y juez; el Senado era un tribunal subordinado para moderar y concretar al gobierno, y los

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