De la monarquía - Libro Tercero - Contrato social o principios de derecho político - El contrato social - Libros y Revistas - VLEX 976582515

De la monarquía

AutorJean-Jacques Rousseau
Páginas62-66
62
JEAN-JACQUES ROUSSEAU
cia y todas las demás razones de preferencia y estimación pública son otras
tantas nuevas garantías de que será gobernado con acierto.
Además, las asambleas se hacen más cómodamente; tos negocios se dis-
cuten más a conciencia, solucionándose con más orden y diligencia; el crédito
del Estado se mantiene mejor entre los extranjeros por venerables senadores
que por una multitud desconocida o despreciada.
En una palabra: es el orden mejor y más natural aquel por el cual los más
sabios gobiernan a la multitud, cuando se está seguro que la gobiernan en
provecho de ella y no para el bien propio. No es necesario multiplicar en vano
estos resortes, ni hacer con veinte mil hombres lo que ciento bien elegidos
pueden hacer aún mejor. Pero es preciso reparar en que el interés de cuerpo
comienza ya aquí a dirigir menos la fuerza pública sobre la regla de la volun-
tad general y que otra pendiente inevitable arrebata a las leyes una parte del
poder ejecutivo.
Atendiendo a las conveniencias particulares, no se necesita ni un Estado
tan pequeño ni un pueblo tan sencillo y recto que la ejecución de las leyes sea
una secuela inmediata de la voluntad pública, como acontece en una buena
democracia. Y no es conveniente tampoco una nación tan grande que los jefes
dispersos con la misión de gobernarla puedan romper con el soberano cada
uno en su provincia, y comenzar por hacerse independientes para terminar
por ser los dueños.
Mas si la aristocracia exige algunas virtudes menos el gobierno popular,
exige también otras que le son propias, como la moderación en los ricos y la
conformidad en los pobres; porque parece que una igualdad rigurosa estaría
fuera de lugar: ni en Esparta fue observada.
Por lo demás, si esta forma de gobierno lleva consigo una cierta des-
igualdad de fortuna es porque, en general, la administración de los asuntos
públicos está confiada a los que mejor pueden dar todo su tiempo; pero no,
como pretende Aristóteles, porque los ricos sean siempre preferidos. Por el
contrario, importa que una elección opuesta ensene algunas veces al pueblo
que hay en el mérito de los hombres razones de preferencia más importantes
que la riqueza.
CAPÍTULO VI
DE LA MONARQUÍA
Hasta aquí hemos considerado al príncipe como una persona moral y
colectiva, unida por la fuerza de las leyes y depositaría en el Estado del poder
ejecutivo. Ahora tenemos que considerar este poder en manos de una persona
natural, de un hombre real, que sólo tiene derecho a disponer de él según las
leyes. Es lo que se llama un monarca o un rey.

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