Capítulo VI: El reo, su defensor y el tribunal - Justicia política: Empleo del procedimiento legal para fines políticos - Libros y Revistas - VLEX 980624046

Capítulo VI: El reo, su defensor y el tribunal

Páginas211-240
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Justicia política. EmplEo dEl procEdimiEn to lEgal para finEs políticos
caPítulo vi
El rEo, su dEfEnsor y El triBunal
Jede dumpfe Umkehr der Welt hat solche Enterbte, denen das Frühere nicht und
noch nicht das Nächste gehört.
rainEr maria BElkE, Duineser Elegien, 7, Elegie1
1. las mEtas dE los fundadorEs
¿en qué Términos columbra el reo, que representa determinada causa, sus relacio-
nes con el tribunal? ¿En qué estriba la diferencia fundamental entre una defensa co-
mún y otra cuya nalidad primordial tiene por objeto otras consideraciones, que se
hallan más allá de obtener un fallo favorable del tribunal? Un vistazo al comporta-
miento del acusado en los dos juicios más resonantes de la historia, quizá nos ayuden
a aclarar este punto.
Entre los muchos reproches que se han expresado en contra del Sanedrín por sus
procedimientos en el juicio de Jesús, ninguno tiene tanta importancia como la aseve-
ración de que la mayoría de sus miembros buscaba desde un principio la forma de
condenar a Jesús por una ofensa capital. Tratando de dilucidar esta cuestión, más que
de refutarla, podía señalarse que, cualquiera que fuese la mentalidad con que este
cuerpo colegiado realizara su labor, fue el mismo Jesús quien les dio la pauta para su
acción consecuente: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Y Jesús les dijo: Yo soy; y
veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra de la potencia de Dios y viniendo en las
nubes del cielo» (Marcos, 14:61, 62).
Basándose en esta aseveración, los componentes del sanedrín pudieron concebir
lo dicho por Jesús como por lo menos una armación implícita de su cualidad me-
siánica, cosa que venía a provocar tanto las sospechas de su tribu como los celos
profesionales de quienes se consideraban los únicos encargados de la enseñanza tra-
dicional. Carecen, pues, de verdadero sentido todas las interminables conjeturas que
se hagan respecto a qué interpretaciones pudo el Sanedrín dar a estas respuestas a n
de hacerlas encajar dentro de las prohibiciones de su ley. Los relatos hechos por los
evangelistas son demasiado fragmentarios para darnos a conocer la verdadera índole
de los procedimientos y ni siquiera conocemos con certeza qué relación existía entre
la posición del Sanedrín y la de los funcionarios romanos. Pero lo que hace que estos
1 «Cada torpe giro del mundo nos muestra estas criaturas desheredadas, a quienes lo pasa-
do no les pertenece más que lo futuro.»
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OttO Kirchheimer
relatos sean sumamente interesantes, es que nos proporcionan cierta idea de cómo
vislumbraron los evangelistas el propio papel de Jesús2.
El motivo central de preocupación es lo que Ernesto Renan denominó «la grande
équivoque», es decir, el hecho de que las respuestas de Jesús fueron formuladas en tal
forma que no solo no podían satisfacer al Sanedrín, sino que tampoco proporciona-
ban a Pilatos, «comandante local del gobierno militar de ocupación de una potencia
extranjera»3, cierto grado de certidumbre que hiciera que el más servil de los buró-
cratas se sintiera dispuesto a resistir la coacción de los nativos y asumir el riesgo de
tener que justicarse ante sus superiores, por haber preferido un alboroto popular a
un asesinato judicial.
Claro está que desde el punto de vista teológico no se necesita contestar a esta pre-
gunta, puesto que aquí los actos de todos los personajes del drama se hallan ordena-
dos de antemano y son sucesos necesarios para la historia de la Pasión y la Salvación.
Pero la actitud de Jesús ante los dos órganos de autoridad que lo examinaron puede
explicarse por su papel contemporáneo. Él no podía permitir ningún malentendido
en cuanto al carácter de su misión, aunque sí evitar una respuesta cuando se le con-
frontaba con una de sus propias aseveraciones (aunque decisivamente modicadas,
Mateo, 24:2): «Mas al n vinieron dos que dijeron: Este dijo: Tengo poder de derribar
el Templo de Dios, y de reedicarlo en tres días» (Mateo, 26:61). Si se la interpreta
muy literalmente, tal declar ación nos deja el sabor de una franca rebeldía en contra de
la autoridad constituida; y como el testimonio sobre esta cuestión era contradictorio
(Marcos, 14:59), Jesús tuvo que referirse a la suma total de sus enseñanzas públicas,
que ciertamente contradecía cualquier intención de violencia que se le atribuyera. «Yo
maniestamente he hablado al mundo; yo siempre he enseñado en la sinagoga y en
el templo, donde se juntan todos los judíos; y nada he hablado en oculto. ¿Qué me
preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, esos
saben lo que yo he dicho» (Juan, 18:20-21). Pero cuando se le conminó especícamente
a explicar su misión, no pudo, ni siquiera a la faz de una turba maniestamente hostil,
permitir que se suscitara duda alguna: «Jesús les dice: Tú lo has dicho; y aun os digo,
que desde ahora habéis de ver al Hijo del Hombre sentado a la diestra de la potencia
de Dios. Y dijeron todos: ¿Luego Tú eres Hijo de Dios? Y Él les dijo: Vosotros decís que
yo soy» (Mat., 26:64 y Lucas, 22: 69-70). Esta era una respuesta formulada en términos
tales que mostraran la diferencia entre la imputación hecha por sus enemigos sobre el
carácter hostil de su misión y su propio entendimiento más complejo. Pero no fue pre-
parada para ablandar los sentimientos de los custodios de las prácticas tradicionales.
La profecía, revestida de proyección, tiende a solidicar a los adherentes a su autori-
dad y enfurecer a quienes ven su propia potestad desaada por el recurso a motivos
que escapan a su dominio. Si aceptamos esto como una salida de insatisfacción por las
2 Véanse las tabulaciones y caracterizaciones comparativas de la historia griega y romana, así como
la historia de Cristo que narra el Evangelio, en Study of History, por A. Toynbee, Nueva York,
1959, vol. 6, pág. 377. Sin embargo, aunque su analogía con Sócrates está apegada en
cuanto a los sucesos externos, continúa siendo sumamente dudosa en cuanto a la esencia.
Jesús, considerado como dirigente de un «proletariado interno», y Sócrates, el crítico in-
telectual amparado y protegido por los vástagos de la casta superior, exudan diferentes
tipos de certidumbres. El hombre sereno, en posesión de la última verdad, y el santo pa-
trono de la busca intelectual inquisitiva, no convienen en otra cosa sino en la consecuencia
de sus argumentos e ideas; ibid.., págs. 486-95.
3 Karl Barth, Dogmatik im Grundriss, München, 1947, pág. 125.

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