Las variedades de normalización - Delito y modernidad. Nuevas argumentaciones en la criminología realista de izquierda - Libros y Revistas - VLEX 976551000

Las variedades de normalización

AutorJohn Lea
Cargo del AutorProfesor de Criminología de la Universidad de Middlesex
Páginas153-177
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DELITOY MODERNIDAD. NUEVASARGUMENTACIONESE N LA CRIMINOLOGÍA REALISTA DE IZQUIERDA
CAPÍTULO VI
LAS VARIEDADES DE NORMALIZACIÓN
La cambiante dirección del desarrollo en las sociedades capitalistas modernas,
discutida en capítulos previos, impact a directamente sobre las relaciones sociales
del control del delito, como el sistema de gobernancia que organiza a la población
alrededor del manejo de ciertos tipos de daños y conflictos. Las tendencias señala-
das en los capítulos previos-la fragmentación de las comunidades y la creciente
polarización s ocial, la naturaleza mutante de las políticas y la fuerza del Estado, la
legitimación de la agresión- han conducido a que las relaciones económicas y socia-
les minen el control del delito que comienza a derrumbarse. De muchas maneras, la
modernización se está moviendo hacia atrás. La frase «de regreso al futuro» viene
rápi damente a la mente cuando ve mos cier tas cara cteríst icas de l as propia s
reafirmaciones premoderna s bajo nuevas formas como pa rte de lo postmoderno. Es
común asociar el tipo de cambios discutidos en capítulos previos con las crecientes
tasas de delito que, hasta hace poco, caracterizaban a la mayoría de los países. Esta
relación fue hábilmente resumida por el criminólogo estadounidense Elliot Currie,
para quien la «socieda d de merca do» (es decir, el capital irrestricto) es aquell a
«donde la búsqueda de ganancias privadas se convierte cada vez más en el princi-
pio organizacional de todas las áreas de la vida social... y en la cual todos los otros
principios de organiza ción social o in stitucional se erosionan o subordinan a la
dominante org anización de la ganancia privada» (Currie, 1998, p. 134). Él remarca
el carácter criminógeno de la sociedad de mercado que fomenta el delito; en primer
lugar, «incrementando la desigualdad y la concentrada privación económica»; en
segundo lugar, «erosionando la capacidad de las comunidades locales par a brindar
apoyo informal, provisión mutua y una efectiva socialización y supervisión de los
jóvenes»; como tercer aspecto, «apremiando y fragmentando a la familia»; en cuar-
to lugar , «retirando el suministro público de servicios básicos, a partir de aquellos
que ya ha recortado: los medios de vida, la seguridad económica y el apoyo comu-
nitario informal; y finalmente, «magnificando una cultura de competencia darwiniana
por la condición social y los recursos, y urgiendo un nivel de consumo que esta
sociedad de mercado no puede aportar a nadie a través de los canales legítimos»
(Currie, 1998, p. 135-142).
La elevación del delito significa una creciente ineficacia por parte de las re-
laciones sociales del control del delito como sistema de gobe rnancia -la p rimera
etapa de su descomposición. A corto plazo, aún pueden quedar claras las concep-
ciones compartidas acerca de los límites del delito y la voluntad de las comunida-
des por colaborar con un con junto cohe rentemente funcional de in stituciones de
justicia pen al, inclusive si tal alianz a d e f uerzas parece estar luch ando en una
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batalla perdida. Sin embargo, incluso cuando las tasas reales de deli to están ca-
yendo, como ha ocurr ido en la mayoría de los pa íses en años recientes, las pro-
pias relaciones sociales del control del delito comienzan a descomponerse, y cada
vez se hace más difícil responder al delito en las formas tradicionales, a causa de
los cambios cualitativos en la relación éntrela delincuencia y la vida social, que
sacan un buen provec ho de la noción de control del delito como proceso identi-
ficable. Aquí se encuentra nuestro énfasis. En este capítulo, me dedicaré a analizar
el impacto de los cambios en la organización y en el papel socioeconómico de la
delincuencia . Subr ayaré tres hechos en particular; primero, el debilitam iento de
la identi dad del del incuente, y las clara s definicione s d e d elito y transgres ores
compar tidas por la mayo ría de los secto res de la poblaci ón, como base de la
criminaliz ación práctica; segundo, la erosión de la marginalid ad del delito como
elemento exógeno y perturbador del proceso social normal; y finalmente, la rup-
tura de la debilidad del delincuente, no en relación con la víctima, sino en térmi-
nos de la capacidad de neutralizar las actividades de las instancia s de imposición
de la l ey y las de las comunidades.
Las identidades borrosas: El delito y el riesgo
Las relaciones sociales del contro l del delito dependen de nociones razona-
blemente claras de la identidad del delincuente y de las actividades delictivas com-
partida s p or la mayoría de la pobla ción y que son coherentes c on las normas
legales como base de colaboración entre las comunidades y el Estado. En nuestro
breve tratamiento de las condiciones h istóricas que anteceden al control moderno
del delit o, vimos cómo la ide ntidad delic tiva emergía gra dualmente co mo un
aspecto de la mod ernización. A l hacer esto, se superaron, por una p arte, formas
de censura popular donde l a criminaliz ación es taba limitada por el localismo, el
parentesco, o la condición social y, por otra par te, por la indiscrimina da apl ica-
ción , por pa rte de la s autor idade s estata les y la s clase s gober nantes , de la
criminalización de la clase trabajadora en general como «clases peligrosas». Estos
aspectos se disolvieron en la medida en que se desarrolló la noción moderna de
delincuencia; pero ahora, la tendencia se da en dirección opuesta: estamos regre-
sando a una situación de enturbiamiento de la identidad de la delincuencia. Esta
es la consecuenci a o bvia de l os f actores mencionados en el capí tulo previo, en
donde los grupos sociales se veían unos a otros como portadores de riesgo. Existe
una extensa confusión entre la delincuencia r eal y una noción difusa de la necesi-
dad de forta lecerse, de hac erlo con la familia y el ve cindario, con tra la gente
riesgosa, contra la s n uevas «clases peligrosas», cuand o a menudo es tas últimas
toman connotaciones étnicas o de clase. Y como la otra cara de la moneda, aque-
llos que poseen dinero y propiedades, y son miembros de grupos con los que no
se tiene relaciones sociales de confianza y dependencia, cada vez más e l asun to
apare ce como un juego l impio y justo. Las persona s que no son cono cidas o
interactúa n co n e llos, se convierten en vehículo de sosp echas y de temor. Esto
resuena en la «sociedad de los otros», característica del capitalismo temprano cap-
turado por el retrato de Frederick Engels acerca de la vida urbana de la Inglate-
rra industrial, caracterizada por
la brutal indiferencia, el aislamiento insensible de cada uno a favor de sus
propios intereses... La disolución de la humanidad en nóma das, de los cuales
cada uno tiene un principio separado, el mundo de los átomos se lleva aquí a
cabo hasta sus últimos extremos (Engels, 1 845/ 1975, p. 329).

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