Supuestos peligros de una contrarrevolución - Consideraciones sobre Francia - Libros y Revistas - VLEX 976308708

Supuestos peligros de una contrarrevolución

AutorJoseph de Maistre
Páginas109-128
109
ConsideraCiones sobre FranCi a
X
sUpUestos peliGros de Una
contrarreVolUción
i. ConsiDeraCiones GeneraLe s.
Es un sosma muy corriente en esta época el insistir sobre los peli-
gros de una contrarrevolución para demostrar que no hay que volver
a la Monarquía.
El gran número de obras destinadas a convencer a los franceses de
que se conformen con la República no son más que el desarrollo de
esta idea. Los autores de estas obras insisten sobre los males irrepa-
rables de las revoluciones; después, observando que la Monarquía no
puede restablecerse en Francia sin una nueva revolución, concluyen
que es preciso mantener la República.
Este prodigioso sosma—tanto si procede del miedo como del de-
seo de engañar—merece ser cuidadosamente discutido.
Las palabras engendran casi todos los errores. Se acostumbra a dar
el nombre de contrarrevolución al movimiento, cualquiera que sea,
que ha de dar muerte a la Revolución; y, puesto que este movimiento
será contrario al otro, hay que esperar consecuencias opuestas.
¿Creemos, acaso, que el paso de la enfermedad a la salud es tan
penoso como el de la salud a la enfermedad?¿Y que la Monarquía,
derribada por monstruos, ha de ser restablecida por otros semejantes?
Los mismos que emplean este sosma, le hacen justicia en el fondo
de sus corazones. Saben de sobra que los amigos de la religión y de
la Monarquía no son capaces de ninguno de los excesos que han des-
honrado a sus enemigos; saben de sobra que, poniéndose en lo peor
y tomando en cuenta las debilidades humanas, el partido oprimido
encierra mil veces más virtudes que sus opresores. Saben de sobra que
el primero no sabe ni defenderse ni vengarse: bastante se han burlado
de él por ese motivo.
Para hacer la Revolución francesa, ha sido preciso derribar la re-
ligión, ultrajar la moral, violar todas las propiedades y cometer to-
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Joseph de Maistre
dos los crímenes; para esta obra diabólica ha sido preciso emplear tal
número de hombres viciosos que quizá nunca se han reunido tantos
vicios para realizar un mal. Por el contrario, para restablecer el orden,
el Rey convocará a todas las virtudes; sin duda será ese su deseo, pero
bastaría la naturaleza misma de las cosas para forzarle a ello. Su inte-
rés más inmediato será aliar la justicia a la misericordia; los hombres
más estimables vendrán por sí mismos a colocarse en los puestos en
que pueden ser útiles; y la religión, prestando su cetro a la política, le
dará las fuerzas que solo de esta augusta hermana puede recibir.
Es indudable que muchos hombres exigirán que se les muestre el
fundamento de estas magnícas esperanzas; pero ¿es que creen que
el mundo político marcha al azar, y que no está organizado, dirigido,
animado, por esa misma sabiduría que brilla en el mundo físico?
Las manos culpables que derriban un Estado producen, necesaria-
mente, desgarramientos dolorosos; porque ningún agente libre puede
contrariar los planes de su Creador sin atraer, en la esfera de su acti-
vidad, males proporcionales a la magnitud de su atentado; y esta ley
proviene de la Misericordia del gran Ser más que de su Justicia.
Pero cuando el hombre trabaja para restablecer el orden, se asocia
con el Autor del orden, y se ve favorecido por la naturaleza, es decir,
por el conjunto de las causas segundas, que son los ministros de la
divinidad. Su acción tiene algo de divina; es a la vez suave e imperio-
sa; a nada fuerza, y nada se le resiste; al ordenar las cosas las sanea;
a medida que opera, se ve cesar esa agitación penosa que es efecto y
síntoma del desorden, como bajo la mano del cirujano hábil el miem-
bro descoyuntado demuestra que ha vuelto a encajarse por la cesación
del dolor.
Franceses: vuestros seductores y tiranos fundaron lo que ellos lla-
man vuestra libertad entre el estrépito de cantos infernales, de blasfe-
mias del ateísmo, de gritos de muerte y largos gemidos de la inocencia
degollada; a la luz de los incendios; sobre las ruinas del trono y de los
altares, regadas con la sangre del mejor de los reyes y de otras innu-
merables víctimas; en el desprecio de las buenas costumbres y de la fe
pública, en medio de todos los crímenes.
Cuando volváis a vuestra antigua Constitución por medio de un
Rey que os de lo único que debéis desear, la libertad por el Monarca,
será en nombre de un Dios grande y bueno, conducidos por hombres
que Él ama y Él inspira, y bajo la inuencia de su poder creador.
¿Por qué deplorable ceguera os obstináis en luchar penosamente
contra ese poder, que anula todos vuestros esfuerzos a n de adverti-
ros de su presencia? Vuestra impotencia procede de que habéis osado
separaros de Él y hasta ir en contra suya: en el momento en que obréis
de acuerdo con él participaréis en cierto modo de su naturaleza; todos

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