De la influencia divina en las constituciones políticas - Consideraciones sobre Francia - Libros y Revistas - VLEX 976308703

De la influencia divina en las constituciones políticas

AutorJoseph de Maistre
Páginas75-79
75
ConsideraCiones sobre FranCi a
Vi
de la inFlUencia diVina en las
constitUciones políticas
El hombre puede modicarlo todo en la esfera de su actividad, pero
no crea nada: esa es su ley, en lo físico como en lo moral. El hombre
puede, indudablemente, plantar una semilla, cultivar un árbol, per-
feccionarlo por la poda y recortarlo de cien maneras diferentes; pero
jamás ha pretendido que tenía el poder de hacer un árbol.
¿Cómo ha imaginado que podía hacer una Constitución?¿Será por
experiencia? Veamos lo que esta nos enseña.
Todas las Constituciones libres conocidas en el Universo se han for-
mado de una de estas dos maneras. Unas veces han germinado, por
decirlo así, de una manera insensible, por la reunión de una multitud
de circunstancias de esas que llamamos fortuitas, y algunas otras veces
tienen un autor único que de improviso aparece y se hace obedecer.
En ambos casos se ve cómo Dios nos recuerda nuestra debilidad y el
derecho que Él mismo se ha reservado en el gobierno de los pueblos.
1.º Ninguna Constitución es resultado de una deliberación; los dere-
chos de los pueblos no están nunca escritos o, al menos, las actas
constituyentes, o los derechos fundamentales escritos, son solo
títulos declaratorios de derechos anteriores, de los que no puede
decirse otra cosa sino que existen porque existen1.
2.º Ya que Dios no ha juzgado conveniente emplear en este orden
de cosas medios sobrenaturales, circunscribe al menos la acción
humana hasta tal punto que, en la formación de las Constitucio-
nes, las circunstancias lo son todo y los hombres no son más que
circunstancias. Incluso, con mucha frecuencia, cuando persiguen
un objetivo, obtienen otro diferente, como lo hemos visto en la
Constitución inglesa.
1 siDney, Discurso sobre el Estado, t. I, § II. Habría que estar loco para preguntar quién dio
la libertad a las ciudades de Esparta, de Roma, etc. Estas repúblicas no recibieron de
los hombres sus cartas de libertad. Se las dieron Dios y la Naturaleza. El autor no es
sospechoso.

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