Del pueblo - Libro Segundo - Contrato social o principios de derecho político - El contrato social - Libros y Revistas - VLEX 976582502

Del pueblo

AutorJean-Jacques Rousseau
Páginas43-44
43
EL CONTRATO SOCIAL
fía o el ciego espíritu de partido no ven en ellos más que afortunados imposto-
res, el verdadero político admira en sus instituciones este grande y poderoso
genio que preside a las instituciones duraderas.
No es preciso deducir de todo esto, con Warburton 11, que la política y la
religión tengan» entre nosotros, un objeto común, sino que en el origen de las
naciones la una sirve de instrumento a la otra.
CAPÍTULO VIII
DEL PUEBLO
Lo mismo que un arquitecto antes de levantar un gran edificio observa y
sondea el terreno para ver si puede soportar el peso de aquél, así el sabio
legislador no comienza por redactar buenas leyes en sí mismas, sino que antes
examina si el pueblo al cual las destina es adecuado para recibirlas. Ésta fue
la razón por la cual Platón rehusó dar leyes a los arcadios y a los cirenienses,
sabiendo que estos dos pueblos eran ricos y no podían sufrir la igualdad; he
aquí el motivo de que se vieran en Creta buenas leyes y hombres malos, por-
que Minos no había disciplinado sino un pueblo lleno de vicios.
Mil naciones han florecido que nunca habrían podido tener buenas le-
yes, y aun las que las hubiesen podido soportar sólo hubiese sido durante
breve tiempo. La mayor parte de los pueblos, como de los hombres, no son
dóciles más que en su juventud: se hacen incorregibles al envejecer. Una vez
que las costumbres están establecidas y los prejuicios arraigados, es una em-
presa peligrosa y vana el querer reformarlos: el pueblo no puede consentir que
se toque a sus males para destruirlos de un modo semejante a esos enfermos
estúpidos y sin valor que tiemblan a la vista del médico.
Lo mismo que ocurre con algunas enfermedades que trastornan la cabe-
za de los hombres y les borran el recuerdo del pasado, se encuentran algunas
veces, en la vida de los Estados, épocas violentas en que las revoluciones
obran sobre los pueblos como ciertas crisis sobre los individuos, en que el
horror al pasado sustituye al olvido y en que el Estado, a su vez, oprimido por
las guerras civiles, renace, por decirlo así, de sus cenizas y vuelve a adquirir el
vigor de la juventud saliendo de los brazos de la muerte. Así acaeció en Esparta
en tiempo de Licurgo; en Roma, después de los Tarquinos, y entre nosotros, en
Holanda y Suiza, después de la expulsión de los tiranos.
Mas estos acontecimientos son raros, son excepciones, cuya razón se
encuentra siempre en la constitución particular del Estado motivo de excep-
ción. Ni siquiera podrían ocurrir dos veces en el mismo pueblo, puesto que
puede hacerse libre mientras sólo sea bárbaro; mas no puede hacerlo una
vez que se ha gastado el resorte civil. Entonces, las turbulencias pueden
11 Célebre teólogo inglés, muerto en 1779 (ED).

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