Libro Primero. La psicología de los pueblos y la filosofía del Derecho - Novísimo concepto del Derecho en Alemania, Inglaterra y Francia - Libros y Revistas - VLEX 1027316383

Libro Primero. La psicología de los pueblos y la filosofía del Derecho

AutorAlfred Fouillée
Páginas11-77
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Novísimo coNcepto del derecho eN AlemANiA, iNglAterrA y FrANciA
liBro primero
la psicología de los pueBlos y la FilosoFía del derech o
La losofía del derecho estudia, en su parte histórica, las diferentes
concepciones del derecho, formadas en los principales pueblos; en su parte
propiamente losóca, examina las diversas ideas posibles del derecho en sí
mismas, y determina la parte de verdad de cada una. El estudio histórico es, a
nuestro juicio, secundario; la psicología de los pueblos no servirá, pues, aquí,
más que de preliminar, o como se dice en Inglaterra, de ilustración a nuestra
doctrina del derecho que, en sí misma, es independiente de la historia. Asignar,
en este libro, el primer puesto a las consideraciones históricas y psicológicas,
seria confundir lo accesorio con lo esencial.
No tenemos inclinación alguna hacia las clasicaciones terminantes y
sistemáticas en que se complacen los partidarios de la teoría de las razas; las
grandes naciones europeas son hermanas por el espíritu como por la sangro;
ninguna puedo ser encerrada en una escuela de losofía, ni aprisionada en la
fórmula estrecha de un sistema exclusivo. Mas no por esto dejan de existir,
en los diversos pueblos, tradiciones y tendencias diferentes. La historia y
la psicología de los pueblos modernos nos muestran, si no nos engañamos,
tres momentos principales en la evolución de la idea del derecho: el primer
momento es una síntesis, confusa todavía, de las diversas concepciones
posibles del derecho, que vemos desenvolverse casi simultáneamente en cada
gran pueblo. En Inglaterra, por ejemplo, Hobbes funda el derecho en la fuerza
y en el interés; Locke en el interés y en la libertad. La escuela cartesiana, con
Spinoza, admite una teoría análoga a la de Hobbes; los lósofos franceses
del siglo XVIII sostienen, ya el derecho de la fuerza, ya el del interés, ya el
de la libertad; Rousseau funda expresamente el derecho en la igualdad de
las libertades, que se realiza en el contrato social (entendido, sin duda, de
otro modo que como lo entendía Hobbes). En Alemania, Kant y Fichte toman
por base del derecho la libertad moral y la reciprocidad de la coacción social;
Schiller y Goethe están animados de un espíritu análogo. Hegel comienza la
vuelta al culto de la necesidad histórica, de la fuerza intelectual o material,
del buen éxito, de las conquistas y del genio; sus sucesores van todavía más
lejos, pero su inuencia predominante no ha impedido, sin embargo, el
desenvolvimiento de las doctrinas de Krause y de Herbart, por no hablar de
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Alfred fouillée
los últimos ensayos de Hermann, de Fichte, de Trendelenburg y de Ulrici, que
han ejercido una débil inuencia sobre la opinión germánica.
Francia, por su parte, después de sus Constituyentes, sus girondinos y
sus jacobinos; después de su escuela de los derechos del hombre, ha tenido
en nuestro siglo sus escuelas teocráticas, representadas por De Maistre, De
Bonald, Lamennais, sus escuelas legitimistas y los llamados «clericales de
sentimiento», es decir, Chateaubriand, ciertos románticos, los neocatólicos,
etcétera. Vinieron después los saint-simonianos, muy imbuidos de una
especie de fatalismo histórico; los positivistas, para los cuales no hay
derechos propiamente dichos, sino solamente deberes, y, en n, los socialistas
autoritarios de todas las sectas. Proudhon mismo, uno de los defensores de
la idea de justicia, se ha complacido en identicar, desde el punto de vista
internacional, el derecho y la fuerza. Hoy todavía, tenemos entre nosotros más
de un partidario del Derecho histórico, empezando por Taine.—De todos estos
hechos, ¿qué debemos deducir?—Una sola cosa: que los diversos aspectos
del derecho se han presentado, casi a la vez, a las diferentes naciones, y que
subsiste todavía en cada una mezcla de ideas contrarias.
No es menos cierto que, a partir del siglo XIX, reemplaza una especie de
división, y como de análisis, a la confusión sintética de las doctrinas. Tres
ideas solamente, cada vez más marcadas, permanecen en presencia una de
otra. Las dos primeras —la del mayor poder (material o intelectual) y la del
interés mayor— son de tendencia realista; la tercera —la de libertad, igualdad
y fraternidad— es idealista. Aunque estas concepciones coexisten siempre en
cada uno de los pueblos civilizados (sobre todo entre los lósofos), ¿acaso
no hay, actual y provisionalmente, en las principales naciones, una tendencia
a regular su conducta, su legislación y su política, con arreglo a una de las
concepciones más bien que con arreglo a otra? Tal es el verdadero punto en
litigio para la psicología de los pueblos y para la historia.
Si no nos engañamos, se ha producido hace un siglo un acontecimiento
capital que, por su acción intensa en la marcha de la historia, y después por
la reacción igualmente intensa que ha provocado, no podía menos de lanzar
a las diversas naciones por caminos diferentes, hasta tanto que el porvenir las
reúna un día y las reconcilie. Este acontecimiento es la revolución francesa. Los
ingleses han contribuido gloriosamente, primero por el ejemplo de sus propias
revoluciones, luego por el de sus constituciones políticas, y, últimamente, por
las teorías liberales de sus lósofos. Pero la revolución, como era inevitable,
tomó en Francia un carácter general, humanitario, social, que no había podido
adquirir, en un principio, en Inglaterra, y que, por otra parte, es opuesto a
las consideraciones pura mente nacionales de raza, de lengua, de historia, en
que el genio alemán busca con gusto la justicación de sus conquistas. Por
desgracia, la revolución comprometió la causa del derecho universal dándole
por instrumento la violencia, provocada por las resistencias interiores y
exteriores.
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El nuevo derecho, proclamado por la revolución, y la violencia de sus
defensores, tenían que provocar una reacción hasta en Francia. Esta reacción
se extendió, naturalmente, a los demás pueblos, a los cuales habían inspirado
las guerras del imperio una justa conanza contra el espíritu de la revolución,
tal como la interpretaba el cesarismo.
Resultaron de aquí dos consecuencias necesarias: 1.º En Francia se ha visto
subsistir, una frente a otra, la teoría idealista de derecho, y la teoría realista,
en sus formas extremas, pero con un predominio creciente de la primera,
predominio inevitable entre nosotros por la aceleración del movimiento
democrático igualitario y antifeudal. 2.º En Inglaterra y en Alemania, por
el contrario, la reacción contra el movimiento revolucionario ha sido, por lo
general, más fuerte que el movimiento mismo, como lo prueba la persistencia,
en las dos naciones, de un régimen aristocrático y en parte feudal; la teoría
realista ha acabado por predominar en nuestros días sobre la teoría idealista. Y
no es esto todo. Siendo la doctrina idealista susceptible de dos interpretaciones,
Inglaterra y Alemania han manifestado ya por una, ya por otra, una
preferencia instintiva que se explica por la diferencia de su organización social
y política. El régimen de Inglaterra es el industrialismo, descrito por Spencer
en su Sociología; el régimen de Alemania es lo que el mismo Spencer llama el
militarismo. A los ingleses, llegados a la civilización más tarde que Francia y
los pueblos latinos, les envió en otro tiempo Francia sus normandos, pero no
les puedo hacer aceptar el derecho romano con sus generalidades abstractas,
ni el catolicismo con su espíritu autoritario. Además, gracias a su posición
geográca, Inglaterra es el primer pueblo de Europa (después de Holanda)
en el cual el espíritu militar ha cedido, dejando paso al espíritu de comercio
e industria. Los alemanes, llegados todavía más tarde a la civilización, y en
nuestros mismos días a la unidad, han conservado necesariamente en la masa
algo de rudeza, hasta en su ciencia y en su losofía; los instintos altruistas
son en ellos más recientes que en Francia o Inglaterra, y el régimen militar
ha llegado a desenvolverse más que en parte alguna. Así como la idea a la
cual conduce el industrialismo, es explícitamente la del interés, la idea sobre
la cual se apoya, al menos implícitamente, el militarismo, es la del poder.
¿Cuál ora, pues, hace cincuenta años, el único camino abierto lógicamente
para una nación industrial y todavía feudal, quo reaccionaba contra los
excesos teóricos o prácticos del derecho puro y abstracto? Era el utilitarismo
propiamente dicho. ¿Cuál era, hace cierto número de años, el camino abierto
para una nación militar y feudal, que reaccionaba contra los mismos excesos?
Era la preocupación y el respeto, más o menos maniesto, del poder material
e intelectual. La separación actual de las tendencias entre los jurisconsultos,
los políticos, los publicistas y los lósofos en boga de los diversos países era,
por tanto, inevitable, histórica y lógicamente. Esta separación es, desde luego,
provisional, y entrevemos ya el momento en que se establecerá, en el espíritu
de cada nación, el equilibrio entre las ideas de poder, interés y libertad. No
por esto es menos útil, para apreciar el valor de esos diversos elementos de

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