Libro III. El Derecho y el interés mayor - Novísimo concepto del Derecho en Alemania, Inglaterra y Francia - Libros y Revistas - VLEX 1027316440

Libro III. El Derecho y el interés mayor

AutorAlfred Fouillée
Páginas95-116
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Novísimo coNcepto del derecho eN AlemANiA, iNglAterrA y FrANciA
liBro iii
el derecho y el iNterés mayor
i
ideal de la teoría utilitar ia
Los primeros que emprendieron la crítica de la doctrina utilitaria no pudieron
considerarla más que bajo los dos aspectos que había ofrecido sucesivamente
en la política de Hobbes, donde se confunde con la doctrina de la fuerza;
anarquía al principio y despotismo al nal, guerra de todos contra todos y
dominación de uno solo sobre todos; pero en nuestros días un movimiento
nuevo ha conducido a la losofía utilitaria hacia regiones superiores. Como
las demás grandes escuelas contemporáneas, quiere elevarse por encima de la
anarquía y del despotismo. Por todos los caminos, hasta por los más opuestos,
el pensamiento moderno tiende a un liberalismo nal. La libertad se ve, desde
luego, amenazada tantas veces en su progreso, que no le sobra ninguno de
esos argumentos para sostenerse; vale más ser liberal en consideración al
interés o al poder, que desconocer el valor de la libertad. Recojamos, pues,
primeramente, puesto que los utilitarios nos enseñan a no desperdiciar nada,
y reduzcamos a sistema las principales razones que pueden proporcionar
ellos en favor de la causa común.
El n propuesto por la escuela utilitaria a la losofía del derecho y a la
ciencia social entera, no es otro que la mayor felicidad de la sociedad humana.
Según esto, y para no hablar más que del interés, la primera condición de esa
universal felicidad, ¿no es la libertad universal? Por ejemplo, si en lugar de
componerse de trabajadores esclavos explotados por un amo, se compone una
sociedad de trabajadores libres, que obran voluntariamente y de buena gana,
la suma de fatiga disminuye y la suma de placer aumenta. Así ocurre en todas
las instituciones civiles o políticas. Quien dice violencia, dice sufrimiento; la
coacción social deberá, por lo tanto, reducirse a lo estrictamente necesario,
y como no puede existir ley alguna sin coacción, toda ley, mirada desde el
punto de vista utilitario, será en sí misma un mal. La legislación es como
la medicina; su única misión es elegir entre los males, y el legislador debe
guardarse de sobrepujar el mal del delito con el mal del remedio. Si toda
ley conere un derecho a los unos, impone a los otros una obligación; si
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Alfred fouillée
cada derecho es, desde el punto de vista económico, una adquisición, cada
obligación es un sacricio.
El gobierno se aproxima a la perfección —dice Bentham— a medida
que la adquisición es mayor y más exiguo el sacricio; de donde brota esta
importante consecuencia, muy bien deducida por el autor del Tratado de
legislación civil y penal: hay siempre una razón contra toda ley, y una razón
que, a falta de otra, sería suciente por sí misma; «que la ley menoscaba la
libertad.» Todo aquel que propone una ley debe probar, no solamente que
existe una razón especial en favor de esa ley, sino, además, que dicha razón
se sobrepone a «la razón general contra toda ley», consejos prácticos de una
prudencia verdaderamente inglesa y verdaderamente universal también, que
deberían meditar los que miden el progreso del Derecho por el crecimiento de
las leyes y de la reglamentación.
Como la libertad, la igualdad se recomienda por razones de interés. Puesto
que la coacción de la ley es hoy todavía un mal necesario, al menos debe ser
perfectamente reciproca. De este modo, cada cual no sacricará, en efecto, en
benecio de los demás, sino una parte de su libertad absolutamente igual a
la que otro sacrica en provecho suyo; la cifra de la pérdida y la del benecio
se compensarán y habrá equilibrio entre el deber y el haber. Mejor dicho,
habrá benecio: haciendo todos el mismo sacricio por mí, seré respetado y
protegido por todos, tendré a mi servicio la fuerza de todos. El mayor interés
está, por lo tanto, en la mayor igualdad de las libertades.
Siendo libres e iguales, ¿cómo no han de reconocer los individuos la utilidad
superior de la acción en común, dentro de lo que Bentham llamaba «la gran
empresa social»? En lugar de procurar directa y exclusivamente su felicidad
propia, buscarán la felicidad humana, tesoro en el cual encuentra cada uno
tanto más que tomar, cuanto más han aportado todos. El individuo recibirá
así de la sociedad más de lo que él ha dado. De aquí una simpatía universal,
una universal diligencia en prestarse servicios, un cambio universal de todos
los goces: el interés más alto y la más elevada fraternidad.
Tal es la evolución liberal que la losofía utilitaria tenía que cumplir tarde
o temprano, después de haber tomado, en sus orígenes, la forma anárquica y
despótica. La historia de las escuelas inglesas contemporáneas no hace más
que desarrollar ante nuestros ojos lo que de antemano encerraba la lógica
interior del sistema.
Queda por examinar si el ideal de los utilitarios es realizable de hecho,
por la mera combinación de los intereses, sin ningún llamamiento a esos
«principios místicos», que se llaman derechos o deberes y que Bentham
desprestigiaba con un nombre que a sus ojos expresa el último grado de la
locura: «ascetismo».

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