Al ilustre profesor Sr. Diodato Lioy
Autor | Vicente Romero y Girón |
Páginas | 15-18 |
15
FilosoFía del derecho
al ilUsTre ProFesor sr. diodaTo lioY
Bien a mi pesar, respetable amigo, tengo que renunciar al deseo y al
deber, por mí voluntariamente aceptado, de escribir un Prólogo para
la edición española de su excelente libro intitulado FilosoFía del de-
recho, que por doquier ha hecho comprender su valía, como lo atesti-
guan las traducciones que vieron la luz en diversos países.
Esta mi falta, no daña, sino que favorece al libro. Hubiera sido mez-
quino estuche para encerrar preciosa alhaja, y aunque esta no desme-
reciese, correríamos el riesgo de que la vestidura dicultara la percep-
ción inmediata de su mérito.
Ello, no obstante, Ud. y el traductor D. Luis Moya, han querido que
mi nombre gure al frente, y esta inmerecida atención oblígame a dar
a Uds. público testimonio de mi profunda gratitud, tanto más intensa
cuanto que el benecio es más considerable.
Solo me explico la predilección de Uds. porque le consta que jamás
he comulgado en ninguna confesión materialista, ni tampoco, en mo-
mento alguno, me he dejado pervertir por el moderno positivismo,
que todo lo invade y adultera con agravio de los sentimientos más
hondos y constantes del hombre, tan reales y positivos, valga la frase,
como los resultados de una combinación química o los fenómenos na-
turales que a diario perciben los sentidos.
En este concepto, la obra de Ud. paréceme clara demostración de mi
tesis en cuanto enalteciendo y reconociendo la primacía de los princi-
pios éticos, patrimonio de la humanidad, viene a contrastarlos a cada
paso con lo resultante de la labor histórica, haciendo patente su inne-
gable realidad.
Cuán útil y meritoria sea la empresa por Ud. acometida, no creo
necesario encarecerlo. Lo conveniente es que resulte ejemplar y ayude
a levantar el espíritu decaído de muchos que, sinceramente espiritua-
listas, se sienten, como Simmaco, poseídos de desconsuelo y presa de
terrores ante la invasión creciente de las nuevas ideas.
Nada se alcanza con la pena y a nada se llega con el desaliento.
Declararse vencidos desde los primeros momentos, es un acto de co-
bardía incompatible con toda seria convicción.
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