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La comunidad de estados y la cuestión de la superación del Estado

AutorHelmut Kuhn
Cargo del AutorProfesor de la Ludwig-Maximilians-Universität de Múnich
Páginas203-240
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EL ESTADO. UNA EXPOSICIÓN FILOSÓFICA
VII
LA COMUNIDAD DE ESTADOS Y LA CUESTIÓN
DE LA SUPERACIÓN DEL ESTADO
1. El Estado entre Estados
La vieja comparación del Estado con un ser vivo mantiene su limitada justifi-
cación. Correctamente entendido no nos lleva en modo alguno a atribuir al Estado
una sustancialidad , a la que no tiene derecho alguno. En lugar de eso, presta aten-
ción a l a totalidad estructurada del cuerpo estatal: a su naturaleza de teleológica
unidad eficiente, en la que se asigna a cada órgano su función. La totalidad no se
presenta como objeto de admirada contemplación, sino como una tarea para una
investigación más exacta. Tanto la distinción de los momentos constitutivos como
también la determinación de las relaciones que trascienden el Estado (con la socie-
dad, la Iglesia, el mundo cultural ) sir ven para la elaboración de la articulación
orgánica. Con lo que se muestra que la imag en heur ística d el org anismo puede
conducir a error no sólo porque sugiera una falsa sustancialidad, sino también por
su carencia de espiritualidad. Un politólogo francés de nuestro tiempo se expresa
así: «El Estado existe, porque es pensado» 1. «Y como es pensado», añadiríamos, una
vez que hemo s conocido la relación que existe entre Estado y mundo cultural, y
sabemos que esa y otras formas de su socialización no están simplemente adheridas
al Estado, sino que le pertenecen íntimament e. For man p arte de un a es tructura
orgánica: de nuevo se impone la comparación biológica. Mutatis mutandis, el carác-
ter descriptivo y asimismo normativo de los conceptos que determinan la esencia
del Estado tiene un pandán biológico. Hay una fisiología, pero también una patolo-
gía d el Estado, y ambas es tán inseparablemente conexas.
Ahora bien, la analogía nos hace dar un paso más. La vida interna del ser vivo
inserto en su medio no hay que s epararla de sus relaciones con los seres vivos
similares y r odeados de las mismas condiciones de medio ambiente. Su sociabili-
dad es un aspecto de su naturaleza. Semejantemente, el Estado: para captar su reali-
dad plena hemos de verle como Estado entre Estados. Su efectividad no sólo se
limita a ocupars e de sí mismo. La idea del Estado autárquico es la ficción fructífera,
pero también limitadora, que pudo permitirse la teoría griega de la polis: una pandán
con el templo griego, emplazado en el limitado terreno de un monte elevado, que
se preocupó tan poco del templo an ejo, como se ponía en relación directa con el
cosmos. No podemos detenernos en tal limitación. Distinguimos la vida interna del
1Georges BURDEAU,Traité de Science politique, París, 1949, p. 230: «L’état existe parce qu’il est pensé».
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HELMUT KUHN
Estado de la externa y remitimos ambas a uno y el mismo impulso vital. Acepta-
mos que toda acción de política interna puede tener una importancia en la política
exterior, y si es suficientemente importante, la tendrá, y viceversa. Ciertamente, las
polis griegas estaban muy próximas entre s í, pero presentaron recíprocamente sus
murallas. Mas nosotros consideramos la típica estructura política de tiempos poste-
riores, el Estado territorial, que se ha de repartir con otros Estados el suelo habita-
ble de una tierra común, que tiene vecinos, de los que le separan fronteras abiertas
o naturales, pero nunca infranqueables, y que o está inserto con otros Estados en un
mismo marco regional o continental, o por múltiples condiciones g eográficas, está
separado de ellos por montes o aguas. Los Estados son accesibles entre sí, ya sea en
un limitado círculo regional, que posibilitó a los antiguos reinos considerarse uni-
versales, o bien con una plenitud total, como es característico en nuestra época. Ya
de tiempo atrás se intuyó qu e la historia de cada pueblo y Estado es en úl tima
instancia un trozo de la historia de la humanidad, a pesar de las noticias disemina-
das, inseguras y frecuentemente fabulosa s y de los encuentros ocasio nales. Sólo
recientemente la historia de la humanidad se ha convertido en realidad concreta,
visible por todos. Se dibujan los contornos de una sociedad global de la humani-
dad. Gracias a la r ed de medios de transporte que se extiende a toda la tierra, todo
Estado es vecino de todos los demás.
El grado de accesibilidad física es menos determinante de la proximidad y
lejanía en las concretas relaciones in terestatales que la afinidad interna o diversidad
por la constitución natural de los pueblos y razas, trad ición histórica, lenguaje,
costumbres de vida, nivel de desar rollo cultural, forma de las instituciones políticas
y sociales y principios religiosos. Surgen así agrupaciones y relaciones de pertenencia
de diverso estilo, que se basan en una parcial igualdad y que a su vez crean igualdad.
Pues al modo de la s relaciones entre personas, también las que existen entre pueblos
y Estados conducen a una recíproca equiparación. Pero la igualdad vincula: en la
amistad o en la enemistad, dependiendo de si se afirma o se niega lo que es común.
Así, Europa no sólo era un concepto geográfico, sino una realidad social y política,
y puede un día serlo de nuevo. En sentido más modesto, se habla de la comunidad
de pueblos anglófonos; en otro sentido, del mundo atlántico, del mundo del Islam
o de los Estados del bloque oriental. La institucionalización política de las relaciones
mediante pactos y tratados sólo puede ser eficaz si reposa sobre una comunidad ya
existente. Por eso, la debilidad del gigan tesco instrumento de la unión de pueblos
creado después de la II Guerra mundial, las Naciones Unidas, reside en que está en
consonancia con esa exigencia sólo de modo insuficiente: el techo global está soste-
nido por un muro exterior más insinuado que real. Por eso, l os problemas concretos
de l a humanidad exigen un complemento de pactos regionales.
El Estado existe, siempre y cuando sea sabido y querido por sus ciudadanos.
Sabido y querido como ese Estado concreto, y esto significa que en la conciencia
afirmativa del Esta do s e con tienen las relaciones amistos as c on l os ve cinos, las
alianzas y, dicho de modo más general, la situación de mi Estado, de mi patria, en
el mundo de los Estados y patrias. El buen francés o el buen alemán puede ser
también un buen europeo y un buen ciuda dano del mundo. Todo Es tado constituye
un ámbito público: todo lo estatal que ocurra en ese ámbito sucede para todos, ante
los ojos de todos, a no ser que haya motivos válidos para mantener secreto. La
acción del Estado en su totalidad tiene lugar ante los ojos del mundo, esto es, a nte
la comunidad global o regional de Estados. Por eso son también contempladas y
juzgadas aquellas reglas o hechos que n o afectan inmediatamen te al bien de los
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ciudadanos de otros Estados. No hay indiferencia de unos hombres para con otros,
y hoy, cuando lo s medios de comunicaci ón transmiten toda nov edad al globo
terráqueo más allá de todas las fronteras, esa verdad humana se ha hecho en mayor
medida que nunca un factor de la polí tica. Y a pesar de estar autoposeídos, incluso
los fascistas y nacional-socialistas no han cesado de escuchar al mundo con obstina-
da inquietud, y al que procuraban ocultar sus peores crímenes; y la rectificación de
los métodos políticos de la Unión Soviética puede ser entendida hasta cierto punto
como una aclima tación. Incluso el amor a la patria, siendo en tan escasa medida
asunto de comparaci ón y de elecci ón, tiene a l a v ista, sin embargo, a los otros
países. El individuo será real y cognoscible como este específico carácter, señalado
por cualidades determinadas, para otros y para sí, den tro de las múltiples relacio-
nes de la convivencia en la sociedad. Algo semejante ocurre con el Estado indivi-
dual. En cuanto ser articulado y vivo sólo existe junto con y p or med io de sus
iguales. El amor a la patria no da la espalda al mundo, en el sentido algo así del mal
empleado Our count ry, right or wrong2, sino que quiere hacer lucir ante todo el
mundo la legitimidad de su patria. La vergüenza por el propio país es el reverso
del calenturiento nacionalismo. Sólo el angustiado, el que al despreciarse a sí mis-
mo se ha entregado al mal, llega a amarse a sí mismo, al amigo y a la amiga e
incluso a la patria sólo porque si n o, nadie encontrará digno de amor ese objeto
inseparable de él: su amor es odio disfrazado.
Las palabras que la cortesía internacional pon e en boca del jefe del Estado o del
representante diplomático ante un auditorio extranjero, por ilusorias que sean, sigue
siendo verdad que en esas formas d e cortesía hay un fondo de verdad. Así como hay
pueblos y Es tados como vivas entidades colectivas, hay también como un momento
de aquel consensus vivificans que mantiene unido el cuerpo estatal, una relación real
de un pueblo con otr os pueblos, unas vinculac iones rea les, ca mbiantes, con un a
peculiar histor ia de altibajos, de un Estado con otros Estados , se mejantes a las
relaciones entre persona y persona: relaciones que, de hecho, se actualizan en rela-
ciones personales y que, sin embargo, se diferencian característicamente de éstas. Un
Estado no podr ía ser lo que es, si no estuviera representado por una persona que lo
incorpora: un jefe de Estado capaz de mostrar el Estado no sólo a sus ciudadanos, sino
a la totalidad de sus ciudadanos cara al exterior, cara a los Estados coetáneos. El
panorama del Estado queda incompleto si se contempla desde dentro, desde el punto
de vista del ciudadano. Esa vista primera y justamente dominante ha de ser corregida
por la «contemplación exterior», que abarca al universo de los Estados como un todo,
y que reconoce a cada Estado como uno entre otros. La primacía sigue detentándola
la política interna. Quien, por el contrario, afirma el primado de la política exterior
admite que la situación de emergencia caracteriza la relación normal entre Estados.
Consciente o inconscientemente niega con ello el principio de la paz y , en lugar de
ello, confiere sólo vali dez al armisticio. Mas el principio de la normalidad del estado
de emergencia se apoya, por su parte, en la suposición de que la tendencia dominante
del Estado es, conforme a las palabras de Leopold von Ranke, «erigir todas sus
instituciones con el fin de afirmarse. Ese es su supremo principio»3. Una expresión
2En un brindis, en abril de 1816, en Norfolk, dijo Stephen Decatur, un almirante americano: «Our
country! In her intercourse with foreign nations may she always be in the right; but our country, right or
wrong».
3«Politisches Gespräch» (1836); cf r. H. HEFFTER,Vom Primal der Aussenpolitik, «Historische Zeitschrift»
171/1 (1950), 1-20; H. ROTHFELS,Vom Primat der Aussenpolitk, «Aussenpolitik» I/4 (1950), 274-283 y
VI/5 (1955), 277-285.

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