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El Estado y sus colaboradores: sociedad, iglesia, cultura

AutorHelmut Kuhn
Cargo del AutorProfesor de la Ludwig-Maximilians-Universität de Múnich
Páginas161-202
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EL ESTADO. UNA EXPOSICIÓN FILOSÓFICA
VI.
EL ESTADO Y SUS COLABORADORES:
SOCIEDAD, IGLESIA, CULTURA
1. El Estado en cua nto educad or
El Estado existe en cuanto e s vivido por sus ciudadanos. Sin ser infieles a
nuestra afirmación fundamental, en el capítulo precedente hemos subordinado, sin
embargo, esa vivencia al punto de vista del «status», de la forma constante. Y ese
análisis estructural ha puesto de manifiesto tres estructuras fundamentales entrela-
zadas entre sí: el Estado como relación de poder, como comunidad de vida y como
orden jurídico1. En los tres capítulos finales ponemos en movimiento esa configura-
ción. En un doble sentido significa eso una modif icación del curso hasta ahora
seguido. El medio en que se mueve el Estado, en el que tiene su ser, su vida y su
esencia, es la historia. Por eso, en las consideraciones previas, referidas a la estruc-
tura, ya a pareció la historia a nuestra observación. En lo que resta ha de ponerse de
manifiesto su importanc ia de modo más decisi vo. No obstan te, n o es propó sito
nuestro narrar historia. Incluso al observar un movimiento no hay que fijar tanto
las fases de su desarrollo como la estructura de su ritmo. Lo que quiere decir —y
con ello llegamos al segundo y decisivo desvío del camino hasta ahora recorrido—
que captamos el Estado en su relación con las fuerzas en movimiento situadas fuera
de él: «fuera de él» significa, de una parte, fuera del ámbito de poder del Estado y,
de otra, fuera del Estado concreto y específico; a la manera como el Estado vecino o
los otros Estados en el ámbito de las relaciones interestatales son algo externo a él.
Se funda un Estado, y ese acto fundacional se ha realizado, bien en la oscuri-
dad de la prehistoria o a l a luz de nuestro conocimiento histórico . De hecho se
realiza hoy siempre, por decirlo así, ante nuestros ojos. El Estado así fundado inicia
su ciclo vital. Ninguna ley cuasibiológica estructura ese ciclo o limita su duración.
Es, semejantemente a la vida del individuo, una diagonal que d imana de la con-
fluencia y contraposición de fuerzas internas y externa s. El Estado es conmovido
por crisis, llevado al borde del abismo por catástrofes como guerra o revolución, se
presenta en forma diversa mediante una renovación interior, hasta que por último
cae en la descomposición y suministra nueva materia para la consideración de lo
perecedero de los regna. ¿Por qué cayó Roma? Con esa pregunta se ha intentado
raramente formular la pregunta que está en su base y mucho menos responderla:
«¿Por qué caen por tierra los Estados?» Expresivas sugerencias para una respuesta
1La misma tríada se encuentra en R. M. MACIV ER,The Modern State, Londres, 1964 (1.a ed. 1926):
association, sovereignty, law.
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posible se encuentran en Platón y respuestas parciales se encuentran diseminadas
en la bibliografía histórica y política. Considerando lo dicho hasta ahora se puede
sin dificultad comprender la r azón del insatisfactorio estado en que se encuentra la
cuestión. Si es verdad que el Estado representa para el hombre una tarea inevitable,
pero al mismo tiempo exigente, lo verdaderamente asombroso y problemático no
será la caída del Estado, sino la existencia y permanencia del mismo: se presenta
como el triunfo, siempre a intentar, sobre las fuerzas que lo deterioran. Es lo que es
por naturaleza, pero al mismo tiempo arrancado a una naturaleza corrompida. En
la naturale za misma, esto es, en la natural eza del hombre, está la causa de lo
perecedero de todas las instituciones estatales.
Entre los historiógrafos de nuestro tiempo, ninguno se ha ocupado más pro-
fundamente con el problema de la decadencia del Estado como Arnold Toynbee. Es
cierto que en el centro de sus consideraciones no están los Estados, sino las civiliza-
ciones o sociedades (societies). Pero la vida de las formaciones sociales investigadas
por él es en buena medida idéntica a la vida de las formas de Estado, especialmente
a la vida de los llamados Estados universales (universal States), y ello vale especial-
mente par a China, Egipto y Roma. El ritmo vital de estos cuerpos comunitarios lo
sigue Toynbe e o rientado por el concept o « estímulo-y-res puesta» (challen ge-and-
response)2. «Estímulo» si gnifica aquí la suma de f uerzas operativas externas que
incitan a obrar, y «respuesta» la réplica espontánea que surge del impulso vital de
la comunidad. Sobre esa base creadora, Toynbee desarrolla en los tomos IV-VI de
su gr an obra, A Study of History, una patología moral y política, cuya importancia
para la comprensión de la problemática filosófico-p olítica no ha sido sufici ente-
mente apreciada. El análisis del drama del hundimiento y desintegración conduce a
una serie de conceptos, que en parte afectan a la motivación (como la «mimesis
mecanicista», y la «némesis de la fuerza creati va», la « idolatría»), en parte a la
forma social y anímica de la disolución (como la relación sucesiva entre cisma y
palingénesis, la transfor mación de las minorías creativas en minorías domina ntes,
la formación de un proletariado externo e interno, el cisma intraanímico, la ruina
de la conciencia del tiempo en la antítesis entre arcaísmo y futurismo), en parte a la
forma móvil de la descomposición, determinada ante todo por la alter nancia de
fases de pánico y fases de repliegue (rout and rally).
Toynbee n o es lo bastante filósofo como para encontrar el vínculo unificador
que une esos elementos de su sinóptica interpretación en un concepto de hombre
conforme a su esencia histórica y política, y parece que, al plantear la cuestión
antropológica en los volúmenes posteriores, el influjo de la psicología profunda de
C. G. Jung le impide hacer jus ticia a su intuición originar ia3. Mas, a la luz de
concepto de «Estado como vivencia», la pintura al fresco de la historia llevada a
cabo por Toynbee se muestra como única y gran ilustración de los principios de
una antropología política. En todas las fases de la interpretación reconocemos al
hombre bajo el impulso de su experiencia histórica como aquel con que nos hemos
encontrado en los análisis precedentes. De él mismo, de su voluntad política, proce-
de la fuerza que mueve la historia y que le lleva a superar l a existencia amenazada
erigiendo una duradera estructura de poder y, mediante una vida social dirigida
2A la pregunta mía sobre la fuente de la que procede esa pareja de conceptos, respondió Toynbee:
del libro de Job.
3De forma ingeniosa, pero superficial se ha señalado que los primeros seis volúmenes del Study nos
muestran a Toynbee co mo el Spengler de la II Guerra mundial, y los cuatro siguientes como el
Bossuet del siglo XX.
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por el bien común, no sólo a asegurar la paz y el bienestar, sino proporcionar a la
humanidad su determinación específica, su existencia digna. Y nuevamente se ob-
serva que esa voluntad de hacer historia y Estado yerra, se distorsiona y es forzada
a decisiones catastróficas, no sólo ni en primer lugar por el choque de incontrola-
bles poderes externos, sino por él mismo, por una corrupción que en él habita. Esa
confusión, que confiere a la historia el sello de una tragedia, surge de dos fuentes
que manan coetáneamente: de la falta de claridad en la visión de la tarea de gobier-
no y de la fuerza seductora del poder en cuanto tal, que degrada la voluntad de
poder en pleonexia, en un embriag ador querer más y más. De donde se sigue que
una teoría de las formas de decadencia social y estatal, tal como ha sido desarrolla-
da por Toynbee, esboza al mismo tiempo el proceso de decad encia humana en el
individuo. Cada uno de los conceptos enumerados por nosotros a modo de ejemplo
y de forma incompleta, que articulan el hecho de la desintegración social, tiene su
equ ival ente indi vidu al y psic ológ ico; y est o val e inc luso para con cepto s
sociológicamente tan evidentes como «proletariado externo e interno». Sin excep-
ción se mantiene la validez de dos principios recíprocamente dependientes uno de
otro: el principio del Estado como meganthropos o del ciudadano como mikropolis; no
sólo se encuentra el hombre en la comunidad (de civilización o política), sino que la
comunidad se encuentra en él; él es un mikrokosmos social y, viceversa, la sociedad
organizada es un meganthropos. El otro principio que se mantiene es el de la identi-
dad entre la verdad política y la humana: sólo introduciendo un concepto adecuado
de hombre se puede determinar convenientemente la tarea política. Sólo a l a luz de
la reflexión filosófica se puede reconocer la tarea política como lo que es.
Ahora bien, hay una diferencia característica entre el concepto más amplio de
civilización (en el sentido de Toynbee) y el más estricto de Estado, que consiste en
que quien pertenece a una civilización no precisa saber absolutamente nada de esa
pertenencia. Pues las civilizaciones se reconocen y reciben una denominación gene-
ralmente sólo por una mirada retrospectiva, que además ha de armarse con los
refinados instrumentos intelectuales desarrollados por las modernas ciencias histó-
ricas. Así, Toynbee se sirve, como es propio del historiador, de un instrumental de
«conceptos reflexivos». Por el contrario, es esencial al Estado que sea consciente a
sus ciudadanos y querido por ellos; por ello, la Filosofía práctica se presenta, con
sus propios «conceptos proyectivos», como el modo de consideración más apropia-
do a su naturaleza. El interés teórico no se dirige aquí tan sólo al destino del Estado
en el pasado, sino en primera línea a las posibilidades que se desprenden de su
esencia tanto en el pasado como en el presente y futuro. Otro tanto dígase del
movimiento del Estado a través del tiempo: no es cuestión primordial cómo se las
hubo en el pasado respecto de su consistencia o debilidad, sino cómo procura su
pervivencia conforme a su naturaleza. Y la respuesta es: ante todo, mediante la
educación. Pero esta afir mación ha de fundamentarse4.
La consistencia del Estado en el movimiento de la historia sólo puede pensar-
se como consistencia móvil. Aferrarse a toda s las instituciones duraderas, incluso
las sabiamente pensadas y conservadas, no llevaría a la supervivencia , sino a la
fosili zación. Tambié n a quí se asemeja el Es tado a un organis mo vivo: no hay
autoconservación sin adaptabilidad . El medio en el que el Estado ha de afirmarse es
la historia, con sus pode rosos altibajos y corriente s. D e don de s e d esprende la
imagen ya conocida, que se remite a Platón, del barco del Estado, que ha de ser
4Cfr. Eric WEIL,Philoso phie der Politik, Ne uwied a. Rh.-Berlín, 1964 (Politica, vol. 15).

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