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Capítulo primero: De la religión

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FilosoFía del derecho
ParTe PriMera
oBJeTo del derecho
caPíTUlo PriMero
de la reliGiÓn
Hasta ahora hemos visto al hombre pensar, sentir y querer; pero
entre el pensar y el sentir hay un estado intermedio del alma que se
llama fe. Esta se divide en natural y sobrenatural, según dependa de
la inteligencia o de la suprainteligencia. La exposición de los sistemas
nos ha enseñado que no todo es accesible a nuestra mente y que la
creación ex nihilo ha sido introducida por el cristianismo en la meta-
física, así como la doctrina de la gracia en moral. La tendencia de los
tiempos modernos fue disminuir gradualmente lo sobrenatural hasta
confundir la religión con la losofía. Pero, exclama Vera, aun cuando
el objeto de la religión y de la losofía fuese el mismo, Dios, lo abso-
luto, se diferencian sin embargo en el modo de concebirlo, porque la
religión no puede librarse de la representación, del símbolo, mientras
que la losofía contempla la idea en sí1. Gioberti había dicho más ex-
plícitamente que la religión mira el lado oscuro y la losofía el lado
claro de la idea, y que hacen uso de dos diversas facultades: la prime-
ra de la suprainteligencia y la segunda de la inteligencia.
Max Müller se inclina a esta opinión: «Así como hay una facultad
del lenguaje independiente de todas las formas históricas que revisten
las lenguas humanas, del mismo modo hay en el hombre una facul-
tad de creer independiente de todas las religiones históricas. Cuando
decimos que la religión distingue al hombre del animal, no hablamos
de religión cristiana o judaica, ni pensamos en ninguna religión par-
ticular, sino en cierta facultad del espíritu, en aquélla que indepen-
dientemente y aun a despecho del buen sentido y de la razón, hace al
hombre capaz de percibir lo innito bajo nombres y bajo formas di-
ferentes. Sin esta facultad no sería posible ninguna religión, ni aun el
culto grosero de los ídolos y de los fetiches; y si prestamos atento oído,
oiremos en todos los templos como una aspiración hacia el mundo es-
1 Strauss; L’ancienne et la nouvelle foi.
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DioDato Lioy
piritual, un suspiro hacia lo innito, un grito de amor hacia Dios. Poco
importa que la etimología dada por los antiguos a la palabra ἃνθρωπος
(de ὀ ἃθνο άθων, que mira hacia arriba) sea verdadera o falsa; es cierto,
sin embargo, que la esencia del hombre consiste en esta facultad, de
que él solo disfruta entre todos los animales: la de elevar sus miradas
al cielo y aspirar a algo que no pueden darle ni los sentidos ni la razón.
El idioma alemán tiene la palabra Vernunft para indicar la facultad de
percibir lo innito, contraria al entendimiento, Verstand, y al sentido,
Sinne.»
¿Cómo explicar la multiplicidad de las religiones? De dos maneras.
Diderot había dicho que todas las religiones reveladas eran herejías
de la religión natural, entendiendo por esta el conjunto de verdades
que la razón humana puede descubrir independientemente de todas
las inuencias históricas y locales. La existencia de Dios, la naturaleza
de sus atributos, como la omnipotencia, la omnisciencia, la ubicuidad,
la bondad y la distinción entre el bien y el mal, entre la virtud y el
vicio, con el corolario de los premios y castigos que han de aplicarse
a nuestras acciones en una vida futura, formaban el dominio de la
religión natural. A principios de este siglo, Paley quiso formular con
método cientíco lo que llamó la teología natural. No ha sido difícil
a Max Müller demostrar que esta teología natural es una abstracción,
analizando las religiones positivas de las principales razas humanas.
Se remonta, siguiendo las huellas de la lingüística, al tiempo en que
las razas aria, semítica y turania no se habían dividido aun en sus in-
numerables ramas. Encuentra que la suprema divinidad de los arios
se llamaba Luz o Cielo, nombre que después fue Dyaus en sánscrito,
Zeus en griego, Jovis en latín y Diu, en alemán; y reuniendo el Dyaus
petar de los Vedas, el ςεὑ πατερ de los griegos y el Jovis pater de los
latinos, deduce que el cielo no estaba tomado solamente en el sentido
material, sino también en el de Providencia, lo cual fue aclarado des-
pués en el Padre nuestro que estás en los cielos. Como raíz del nombre de
todas las divinidades semíticas, se encuentra El, que signica el Fuer-
te, el Poderoso, y nos indica que los semitas concibieron a Dios como
director de los pueblos más bien que como regulador de las fuerzas
de la naturaleza. Los nombres femeninos denotaron en principio la
energía o las facultades del Ser Supremo y no de las divinidades fe-
meninas. Las lenguas turanias no pueden decirse en rigor que formen
una familia, porque no está bien demostrado que el chino sea el punto
de partida de la rama septentrional, esto es, del mongólico, del turco,
del samoyedo, y de la rama meridional, o sea de la lengua del Deckan,
del Thibet, del Siam de la Malaya y de la Polinesia.
La mitología conrma el parentesco originario de estas varias estir-
pes, mostrando el Tien chino (Cielo) en el Tang-li de los hunnos, en el
Tengri de los mongoles y hasta en el Num de los samoyedos, en el Juma
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de los Finnos, en el Nam del Thibet. Estos nombres designaban no solo
el cielo material, sino también el espíritu del cielo, que es el padre y la
madre de todas las cosas, y tiene a su servicio gran número de espí-
ritus (Shin), y entre otros los de los muertos. Para Confucio, Tien o el
espíritu del cielo era el Dios supremo, considerando a los demás como
Sócrates Consideraba a los dioses de la Grecia.
La otra manera de explicar la multiplicidad de las religiones es con-
siderarlas a todas como alteración de la religión verdadera revelada
por Dios a nuestros primeros padres, y conservada por el pueblo ele-
gido. La Iglesia, dicen los católicos, ha existido desde el primer día
de la creación, y es el último término al cual quiere la Providencia
llevar al género humano por la tradición y la conciencia. La luz vino
al mundo, dice San Juan, pero los hombres prerieron las tinieblas a
la luz porque sus acciones eran malas. Después del pecado se oscure-
ció la idea de Dios y los hombres se inclinaron ante los árboles y los
animales (fetichismo), ante los astros (sabeismo), ante las fuerzas de la
naturaleza y las cualidades morales personicadas (politeísmo). Ob-
servando más atentamente se descubre casi siempre la Subordinación
de los distintos dioses a un Ser Supremo de quien dimanan; y por esto
se distinguen las religiones en dos categorías, según que tienen por
fundamento el panteísmo o el monoteísmo creador.
Las más célebres entre las primeras son: 1.º La China, que tiene por
textos el Y-Ching (Libro de las transformaciones) atribuido a Fou-hi, y
el Sciu-Ching (Libro por excelencia) compilado por Confucio en el siglo
VI antes de Jesucristo. En la primera obra se pone por principio fun-
damental el principio binario, la abstracción y el razonamiento, no
estando bastante adelantadas para conseguir la unidad. Fou-hi pone
a la cabeza de sus categorías al cielo y a la tierra, representado el pri-
mero por una línea continua y la segunda por una quebrada. El cielo
representa el principio viril, esto es, el sol, el movimiento, la fuerza;
la tierra representa el principio femenino: la luna, el reposo, la debili-
dad. Confucio toma el cielo en sentido más elevado de Providencia, y
lo hace único principio de todas las cosas. 2.º La India, o sea el brah-
manismo y el budismo. Los antiquísimos himnos sagrados contenidos
en el Big-Veda nos muestran las principales fuerzas de la naturaleza
dirigidas por otros tantos dioses distintos. Poco a poco comienza a
aparecer el concepto metafísico de Brahma, principio neutro, eterno é
inactivo, de donde proceden las otras divinas personas Visnú y Siva.
El alma humana, parte del Gran Todo, está destinada a cambiar de
organismo con arreglo a sus acciones; y de aquí el gran cuidado en
mantenerla pura de toda mancha para no hacerla caer en cualquier
cuerpo de animal. El budismo abandona el problema de los orígenes y
sostiene que nacemos y seremos siempre desgraciados, no quedándo-
nos otro medio que el de encerrarnos en una vida contemplativa para

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