Cambio de estructura del derecho internacional (1943) - Selección de textos de Carl Schmitt - Territorio, orden concreto, gran espacio, nomos: estudios escogidos - Libros y Revistas - VLEX 1027971200

Cambio de estructura del derecho internacional (1943)

AutorCarl Schmitt
Cargo del AutorProfesor de la Universidad de Berlín (Alemania)
Páginas89-104
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TERRITORIO,ORDEN CONCRETO,GRAN ESPACIO,NOMOS: ESTUDIOSESCOGIDOS
CAMBIO DE ESTRUCTURA
DEL DERECHO INTERNACIONAL (1943)1
[1. El Nomos d e la Tierra tras el Descubrimiento de Amé rica y la estructura del
Derecho Interna cional fundada e n «líneas de amistad»]
Las dimensiones de la presente guerra mundial son mayores que las de todos
los conflictos bélicos anteriores. Se lucha hoy en toda la tierra por un orden de la
tierra toda. Así, la conflagración actual sobrepasa en amplitud e intensidad todas las
medidas en que hasta ahora s e movieron las guerras. La misma contienda «mun-
dial» de 1914-1918 no fue, ni mucho menos, en el mismo grado, una guerra tan
verdaderamente mundia l como esta pugna de h oy entre naciones y continentes. La
guerra se ha tornado planetaria: su sentido y su objetivo son nad a menos que el
Nomos de nuestro planeta.
Entiendo aquí por Nomos no ya una serie de reglas y convenios internaciona-
les, sino el principio fundamental de distribución del espacio terrestre. La estructu-
ra del Derecho Internacional descansa sobre ciertas nociones de espacio y medida
que afectan al suelo y a la superficie de la tierra. Voy a intentar esbozar las grandes
líneas de las d ivisiones y distribuciones principales del espacio terrestre. Sé muy
bien que me dirijo a miembros de una nación que desde hace siete años, des de 1936,
ha mantenido su posición en la gran lucha del mundo y cuya gran historia está
doblemente vinculada al tema de esta conferencia: por la hazaña militar, marítima,
administrativa y cultural del descubrimiento y europeización de un Nuevo Mundo
y por la otra hazaña simultánea en el terreno de la ciencia y del espíritu de la
fundación de un nuevo derecho de gentes europeo. Clar o que mi conferencia no
podrá corresponder a tanta magnitud. Pero voy a esfor zarme en ensanchar el hori-
zonte de mis consideraciones lo suficiente para que la amplitud del campo visual
haga al menos cierto honor a la grandeza del tema.
A toda noción de la tierr a c omo totalidad corresp onde una imagen de la
distribuc ión de la tierra misma. Duran te milenios, la humanid ad ha tenido, es
cierto, una image n m ítica de la tierra como totalidad , pe ro no una experiencia
científica. Mas apenas surgió en la realidad práctica l a figura de la tierra como un
globo, gracias al descubrimiento de América por Cristóbal Co lón, se planteó tam-
bién simultáneamente el problema, perfectamente nuevo, de una orden ación inter-
1[N. Del E.: El texto de Schmitt no está subdividi do en epígra fes. La subdivisión y el
título de los epígrafes es del compilador y responsable de la presente edición, razón por
la cual aparecen entre corchetes.]
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CARL SCHMITT
nacional de todo el globo terr áqueo. Comienza inmediata mente la lucha por la
distribución de las tierras y mares nuevos. Por primera vez en la historia de la
humanidad se trazan líneas globales con el fin de fijar un orden espacial de la tierra.
Y a medida que la tierra entera se abre al conocimiento geográ fico de los hombres
y se deja «plasmar» cartográficamente, crece la necesidad política de una dis tribu-
ción razonable. Detengamos nuestra mirada en esas líneas «globales».
La primera de todas es la famosa lín ea divisoria trazada en el edicto del Papa
Alejandro VI, Inter cetera divinae, de 4 de mayo de 1494, pocos meses después del
descubrimiento de América. Corre del Polo Norte al Sur, cien millas al oeste del
meridiano de las Azores o de Cabo Verde. A ésta sigue inmediatamente la línea
marcada en el tratado de partición hispano-portugués de Tordesillas de 7 de junio
de 1494, desplaza da algo más al oeste, hacia la mitad del Océano Atlántico, poco
más o menos (370 millas al oeste de Cabo Verde), en virtud del cual las dos poten-
cias católicas se pusieron de acuerdo en que los territorios que al oeste de dicha
línea se descubrieran pertenecerían a los españoles y los del este a los portugueses.
Esta «partición del mar Océano» fue confirmada en 1506 por el Papa Julio II. Para la
otra mitad del globo se fijó el límite en la línea de las Molucas. Por el Tratado de
Zaragoza (1529) la raya que se trazó en el Océano Pacífico pasaba por el actual
meridiano 135, atravesando la Siberia oriental, Japón y Australia. Ya en el año de
1508 el r ey de España encomendó a la Casa de la Contratación de Sevilla que se
fabricaran mapas exactos. La historia de estas demarcaciones ha sido investigada en
sus fuentes por lo prolijo y es perfectamente conocida.
El tratado hispano-fra ncés de Château-Cambressis, de 3 de abril de 1559, seña-
la el nacimiento de un tipo completamente diferente de línea global. Se acordó en
él, por cláusula verbal secreta, que los tratados de paz y de amistad solo tendrían
validez aquende una determinada línea g eográfica, mientras allende esa línea rei-
naría una especie de estado de naturaleza, con vigencia del derecho del más fuerte.
Son éstas las llamadas líneas de amistad, expresa o tácitamente reconocidas, las
amitylines de los sigl os XVI y XVII; a ellas hace referencia la famosa y renombrada
expresión beyond the line de los piratas ingleses de los siglos XVI y XVII, de los
filibusteros y bucaneros. La línea geográficamente significa: por el sur, el Ecuado r o
el Trópico de Cáncer; por el oeste, un grado de longitud trazad o en el Océano
Atlántico sobre las Islas Canarias y las Azores , o bien la unión de las dos líneas del
sur y del oeste. El problema cartográfico de la determinación exacta de la línea fue
extraordin ariamente importante, sobre todo en occidente , y movió a numero sas
reglamentaciones oficiales. Terminaba en esta «línea» Europa y comenzaba en ella
el Nuevo Mundo. Allen de la línea no tenía vigencia el derecho público europeo; y
empezaba una zona «transatlántica» sujeta «al derecho del más fuerte».
Lo típico de la Raya hispano-portuguesa estriba en que los príncipes de las
naciones cristianas que tenían el fundamento común de la fe cristiana y acataban en
la Cabeza de la Iglesia —el Papa de Roma— una autoridad común, se reconocían
también recípr ocamente como iguales en el tratado de parti ción y distribución.
También las llamadas líneas de amistad se referían a la ocupación de tierras y mares
del Nuevo Mundo. Pero l os supuestos son harto diferentes. La línea de amistad
delimita una zona de lucha a ultranza entre las partes contratantes, porque ni tienen
supuestos comunes ni reconocen una autoridad común. Abre al derecho del más
fuerte y al ocupante real y duradero de un campo de libre y absoluto ejercicio de la

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