De la religión civil - Libro Cuarto - Contrato social o principios de derecho político - El contrato social - Libros y Revistas - VLEX 976582539

De la religión civil

AutorJean-Jacques Rousseau
Páginas104-111
104
JEAN-JACQUES ROUSSEAU
los romanos este resorte, completamente perdido para los modernos, y aun
mejor que los romanos, los lacedemonios.
Habiendo emitido una opinión buena un hombre de malas costumbres
en el Consejo de Esparta, los éforos, sin tenerlo en cuenta, hicieron proponer la
misma opinión a un ciudadano virtuoso15, ¡Qué honor para el uno, qué nota
para el otro, sin haber recibido palabra alguna de alabanza, ni censura ningu-
no de los dos! Ciertos borrachos de Samos16 mancillaron el tribunal de los
éforos; al día siguiente, por edicto público, fue permitido a los de Samos ser
indignos. Un verdadero castigo hubiese sido menos severo que semejante im-
punidad. Cuando Esparta se pronunció sobre lo que es o no honrado, Grecia
no apeló de sus resoluciones.
CAPÍTULO VIII
DE LA RELIGIÓN CIVIL
Los hombres no tuvieron al principio más reyes que los dioses ni más
gobierno que el teocrático. Hicieron el razonamiento de Calígula, y entonces
razonaron con justicia. Se necesita una larga alteración de sentimientos e ideas
para poder resolverse a tomar a un semejante por señor y a alabarse de que de
este modo se vive a gusto.
Del solo hecho de que a la cabeza de esta sociedad política se pusiese a
Dios resultó que hubo tantos dioses como pueblos. Dos pueblos extraños uno
a otro, y casi siempre enemigos, no pudieron reconocer durante mucho tiempo
un mismo señor; dos ejércitos que se combaten, no pueden obedecer al mismo
jefe. Así, de las divisiones nacionales resultó el politeísmo, y de aquí la intole-
rancia teológica y civil, que, naturalmente, es la misma, como se dirá a conti-
nuación,
La fantasía que tuvieron los griegos para recobrar sus dioses entre los
pueblos bárbaros provino de que se consideraban también soberanos natura-
les de estos pueblos. Pero existe en nuestros días una erudición muy ridícula,
como es la que corre sobre la identidad de los dioses de las diversas naciones,
¡Como sí Moloch, Saturno y Cronos pudiesen ser el mismo dios! ¡Como si el
Baal de los fenicios, el Zeus de los griegos y el Júpiter de los latinos pudiesen
ser el mismo! ¡Como si pudiese quedar algo de común a seres quiméricos que
llevan diferentes nombres!
15 Plutarco, Dictis notables des Lacédémoniens, 69 (ed.).
16 Eran de otra isla que la delicadeza de la lengua francesa prohíbe nombrar en esta ocasión.
Se comprende difícilmente cómo el nombre de una isla puede herir la delicadeza de la lengua
francesa. Para comprenderlo, hay que saber que Rousseau ha tomado este rasgo de Plutarco
(Dicts notables des lacédémoniens), quien lo cuenta con toda su crudeza y lo atribuye a los
habitantes de Chío, Rousseau, al no nombrar esta isla, ha querido evitar un juego de
palabras y no excitar la risa en un asunto serio,
Aelien (lib. II, cap. XV) refiere también este hecho; pero aminora el bochorno diciendo que
el tribunal de los éforos fue cubierto de hollín.
(Nota de M. Petitain).

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