Juana de arco - El hombre ante la justicia - Libros y Revistas - VLEX 1026152374

Juana de arco

AutorGerald Dickler
Cargo del AutorAbogado en New York (Estados Unidos)
Páginas39-60
39
El hombrE antE la justicia
juana de arco
(1431)
Cinco siglos después de que Juana de Arco fuera quemada en la hoguera
como hereje, la Iglesia Católica de Roma vino a proclamarla santa. Ambas
acciones son como caras opuestas de una misma moneda. Muchas de las
pruebas que se acumularon para su condenación fueron utilizadas luego
en su proceso de beaticación. La premisa, en ambos casos, era idéntica:
que Juana de Arco estaba dotada de poderes sobrenaturales. La diferencia
esencial en el resultado que a estas dos acciones concierne —quema en la
hoguera y beaticación—, solo estriba en la atribución de estos poderes que
la Santa Inquisición dictaminó venían de Satán, mientras la Iglesia de Roma,
más transigente, atribuía a Dios.
Visto desde este ángulo o punto de vista, el proceso de Juana no es difícil de
comprender. Una muchacha campesina e iletrada, que proclama ser enviada
de Dios, súbitamente viene a irrumpir en la escena histórica, dando un nuevo
giro a la guerra de los Cien Años. Es capturada por el enemigo y enviada a un
tribunal eclesiástico. El resultado es la conclusión ya apuntada anteriormente,
pena dictada por razones estrictamente militares. Un proceso puramente
propagandístico el suyo. Estando la corona de Francia en situación difícil, los
que la habían apresado tenían y debían probar que Dios estaba del lado de los
invasores ingleses, y que la coronación de aquel Delfín, amado de Juana, era
solo la obra del demonio.
Pero, ante consideraciones tales, los ingleses sin duda alguna deberían
haber dispuesto del curioso rehén arrojándolo sencillamente al río más
próximo, metido en un saco. Sin embargo, con ese no instinto que siempre
les ha caracterizado, ellos supieron desde el primer instante que no estaban
en presencia de un preso ordinario, sino ante una auténtica leyenda viva.
El proceso se montó justamente para intentar quebrar esta leyenda en las
mentalidades medievales, a uno y otro lado del Canal.
Tan solo unas cuantas almas mal informadas pudieron considerar como
cosa posible el que las pretensiones y alegaciones de Juana fueran debidas
a delirios histéricos o mal funcionamiento de algunos órganos internos por
causa de enfermedad. El escepticismo cientíco no había logrado hacer mella
aún en las mentes del siglo XV. Y aún en esta coyuntura, es casi seguro que
un diagnóstico satisfactorio no habría sido pronunciado. Incluso en su propia
época, la gura de Juana era de una dimensión superior a su misma vida real.
Y desde entonces su historia ha desaado en todo momento cualquier intento
de reducir o desdibujar aquella dimensión humana.
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Gerald dickler
La dicultad surge del hecho probado de ser esta leyenda una de las más
documentadas —y mejor documentadas— de todos los tiempos. Aparte las
crónicas contemporáneas, existe un aterrador informe del juicio, que contiene
miles de palabras salidas de la propia boca de la acusada. Y el llamado
“proceso de rehabilitación”, celebrado veinticinco años después, también
recoge cientos de expresiones asociadas personalmente con Juana de Arco.
Ni los idólatras, ni los iconoclastas —y menos que nadie los cientícos— han
osado alterar la ya mencionada dimensión humana de esta gura histórica,
que permanece intacta en su triple aspecto —heroico, patético y sentimental—,
no discutida por nadie.
Ella vino al mundo en 1412, en Domrémy, en la parte oriental de Francia.
Este soñoliento villorrio en el valle del Mosa, representa por así decirlo, en
sus condiciones, el tipismo de toda la región en los años de su niñez: una
división pertinaz entre la Casa de Valois y los pro ingleses borgoñones. El
norte y el este de Francia estaban ocupados por los invasores ingleses y sus
aliados franceses, con el contrapeso del país, que en su mayor parte era leal al
libertino e imbécil rey de Francia Carlos VI.
Shakespeare inmortalizó, en Enrique V, a aquel osado y joven monarca de la
época de la guerra de los Cien Años, “al objeto de interesar a las mentalidades
veleidosas en rencillas externas”. A causa del “Tratado de Troyes”, Enrique
fue designado heredero al trono de Francia por el debilitado Carlos. La reina
de Francia, Isabel de Beauviére, admitió que su hijo, el Delfín, era ilegítimo,
y se le asignó por su candorosa declaración una pensión de 24.000 francos
anuales.
Enrique V murió antes de poder disfrutar las prebendas de este negocio,
y también Carlos le siguió pronto a la tumba. Al ocurrir esta última muerte,
Enrique VI fue instalado en el trono de Francia, pero aún era muy joven para
ocuparlo. Su tío, el duque de Bedford, llevó adelante como Regente el asunto
de la guerra, guerra que el Delfín —y sus seguidores— se negaron a dar por
terminada.
La familia de Juana era pro francesa y había sido forzada a huir de Domrémy
cuando las victoriosas fuerzas anglo-borgoñonas irrumpieron por el valle del
Mosa. Como era una niña piadosa, ella puso naturalmente su conanza en
Dios, esperando que el divino poder restableciera de algún modo el equilibrio
de la balanza. Ciertamente, no tuvo que esperar mucho tiempo para obtener
una respuesta.
“Tenía trece años”, confesaba ella misma más tarde, “cuando oí la
palabra de Dios, que venía en mi ayuda para guiarme. La primera
vez que escuché esta Voz, quedé muy asustada; era en verano, ha-
cia el mediodía, y ocurrió en el jardín de mi padre. El día anterior
había estado muy atareada. Oí la Voz hacia mi derecha, hacia el
lado de la iglesia. Raramente la oigo sin ir acompañada de un res-
plandor. Es un resplandor que viene del mismo lado donde se deja
sentir la Voz.”
A partir de entonces sus visiones se hicieron frecuentes. Ella creía reconocer
a San Miguel en su visitante, santo cuya imagen se veneraba en la iglesia
del pueblo. Santa Margarita, que era una vieja amiga por idéntica razón, y

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