El caso Dreyfus - El hombre ante la justicia - Libros y Revistas - VLEX 1026186186

El caso Dreyfus

AutorGerald Dickler
Cargo del AutorAbogado en New York (Estados Unidos)
Páginas143-181
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El hombrE antE la justicia
el caso dreyFus
(1894)
Las circunstancias del caso Dreyfus son increíbles.
La justicia se equivoca con bastante frecuencia como para tener mala
reputación, y la retractación de estos errores judiciales no se lleva adelante,
ciertamente, sin vencer fuertes oposiciones. Pero cuando los líderes políticos
y militares de toda una generación francesa, formando élite, comprometen
su honor y se juegan sus carreras al tratar de impedir la vindicación de un
hombre inocente, dejan para la historia un documento que no puede ser leído
sin verdadero asombro.
Los engranajes de aquel mecanismo se pusieron en marcha de una manera
bien sencilla.
Para empezar, existía ya el trauma de 1871. Con unos ligeros golpes de
fortuna, Alemania había abatido las orgullosas banderas del ejército de
Napoleón III, enviando al inepto monarca al exilio. Durante cuatro meses de
asedio prusiano, el pueblo de París había salvado unas migajas del honor
nacional, aunque los soldados de Francia tuvieran que verse frente a la
dolorosa coyuntura de una carnicería, en la que murieron cerca de 15.000
paisanos de la Comuna, combatidos con una ferocidad que hubiera debido
emplearse mejor contra las brigadas de Bismarck. Una enorme indemnización
tuvo que ser pagada a los germanos. Alsacia y una gran parte de Lorena,
cedidas a Guillermo I.
En todos los corazones franceses había sido sembrada la semilla revanchista.
Pero la nación se hallaba muy deprimida y consciente de su debilidad. Las
fuerzas armadas precisaban una renovación y sobre todo una nueva moral
y un nuevo espíritu, cosa que llevaría tiempo. También era preciso tener
prudencia y discreción, porque Bismarck seguía teniendo el dedo en el gatillo.
Los “incidentes”, aunque fueran triviales, debían ser evitados a toda costa.
Luego, estaba también el asunto del Canal de Panamá. El papel jugado
por el antisemitismo en la persecución de Dreyfus, puede ser rastreado allá,
en aquellas zanjas de muerte y ebre, entre las junglas del Istmo. Encendido
por el entusiasmo de Fernando de Lesseps, de fama inmortal por el Canal
de Suez, un enorme sindicato se había organizado para renovar aquel éxito,
en las agrestes junglas de Panamá. Cuando aparecieron las armaciones de
Lesseps, asegurando la impracticabilidad de un canal de aquella naturaleza,
entre mares de distinto nivel, la Compañía de Panamá entró en bancarrota,
mientras medio millón de franceses perdían en la empresa más de trescientos
millones de dólares. Deberíanse haber encogido de hombros, como ante
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Gerald dickler
cualquier negocio fallido, a no ser por el sensacional descubrimiento, hecho
y denunciado, de que con fondos de la Compañía se había sobornado a los
políticos, para que dieran la aprobación a los prestamos populares, legislando
sobre aquella materia en forma favorable a la gran estafa. También la prensa,
se decía, había silenciado, con razones no muy limpias, las dicultades de la
Compañía.
El aguijón de la insidia y el chantaje había sido manejado asimismo por
Libre Parole, un periódico oscuro, de tendencia antisemita, que editaba un tal
Edouard Drumont, que sería gura prominente en la algarabía apasionada
del “affaire Dreyfus”. Drumont emprendió una gran campaña sobre la base
de que las principales guras de aquel desvergonzado asunto de la Compañía
de Panamá eran judíos, conrmando así su tesis de siempre de que los judíos
se estaban apoderando en Francia de las nanzas, en todos los campos. Pocas
convicciones se obtuvieron, ciertamente, en los juicios que se iniciaron con
motivo del gran escándalo, pero en dos años de continuo sensacionalismo,
Drumont subió a la cima de la más alta popularidad, viendo aumentada la
tirada de su periódico, aunque en el fondo le importaba un comino la defensa
de los intereses públicos. A partir de aquel momento, se dio cuenta de que
todo lo que supusiera política de ataque contra los judíos podría redundar
en su benecio, sin hallar la menor oposición en la administración pública,
totalmente inhibida del espinoso asunto.
Aquella circunstancia se vio agravada aún más por la división y
fragmentación de las alianzas políticas dentro del país. Desde la caída del
Emperador, la política dentro del todopoderoso Parlamento se había llevado
y mantenido a través de una serie de inestables coaliciones, formadas más que
por la ideología, por la atracción magnética de los disfrutes materiales. En los
diecinueve años que mediaron entre la adopción de la nueva Constitución y el
primer proceso Dreyfus, veintisiete gabinetes habían deslado por el poder.
La forma republicana de gobierno, que se había instaurado, por tres veces se
había visto ya amenazada por la sombra y el fantasma de la monarquía. Al
otro lado del desagradable espectro, se hallaban los duendes del socialismo y
el anarquismo, que asustaban por las noches a los estadistas, en sus camas, con
horrendas pesadillas. La de la Comuna de París, por ejemplo, había costado
20.000 vidas, y aún se recordaba con espanto. Y solamente tres meses antes de
que comenzara el “asunto Dreyfus”, el Presidente de la República había caído
a manos de un asesino.
La Iglesia Católica, que en un tiempo había sido el elemento más cohesivo
del espíritu nacional, estaba aún demasiado identicada con los realistas y
bonapartistas, para contribuir ecazmente al reforzamiento y sostenimiento
de la República. Hasta 1890 se había mostrado francamente hostil a la
democracia... y viceversa. Se habían hecho tentativas para desterrar a los
jesuitas y cerrar las escuelas religiosas, que proporcionaban más de la mitad
de los candidatos para las academias militares, cuerpo diplomático, y la Banca.
Sin embargo, la política conciliadora del Papa León XIII, había inducido a una
relajación tácita de la tensión, y las órdenes religiosas continuaban operando
libre y abiertamente, ganando tiempo para recobrar el favor y la inclinación
populares, que les permitieran nalmente moverse en el ámbito nacional con
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la preponderancia y la libertad que por un momento parecían haber estado
en peligro.
Dentro de este ambiente y este marco sobrevino el famoso “affaire Dreyfus”.
Francia, sus inquietos organismos ociales, su Ejército y su Iglesia, todos
parecían enfermos de paranoia, listos y dispuestos para sentirse conmovidos o
agitados por la menor incidencia, por insignicante que esta pudiera parecer.
Ningún director de escena que tuviese sus sentidos cabales habría elegido
precisamente a Alfred Dreyfus como protagonista de aquella sórdida ópera
cómica que vino a ganar la atención del mundo entero, antes de echar el
telón denitivamente, doce años después. Era un personaje al que le faltaba
color. Tenía una voz desmayada e insípida. Peor que eso: parecía un hombre
incapaz de comunicar a nadie en forma convincente sus sentimientos; incapaz
de mantener un diálogo fuera del ámbito de su familia. Para colmo de todo
esto, era hombre que poseía unas buenas rentas.
Tenía treinta y cinco años en el momento de su arresto. Era alsaciano,
judío, y no de fea apariencia física. Las puntas de sus mostachos castaños se
inclinaban graciosamente hacia abajo, mientras los pómulos, salientes, le daban
una sonomía agradable. Los ojos, muy azules, quizá estaban demasiado
juntos, coronando una nariz clásica y bien conformada. En conjunto, podía
considerársele un hombre atractivo.
Una nativa habilidad y la abierta camaradería que siempre había mostrado
hacia sus compañeros, le habían ganado la simpatía general hasta el punto de
ser el primer judío que conseguía llegar a los cuadros de mando del Estado
Mayor, en el Ejército. A mediados de septiembre de 1894, estaba completando
su período de prácticas para ser ascendido a un puesto superior, cuando
un agente del Intelligence Bureau, Sección de Estadística, del Ministerio
de la Guerra, consiguió cierta carta dirigida al Teniente Coronel Max von
Schwartzkoppen, Agregado Militar de Alemania en París. La nota decía:
«Señor, aunque no poseo noticias de que usted desee verme personalmente,
me permito enviarle cierta información que estimo de alto interés:
1. —Nota sobre un freno hidráulico de 120, y la forma en que este ingenio opera y
actúa.
2. —Nota sobre distribución de fuerzas (algunas modicaciones están previstas en
este nuevo plan general).
3. —Nota sobre modicaciones en las formaciones artilleras.
4. —Nota relativa a Madagascar.
5. —Proyecto de un manual de fuego artillero, de 14 de marzo de 1894. Este último
documento resulta muy difícil de conseguir, y solamente lo tendré a mi
disposición unos cuantos días. El Ministro de la Guerra ha enviado solo unas
cuantas copias a diferentes unidades, y estas son responsables de la devolución,
debiendo, cada ocial que posea una de estas copias, hacer devolución de la
misma a la terminación de las maniobras. Si para entonces usted deseara tener
esa copia, poniéndola luego a mi disposición, yo podría facilitarla, a menos,

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