Introducción - Las instituciones de la economía capitalista. Sociedad anónima, estado y clases sociales - Libros y Revistas - VLEX 1025757500

Introducción

AutorFrancesco Galgano
Páginas17-32
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Las InstItucIones de La economí a capItaLIsta.
socIedad anónIma, estado y cLases socIaLes
introducción
1. eslaBones fuertes, eslaBones déBiles, eslaBones intermedios del
capitalismo
El tema es, en su más amplia acepción, el de la relación entre forma
política y sistema económico, entre instituciones y modo de producción. En
los últimos años, el debate ha recibido un fuerte impulso pero ha revelado, al
propio tiempo, un límite claro, ha eludido un trámite obligado en cualquier
reexión sobre esta cuestión. El límite se halla en la generalizada propensión
a establecer un «modelo» universal de sociedad capitalista, aplicable de forma
indiscriminada a todos aquellos países a los que se puede denir como «países
industriales avanzados» o como «países de capitalismo maduro». Se halla,
además, en el método seguido para construir el «modelo», que está basado en
el sistema de los países «más avanzados»: este constituye la meta o la escala
nal de los países «menos avanzados» ; los elementos de divergencia que
estos presentan no son sino retrasos a corregir, o caprichosas reluctancias
destinadas, fatalmente, a desaparecer a expensas de la tendencial uniformidad
del modelo de sociedad occidental avanzada.
El trámite obligado que se elude es la relación entre los distintos sistemas
políticos y sus correlativos sistemas económicos. Ni siquiera cuando se
reexiona sobre esta relación, se toma en consideración su aspecto más
relevante, que estriba en la desigual extensión de los términos en relación:
en el carácter genuinamente nacional de los sistemas políticos, ceñidos a
los connes de cada país, en contraposición con el carácter prevalentemente
internacional del capitalismo, organizado sobre áreas geográcas mucho más
vastas.
De nada sirve comparar entre sí los diversos «modelos» de democracia
vigentes en Occidente y discutir acerca de los intrínsecos méritos y defectos
del bipartidismo y del multipartidismo, de la alternancia o del sistema de
mayorías, de la dialéctica gobierno-oposición o de la unidad nacional, si no
se determinan los nexos existentes entre los distintos modelos políticos y sus
correlativos sistemas o subsistemas económicos. Ciertamente no basta, para
imponer el modelo único, la consideración de que los sistemas económicos en
él basados son todos —salvo algunas diferencias de «más» o de «menos»—
sistemas industriales «avanzados» o de «capitalismo maduro», ya que no son
(¿o se quiere todavía admitir la cción de la competencia perfecta?) sistemas
capitalistas en serie o en paralelo, sino que son sistemas capitalistas en escala
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Francesco GalGano
o en cadena, dispuestos unos a continuación de otros precisamente en razón
de ser «más» o «menos» avanzados. Aquí es, pues, donde falla la pretensión
del modelo universal: no se considera que cada sistema político es el sistema
de un «eslabón» del capitalismo, y tiene una estratégica razón de ser según
la colocación de cada país a lo largo de la «cadena» de la economía capitalista.
Sobre este límite del debate resulta emblemática, por lo que directamente
me concierne, la discusión sobre el llamado «caso italiano», habitualmente
descrito como la resultante de dos «anomalías» separadas. Existe un caso
italiano en política, anómalo porque discorde con los modelos de las más viejas
y consolidadas democracias. Y existe un caso italiano en economía, anómalo
a su vez por el perverso carácter de nuestro capitalismo, un capitalismo
«protegido». ¿Quién se ha preguntado si existe una relación interna, y de
qué tipo, entre estas anomalías? A análogo juicio se expone también el debate
cuando hace recaer sobre los sistemas democráticos tareas consideradas como
piedra de toque de la democracia occidental. ¿Quién se ha interrogado sobre
el nexo entre estos sistemas políticos y el hecho de que dichos sistemas se
han formado dentro de los eslabones «fuertes» del capitalismo? ¿Quién ha
examinado la relación entre los subsistemas económicos de Occidente y los
respectivos sistemas políticos? Existe una laguna en el análisis de los sistemas
políticos occidentales y esta laguna explica la recurrencia a propuestas de
trasposición mecánica de «modelos» de un país a otro, alimenta la conformista
aspiración a vestir, para sentirse más «occidentales», los mismos atuendos
políticos que las sociedades industriales «más avanzadas».
El modelo único que se pretende establecer para todos los países industriales
avanzados, es el modelo llamado neocorporativo: su común denominador,
en los distintos países de Occidente, es una clase obrera que no actúa como
fuerza revolucionaria, portadora de un interés universal, sino que actúa
como «grupo consumidor», portador de un interés particular; una clase
obrera que no se opone al sistema, sino que se integra en el sistema; que
no combate el poder, sino que compite en el ejercicio del poder. En la base
de este modelo hay un vasto proyecto cultural —o un supermodelo— que
tiende, deliberadamente, a la «homogeneización», en cualquier ámbito, de las
sociedades industriales avanzadas: en el ámbito político, donde el submodelo
propuesto es la alternancia; en el ámbito social, donde la dicotomía de la
lucha de clases es reemplazada por la complejidad del antagonismo social, el
pluralismo conictual entre viejos (la clase obrera) y nuevos grupos portadores
de necesidades (los parados, las mujeres, los marginados, los jóvenes).
Sería arbitrario calicarlo solo como el proyecto de fuerzas culturales
conservadoras o moderadas; y sería reductivo, en lo que al mencionado
submodelo de relaciones industriales se reere, hablar de proyecto cultural
ligado a la pretensión germano-federal de generalización en Europa (vía
las directrices CEE) del sistema de cogestión. El proyecto surge en un área
de signo político e ideológico de izquierda, se nutre de una losofía del
capitalismo de la que no es difícil rastrear matrices marxistas, es una visión

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