De las facultades del hombre - Libro primero. Del derecho de propiedad - De la propiedad - Libros y Revistas - VLEX 976427076

De las facultades del hombre

AutorLouis A. Thiers
Páginas43-45
43
CAPÍTULO IV
DE LAS FACULTADES DEL HOMBRE
El hombre tiene en sus facultades personales la primera propiedad incontes-
table que es origen de todas las demás.
La propiedad, he dicho, es un hecho universal: sometamos este hecho al jui-
cio íntimo de la conciencia humana, y examinemos si esa inclinación del hombre a
apropiarse, o el pescado que ha cogido, o el pájaro que ha cazado, o el fruto que ha
hecho nacer, o el campo que ha regado mucho tiempo con el sudor de su frente, es
de parte suya un acto de usurpación o un robo cometido en perjuicio de la especie
humana. Tomemos las cosas desde su origen para no dejar nada por explorar. Mire-
mos en primer lugar, a nuestra propia persona y lo mas cerca de ella que podamos.
Mi vestido está bien cerca de mi; podré, pues, si lo he tejido, o pagado al que lo ha
tejido, pretender que es mio, porque evidentemente este vestido que me preserva
del frío o del calor no es un exceso de goce que se deba considerar como perjudicial
al resto de la humanidad. Empero voy a comenzar desde mucho mas cerca todavía
el examen de lo que me pertenece o no me pertenece, y me paro a considerar mi
cuerpo, y en éste el principio vivicador que lo anima.
Yo siento, pienso, quiero: estas sensaciones, estos pensamientos, esta volun-
tad se reeren a mí mismo, porque siento que pasan dentro de mí, y me considero
como .un ser separado de lo que le rodea, distinto de ese vasto universo que alter-
nativamente me atrae o me rechaza, me seduce o me espanta. Conozco que estoy
colocado en él; pero me distingo perfectamente, y no confundo mi persona ni con la
tierra que me sustenta, ni con los seres mas o menos semejantes a mí que me rodean,
y con los cuales estoy tentado a confundirme a veces, pues a tal grado me son que-
ridos, como mi mujer y mis hijos. Me distingo, pues, de todo el resto de la creación,
y conozco que me pertenezco a mí mismo.
Pregúntense los lósofos que tratan de inquirir la realidad de nuestros co-
nocimientos si todo este espectáculo del universo es real y efectivo, o sino lo es, si
Dios se burla o no mi credulidad colocando a mi al rededor espectros que me en-
gañan y no tienen nada de verdadero. ¿Qué importa esto par el asunto que trato?
Esa roca de granito contra la cual está punto de zozobrar mi barquilla; ese caballo
desbocado que va a precipitarse sobre mí, no serian granito ni caballo: serian una

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