Epílogo - Frenos y contrapesos del poder - Libros y Revistas - VLEX 980633632

Epílogo

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FRENOSY CONTRAPESOS DEL PODER. ELEJEMPLODE LOS 200AÑOSDE LA CONSTITUCIÓN...
EPÍLOGO
Cuando se firmó por fin la Con stitución, Benjamín Rush, de Filadelfia, escri-
bió a Thomas Jefferson: «Ya está. Somos una Nación». Casi dos siglos después, el
debate sigue en pie sobre exactamente qué significa esa Constitución.
«Esto no son discusiones de guante blanco; esto es una pelea callejera» -dijo la
congresista Barbara Mikulski, de Maryland, en un de bate sobre privilegios de la
rama ejecutiva y separ ación de poderes. Esa opinión la hubiera ra tificado John
Barron cuando perdió su pleito de la Quinta Enmienda sobre su muelle perjudica-
do, o Erna Gans cua ndo ella y otros habitantes de Skokie, Illinois, intentaron impe-
dir a Frank Collin y su banda de nazis que desfilaran por las calles, o el Presidente
Franklin Pierce después del saqueo de Greytown, en Nicaragua.
La Constitución ha sido descrita como magníficamente ambigua. De lo contra-
rio, como insistiera el presidente del Tribunal Supremo Marshall, no sería más que
un farragoso código legal. A medida q ue nos aproximamos al bicentenario de su
redacción, confiamos en que la efemérides se celebre no solo con fuegos de artifi-
cio, sal udos de artillería y majorettes, sino también con un sentido de la historia y
un sentido del destino. Los hombres que firmaron la Constitución tuvieron dificul-
tades en pergeñarla; los magistrados de los siglos XIX y XX que se esforzaron en
interpretar sus conceptos del siglo XVIII han luchado con no menos denuedo. Como
observó el magistrado Learned Hand, «el espíritu de libertad es el espíritu que no
está demasiado seguro de estar en lo cierto ...1 Los ciudadanos que, como el magis-
trado Hugo Black, llevan un pequeño ej emplar de la Constitución en su bolsillo
entienden que s us palabras deben trascender los templos de la justicia. El debate
constante sobre su s ignificado es la prueba más palmaria de su robustez y fuerza.
Para decirlo en palabras de George Washington, quizá sea ése el milagro real
de Filadelfia.

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