6. Quien paga, ¿manda. Elecciones, contribuciones económicas y libertad de expresión? - Frenos y contrapesos del poder - Libros y Revistas - VLEX 980633589

6. Quien paga, ¿manda. Elecciones, contribuciones económicas y libertad de expresión?

Páginas107-122
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FRENOSY CONTRAPESOS DEL PODER. ELEJEMPLODE LOS 200AÑOSDE LA CONSTITUCIÓN...
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QUIEN PAGA, ¿MANDA?
ELECCIONES,CONTRIBUCIONES ECONÓMICAS Y LIBERTAD DE
EXPRESIÓN
Estamos hablando de expresión; el dinero es expresión y la expresión es dinero, tanto si
se trata de adquirir tiempo en televisión o radio, como espacio en publicidad en prensa
o incluso comprar lápices, papel y micros.
Juez Potter Stewart1
Sabemos que quien paga, manda; pero ese es el problema, no la respuesta.
Anthony Lewis2
En un principio no había partidos políticos, elecciones primarias, convencio-
nes de proclamación, y prácticamente ningún gasto de campaña. Una campaña po-
lítica consistía en ofrecer algún «detalle» en forma de ponche inmediatamente antes
-o incluso el mismo día- de la s elecciones. Cuando George Washington se presentó
para la Cáma ra de Burgueses de Virg inia en 1757, «ofreció a sus amigos los ‘medios
habituales de ganar votos’, es decir, 150 litros de ron, medio quintal de ponche de
ron, 170 litros de vino, 230 d e cerveza, y 10 litros de sidra real».3 Washington ni
siquiera «se presentó» para presidente en 1789. A pesar de que no dio ningún mitin
ni procuró activamente ser elegido, recibió el voto unánime de los compromisarios. 4
Pero en los dos siglos siguientes, el método de lograr la presidencia -o cualquier
otro cargo electivo- cambió radicalmente. Se transformó a medida que Estados Uni-
dos ampliaba s us fronteras, a medida qu e aumentaba el número de electores con
derecho de sufragio, a medida que se desarrollaban los partidos y a medida que los
políticos y la gran industria advertían el tremendo poder del gobierno federal . Mien-
tras que los primeros candidatos habían satisfecho sus gastos de campaña de su propio
bolsillo, para media dos del siglo XIX los políticos necesitaban organización y dinero
para poder optar a cargos electivos. El dinero se había convertido, en palabras de Jesse
Unruh de California, en «la leche que amamanta a los políticos». En la elección Kennedy-
Nixon de 1960, los gastos de campaña para la presidencia ascendieron a 25 millones de
dólares. El gasto en todas las campañas de aquel año fue de 175 millones de dólares. Se
ha estimado que la familia Kennedy gastó personalmente 4 millones. Hacia 1972, los
1Transcripción de la vista oral ante el Tribunal Supremo en Buckley v. Valeo, 10 de noviembre de
1975, p. 37.
2Anthony Lewis, «The Court on Politics», New York Times, 5 de febrero de 1976, p. 33.
3George Thayer, Who Shakes the Money Tree?, p. 25.
4Había 75 compromisarios con los requisitos legales. Cuatro no votaron, o bien se abstuvieron.
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FRED W. FRIENDLY / MARTHA J.H. ELLIOT
desembolsos habían aumentado enormemente: 105 millones en las presidenci ales
Nixon-McGovern y 250 millones en todo el país.
A medida que crecían los gastos, aumentaba preocupa ción del público, parti-
cularmente con relación a la influencia que pudieran ejercer los don antes de gran-
des cantidades de dinero. Esta preocupa ción se in tensificó durante el escándalo
Watergate, cuan do se reveló que los diez donantes más generoso s de Nix on l e
habían dado casi 3 millones de dólares, y que 1,7 millones de dólares habían prove-
nido de personas que posteriormen te fueron nombradas embajadores. Todavía más
desagradable resultaba el hecho de que poco después de que la industria lechera
hubiera decidido donar 2 mil lones a su campaña, el Presidente Nixon había decid i-
do incrementar las subvenciones al precio de la leche, revocando una decisión de su
ministro de agricultura.
Espoleados por el clamor de ciudadanos escandalizados, el Congreso decidió
actuar. En 1974 aprobó reformas tendentes a cerrar las escapatorias de anteriores y
más débiles esfuerzos por atajar la corrupción en el proceso electoral, particularmen-
te una ley de 1971. La nueva legislación limitaba tanto las cantidades que los particu-
lares podían donar como las sumas de sus fortunas personales que podían gastar los
propios candidatos. También establecía detallados procedimientos de contabilidad
para los comités de apoyo a candidatos. La constitucionalidad de dicha legislación
sería ponderada por el Tribunal Supremo en una causa conocida como Buckley contra
Valeo. El tema principal que abordaría el Tribunal sería si la ley de campañas electora-
les infringía los derechos de políticos y donantes que les concedía la Primera Enmien-
da. En lenguaje llano: ¿era el gastar en las elecciones equivalente a expresión política?
LA P OLÍTICA EN 1787
Aunque James Wilson y otros delegados en la Convención Constitucional eran
muy conscientes de que esta ban «ofrecie ndo una Constitución para generaciones
futuras, y no simplemente para las peculiares circunstancias del momento,»5 es cla ro
que ni en sus sueños más desaforados habrían podido imaginar -o pretender- el
proceso político desarrolla do desde 1787. Los d elegados aborrecían la idea de los
partidos, o «facciones» como se les llamaba por aquel entonces. En 1789, Thomas
Jefferson escribió: «Si no pudiera ir al cielo salvo con un partido, no iría en absoluto».
Lejos de pensar en ca mpañas enco nadas y de gran dispendio financiero, incluso
preveían el caso en que una persona elegida quizá no quisiera aceptar el cargo. Pero
aunque no se previera la cuestión de la financiación de las campañas, sí se advirtió
la posibilidad de intriga polí tica. Para tratar de evitar tales prácticas, algunos, entre
ellos Benjamí n Fra nklin, propusieron que todos los rep resentantes, senadore s y
presidentes desempeñaran su cargo sin emolumentos. El razonamiento era que si no
existía lucro en la ocupación de cargos, solo los más capaces y honrados los aceptarían.
El objetivo de evitar la intriga política era manifiesto en la discusión de cómo
había que elegir al presidente. El i deal q ue perseg uían los redactor es era que el
hombre idóneo para el cargo de jefe del ejecutivo sería elegido en función de su
«carácter o servicios distinguidos». Debería tener una r eputación «continental ».6
Pero, ¿cómo conseguirlo? A lgunos delegados deseaban que los parlamentos
de los estados escogieran a l presidente. Otros deseaban que fuera el Senado. Otro
5James Madison, Notes on the Debates in the Federal Convention of 1787, ed. Adrienne Koch, p. 367.
6Ibid., p. 309.

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