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4. El mito de Bahia de Cochinos. Libertad de prensa y seguridad nacional

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FRENOSY CONTRAPESOS DEL PODER. ELEJEMPLODE LOS 200AÑOSDE LA CONSTITUCIÓN...
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EL MITO DE BAHIA DE COCHINOS
LIBERTAD DE PRENSA Y SEGURIDAD NACIONAL
En tiempos de peligro claro y manifiesto, los tribunales han sostenido que incluso los
derechos privilegiados de la Primera Enmienda deben ceder ante la necesidad del pueblo
a su seguridad nacional.
John F. Kennedy, 27 de abril de 1961,
10 días después de la invasión de Bahía de Cochinos1
Quizá si hubieran publicado más sobre la operación [de Bahía de Cochinos], nos hubie-
ran salvado de un error colosal.
John F. Kennedy, en conversación privada con el editor gerente Turner Catledge
del New York Times2
El último dí a de marzo de 1961, el reportero Taz Szulc del New York Times
llegó a Miami de camino desde su a nterior misión en B rasil a un n uevo cargo en
Washington. Szulc, con reputación de periodista de investigación con la suerte de
tropezarse con grandes reportajes, esperaba simplemente pasar algunos días con
amigos y algunos informadores de Miami. Se vio con un amigo en el Mac Bar del
Hotel MacAllister para tomar una copa y charlar un rato, sin saber que iba a caerle
en la s manos una de las noticias más importantes del decenio.3
El amigo de Szulc es taba dicién dole qu e rumores de la comunidad cubana
sobre una invasión de Cuba respaldada por Estados Unidos estaban siendo toma-
dos en serio por la prensa. Aunque las quejas rutinarias de Cuba en las Naciones
Unidas sobre una inminente invasión eran contestad as con desmentidos rutinarios
norteamericanos, las pruebas indicab an que Cuba decía la verdad. Szulc meditó
estas observaciones pero estaba realmente más interesad o en traslad arse a Was-
hington. Había pasado ya su período como reportero de asuntos latinoamericanos.
Ya no era cosa suya.
Pero entonces, una an tigua fuente de la comunidad exiliad a cubana entró en el
bar. Corroboró los rumores para Szulc, orgullosamente a dmitiendo que funciona-
rios del gobierno norteamerica no es taban a poyando y patrocinando la invasión.
Por coincidencia, pocos minutos después, un oficial de la Armada de los Estados
Unidos al que Szulc reconoció como veterano de la época precastrista en Cuba,
apareció por allí y dedicó a Szulc un nervioso «buenas noches».
Demasiadas cosas coincidían. A pesar del deseo de Szulc de seguir camino a
Washington, no pudo resistir olfatear un poco por la zona. Poniéndose su caracte-
1Discurso ante la American Newspaper Publishers Association, 27 de abril de 1961.
2Harrison Salisbury, Without Fear or Favor, p. 158.
3Entrevista con Tad Szulc, 27 de noviembre de 1983.
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FRED W. FRIENDLY / MARTHA J.H. ELLIOT
rística gabardina , Szul c se introd ujo e n el Bar rio La tino d e Mi ami. Pronto supo
que un buque hospital estaba anclado ante las costas de Florida, esperando órde-
nes de zarpar. Jóvenes cubanas exiliadas se presentaban voluntarias a ser forma-
das como enfermer as. S e es taba haciendo acopio de sangre. Grupos d e jóve nes
cubanos exiliados se despedían de sus familias y mar chaban en camiones a una
pista de aterrizaje abandonada. De sus fuentes de la CIA en M iami, Sz ulc supo
luego que no solo la CIA estaba entrenando a esos hombres, sino también que la
invasión era inminente.
Lo que se cocía entonces -lo que es taba descubriendo Szulc- era, naturalmente,
la última etapa de preparativos de la malhadada invasión de Bahía de Cochinos,
lanzada en la mañana del 17 de abril d e 1961, solo 18 días después de que Szulc
tomara su copa en el bar. Era una operación clandestina, planificada por el gobier-
no de los E stados Unidos, para derrocar el régimen comunista de Castro en Cuba.
La misión sería ejecutada por exiliados cubanos que desembarcaría n en Bahía de
Cochinos. Los e xiliados habían sido animad os por la CIA a creer que el dese mbarco
tendría apoyo de «cobertura» de las fuerzas aére as y navales de EE.UU. en la zona,
pero Kennedy finalmente se decidió en contra de una implic ación america na tan
directa. Por este motivo, entre otros, la invasión fue un fracaso ridículo.
El desastre de Bahía de Cochinos representa uno de los episodios más penosos
en la historia no solo de la presidencia de la nación y de la CIA, sino también de la
prensa. Szul c, en efecto, no había sido el primero en descubrir la noticia, y cuando
los exil iados cubanos zarparon aquella fatídica mañana, quizá ha bía más periodis-
tas sabedores de este secreto presidencial que de ningún otro en la historia reciente.
Muchos editores no se atrevieron a publicar la noticia que tenían. Algunos fueron
abordados por la CIA o por la propia Casa Blanca para que no lo hicieran; otros
tomaron la decisión por cuenta propia. Y los editores que sí la publicaro n despoja-
ron sus crónicas de suficientes detalles como para contentar incluso al más estricto
de los censores. Por ello, la no publicación de la noticia por parte de la pren sa no
tenía que ver con in tervenciones jurídicas, sino con la autocensura. Curiosamente,
no solo el gobier no y la prensa conocían la invasión: también lo sabían los castristas.
Solo el pueblo norteamericano fue mantenido en la ignorancia.
Así, Bahía de Cochinos suscitó cuestiones complejas, de mostrando que era
difícil conciliar la reivindicación constitucional de la prensa del derecho a informar
y la del gobierno del derecho a la seguridad na cional. Cada reportero y editor
debía pensar qué hubieran hecho ellos mismos si hubiera n sido, por ejemplo Tad
Szulc, el descubridor de la noticia, o el editor gerente del Times, Turn er Catledge,
quien la recibió. Obviamen te, l a dec isión no pudo haber sido fácil. No era una
noticia de un polí tico avaro que distraía unos pocos dólares, ni una pequeña corrup-
tela en el ayuntamiento. Se trataba de la invasión de un pa ís ex tranjero. Podría
morir gente si se publicaba la noticia. Esta idea claramente pendía en las mentes de
los red actores y editores a los que el gobierno pidió directamente que no la publi-
caran. ¿Qué hacer cuando se tiene la noticia y la Casa Blanca o la CIA piden que no
se publique? Después de todo, todo un servicio secreto había planeado esta inva-
sión. ¿No sabrán ellos mucho más que yo? Pero la Constitución de los EE.UU. nada
dice de «seguridad naciona l», solo que el Congreso tendrá la facultad de «promul-
gar cualquier ley necesaria y adecuada » para desempeñar sus otros poderes explíci-
tos. La postura del gobierno ha sido la de que si el Congreso h a de tener la facultad
de declarar la guerra y si el presidente la prerrogativa de conducir las hostilidades,

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