Las repreguntas - Primera parte - Cómo ganar juicios. Práctica forense en los tribunales de los Estados Unidos - Libros y Revistas - VLEX 976304119

Las repreguntas

AutorFrancis L. Wellman
Cargo del AutorAbogado del Foro de Nueva York
Páginas62-91
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Francis L. WeLLman
apoyar mi conclusión de que el adecuado examen de los propios testigos, es
condición esencial para ganar juicios en los tribunales.
las rePreguntas
Sin querer desdecir ni una sílaba de lo dicho más adelante sobre la
inteligente selección del propio Jurado y la presentación hábil de las propias
pruebas, no debe olvidarse que nuestro adversario puede haber presentado
su parte del juicio con idéntica claridad y ecacia.
Es este el momento en que el procesalista debe intervenir, extrayendo
de su cartera de abogado el instrumento más útil y poderoso: el derecho de
repreguntar. Porque si ha aprendido a emplear este instrumento con inteligencia
y precisión, podrá resolver quizás muchas dicultades. Creo poder armar,
con toda justicación, que es, sin ninguna duda, el elemento más esencial
del equipo del abogado procesalista. Desde tiempo inmemorial se lo viene
calicando como “la más rara, la más útil y la más difícil de adquirir de todas
las condiciones de abogado, el más exacto de los criterios de verdad y una
garantía mayor que el juramento”.
Sobre este tema he leído, estudiado, practicado y escrito durante años, y en
él he llegado a conclusiones positivas, algunas ya publicadas, pero que es de
toda necesidad repetir ahora.
Con el correr de los años, he aprendido a observar con más indulgencia
muchos aspectos de este arte, ya que lo es ciertamente. Antes me irritaba oír lo
que entonces no consideraba más que una triste ocurrencia: “El repreguntador
de más éxito es el que comete menos disparates”. Pero después de haber
observado cómo surgía en nuestros tribunales, día tras día, un verdadero ejército
de principiantes, repreguntando a testigos y testigos sin ningún plan ni reexión
previa y sin otro objeto que el de sustraerse a la crítica de sus clientes por haber
permanecido mudos, después de esto, repito, comenzó a asaltarme el deseo de
distribuir entre ellos carteles para que empapelasen las paredes de sus ocinas,
conteniendo únicamente la despreciada amonestación. Estos jóvenes abogados
no parecían ser otra cosa que aventurados pescadores que transformaban sus
“repreguntas” en verdaderas excursiones de pesca. No solo defraudaban a sus
clientes sino que, como echaban el anzuelo al azar, corrían el peligro de caer en la
boca de alguna ballena o de otro pez que probablemente arrastraría hacia aguas
bien profundas, como para ahogarlos, al abogado y a su cliente.
¡Cuántas veces he oído criticarme a jóvenes abogados que actuaban
conmigo como asistentes, diciendo que “perdía, al n, mi garra”, porque me
negaba a formular en ciertos casos, ni una sola repregunta!
Antes estaba convencido de que había solamente una actitud que asumir
frente al testigo que se repreguntaba. No tenía respeto por los abogados,
que gritaban tratando de intimidar a los testigos adversarios. Sostenía que
cualquiera que procediera de ese modo perdía terreno ante el jurado y lo
predisponía a favor del testigo.
Temo que, en esta materia, como en muchas otras, me vea obligado a
cambiar hoy de opinión. No encuentro la forma en que la mayor parte de
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Cómo ganar juiCios
los procesalistas de la actualidad puedan actuar sin tener que recurrir a ese
expediente. Al menos para ellos, siento tener que admitir que lo que he dicho
previamente sobre este método de repreguntas, tendría que tenerse, mejor,
por no escrito.
Benjamín Butler, por ejemplo, regañaba y ridiculizaba invariablemente a
los testigos contrarios. Aprendieron así a temerlo y para él se hizo cosa fácil
arrancarles la verdad. Por supuesto, los “habitués”, en sus procesos, ponían
mala cara, pero estaban al borde de aplaudirlo, si se atrevían. Esto contribuía
a desconcertar al testigo. Fuese lo que fuese, el medio dio buen resultado, y
Butler ganó la mayor parte de sus juicios.
Barry O’Brien, en su preciosa “Vida de Lord Russell” publicada hace unos veinte
años, se reere a dos famosos repreguntadores del foro inglés de la época, quienes
adoptaron lo que podríamos llamar “Plan Butler”. Dice del gran abogado Sullivan:
“Se aproximaba al testigo en forma casi amistosa, parecía ser un investigador
imparcial en busca de informaciones, mostrábase agradecido por cualquier dato
que arrojase alguna luz sobre el asunto”. Pero, ¿de veras? “Oh, bien, ya que usted
nos ha dicho tanto, quizás pueda ayudarnos un poco más todavía. Bien, realmente,
Su Señoría, es éste un hombre inteligente” y así, manejando al testigo con tacto
y cautela, conduciéndolo subrepticiamente, y manteniéndolo completamente a
oscuras sobre el verdadero punto de ataque, “el pequeño Sargento1 (como se lo
apodaba) esperaba hasta que el hombre pisase la trampa, y entonces, caía sobre él
y lo hacia temblar lo mismo que un perro a una rata”.
El “gran Sargento” (Armstrong), en cambio, tenía mejor humor y más
poder, pero menos destreza y recursos. Su gran arma era el ridículo. Se reía
de los testigos y hacía que los demás se rieran también. Cuando se confundían
y perdían la serenidad, Armstrong los golpeaba como un campeón en el
“ring”. De modo que me veo forzado a admitir que los abogados que sabían
cómo emplear estos métodos intimidatorios, que en otros tiempos yo tanto
deploraba, realmente tuvieron éxito, con el aplauso de sus parciales y
la remuneración de sus clientes. Para hombres de esa talla, temo que esas
condiciones, con toda exactitud, puedan considerarse esenciales.
A modo de contraste y como estímulo para el resto, me complazco en
desviar la atención hacia Sir James Scarlett (Lord Abinger) que tuvo la fama
de haber aventajado, como repreguntador, a todos los abogados británicos
de su época. Sir James, como lo describía Ben Butler, se aproximaba al testigo
que iba a repreguntar de una manera totalmente distinta. “Su caballeresca
delicadeza, su renada cortesía y la cristiana caridad con que procedía,
causaban innito perjuicio a la declaración de un testigo que estaba tratando
de mentir o en quien encontraba razones para entrar en sospechas”.
Nuestro Rufus Choate (el mago de los doce) nunca enfrentaba a los testigos
en forma belicosa. Los desarmaba con su proceder calmo y cortés y no por
ello tenía menos éxito en su empeño de poner de relieve el lado aco de la
declaración o la parcialidad del testigo, antes de que se retirase del banco.
Pero con pesar recuerdo que aun Sir Charles Russell (Lord Russell of
Killowen) era a menudo culpable de tratar en forma agresiva a los testigos
1 N. del T. — Serjeant, traducido por Sargento, es palabra típica inglesa, que signica abogado de
primera clase, en el foro inglés.

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