El jurado - Primera parte - Cómo ganar juicios. Práctica forense en los tribunales de los Estados Unidos - Libros y Revistas - VLEX 976304095

El jurado

AutorFrancis L. Wellman
Cargo del AutorAbogado del Foro de Nueva York
Páginas51-56
51
Cómo ganar juiCios
tiene la reputación de caballero y de hombre sin tacha. Y es igualmente cierta
la inversa de esta proposición; hemos sido testigos de muchos ejemplos en tal
sentido.
el jurado
Una vez, una conocida dama inglesa preguntó al entonces Lord Presidente
cuáles eran las condiciones necesarias para ganar un juicio. La respuesta fue:
“Primero, usted necesita un buen juicio, después una buena prueba, además,
buenos testigos, también un buen juez, buenos jurados y nalmente, buena
suerte”.
A mí me preguntaron en muchas oportunidades, cuál era a mi juicio la
parte más importante del proceso. Solo pude contestar que todas y cada una
de las partes son de la mayor importancia: la elección del jurado, el alegato
de apertura de la causa, el examen de los testigos, las repreguntas, el alegato
nal al jurado, y, podría agregar, la extraordinaria trascendencia de la táctica:
habilidad para crear un ambiente tal que todas las cosas parezcan desarrollarse
con la mayor naturalidad, aunque en realidad, ocurran tal como en su fuero
íntimo lo deseaba y había previsto el abogado.
¿Puede existir algo de importancia superior a la elección de los miembros
del jurado, los hombres que tienen que decidir el caso y a quienes uno
tratará de persuadir para que vean las cosas tal como uno las ve? Su número
es de doce, “cifra no menos venerada por nuestra ley que por las Sagradas
Escrituras”. Hasta hace unos años, los doce tenían que coincidir en el fallo,
favorable o no. Por lo menos, así era en el Estado de Nueva York. Rufus Choate
acostumbraba a compararlos con doce dados humanos, que tienen que salir
todos con el mismo número para que haya veredicto. Si todavía viviera entre
nosotros tendría que corregir su observación, porque nuestros legisladores,
convencidos de que en todo jurado deben encontrarse, como regla general,
dos moscas en la leche, sancionaron que, en adelante, una mayoría de diez
sería suciente para que hubiese veredicto.
Hablando de este mismo tema, decía Joseph Choate hace algunos años:
“El arma más destructora y mortífera que podrían asegurarse para el futuro
nuestros enemigos, sería la abolición de la regla de la unanimidad, pues
excluiría, prácticamente, los votos de los miembros más conservadores,
reexivos y ecuánimes del tribunal”. Aunque sospecho que hoy tenemos
y debemos aceptar muchas cosas tales como las encontramos y no como
sentimos que tendrían que ser, en este nuevo orden de cosas, sin embargo
tengo muchas ganas de repetir lo que uno de los productores cinematográcos
decía al rechazar un argumento que consideraba inconveniente: “Bien,
caballeros, cuenten conmigo exclusive”.
He considerado siempre la elección de los miembros del jurado como un
arte en sí mismo. En nuestras Cortes de Estado se integran con hombres de
todas las ocupaciones, pero especialmente, y con razón, con representantes
de las clases intelectuales y comerciales, es decir, de nuestra gran clase media.
Es lamentable, sin embargo, que lleven al jurado, al par que sus personas, sus
prejuicios. Algunos están endurecidos por su propia mala suerte, y desprecian

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