Del pacto social
Autor | Jean-Jacques Rousseau |
Páginas | 21-22 |
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EL CONTRATO SOCIAL
diferencia entre someter una multitud y regir una sociedad. Que hombres dis-
persos sean subyugados sucesivamente a uno solo, cualquiera que sea el nú-
mero en que se encuentren, no por esto dejamos de hallarnos ante un señor y
esclavos, mas no ame un pueblo y su jefe; es, si se quiere, una agregación, pero
no una asociación; no hay en ello ni bien público ni cuerpo político. Este
hombre, aunque haya esclavizado la mitad del mundo, no deja de ser un
particular; su interés, desligado del de los demás, es un interés privado. Al
morir este mismo hombre, queda disperso y sin unión su imperio, como una
encina se deshace y cae en un montón de ceniza después de haberla consumi-
do el fuego.
Un pueblo —dice Grocio— puede entregarse a un rey. Esta misma dona-
ción es un acto civil; supone una deliberación pública, Antes de examinar el
acto por el cual un pueblo elige a un rey sería bueno examinar el acto por el
cual un pueblo es tal pueblo; porque siendo este acto necesariamente anterior
al otro, es el verdadero fundamento de la sociedad.
En efecto; si no hubiese convención anterior, ¿dónde radicaría la obliga-
ción para la minoría de someterse a la elección de la mayoría, a menos que la
elección fuese unánime? Y ¿de dónde ciento que quieren un señor tienen dere-
cho a votar por diez que no lo quieren? La misma ley de la pluralidad de los
sufragios es una fijación de convención y supone, al menos una vez, la previa
unanimidad.
CAPÍTULO VI
DEL PACTO SOCIAL
Supongo a los hombres llegados a un punto en que los obstáculos que
perjudican a su conservación en el estado de naturaleza logran vencer, me-
diante su resistencia, a la fuerza que cada individuo puede emplear para
mantenerse en dicho estado. Desde este momento, el estado primitivo no pue-
de subsistir» y el género humano perecería si no cambiase de manera de ser.
Ahora bien: como los hombres no pueden engendrar nuevas fuerzas,
sino unir y dirigir las que existen, no tienen otro medio de conservarse que
formar por agregación una suma de fuerzas que pueda exceder a la resisten-
cia, ponerlas en juego por un solo móvil y hacerlas obrar en armonía.
Esta suma de fuerzas no puede nacer sino del concurso de muchos; pero
siendo la fuerza y la libertad de cada hombre los primeros instrumentos de su
conservación, ¿cómo va a comprometerlos sin perjudicarse y sin olvidar los
cuidados que se debe? Esta dificultad, referida a nuestro problema, puede
enunciarse en estos términos:
«Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza
común a la persona y a los bienes de cada asociado, y por virtud de la cual cada
uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y quede tan libre como
antes». Tal es el problema fundamental, al cual da solución el Contrato social
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