Discusión XI: Comercio de las cosas constituidas en dominio. ¿Que derecho existe en el comercio Paraguayo? - Libro primero - Elementos de derecho natural y de gentes - Libros y Revistas - VLEX 976350250

Discusión XI: Comercio de las cosas constituidas en dominio. ¿Que derecho existe en el comercio Paraguayo?

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ElEmEntos dE dErEcho natural y dE gEntEs
dIsCUsIón xI
COMERCIO dE LAs COsAs COnstItUIdAs En dOMIn IO.
¿qUE dEREChO ExIstE En EL COMERCIO PARAgUAyO?
§ I
PREMIsAs
Como no todos tenían las cosas necesarias para la vida ni la tie-
rra las producía todas en la misma región, los habitantes del globo se
vieron obligados por la necesidad a preverse mutuamente por me-
dio del trabajo recíproco, pues quiso el Creador del género humano
que, para conservar la vida, el hombre necesitase más cosas que los
animales, que nadie se bastase a sí mismo y que todos entrasen en
relaciones comerciales y sociales, a n de que uno ayudara a otro y al
mismo tiempo que cada cual al trabajar por la felicidad de los demás
elaborase la suya propia. Este fue el propósito de la naturaleza, o me-
jor dicho del tutor de la naturaleza al crear el mundo, como también
lo han reconocido los paganos cuyos sentimientos expresa el poeta:
«Aquí las mieses vienen felizmente, allí las uvas; más allá los árbo-
les frutales y las hierbas nacen y se ponen verdes de por sí. ¿No ves
tu que el Templo está perfumado de azafrán, que la India nos envía
su marl, la sensual Arabia su incienso, los Cálibes que llevan en los
brazos desnudos su erro, el Ponto, el ungüento precioso de sus cas-
tores, el Epiro sus yeguas para las cuales están reservadas las palmas
de Olimpia? Estas fueron las leyes, estos fueron los eternos tratados
que la naturaleza ha impuesto continuamente a cada región.» (Virg.,
Georg., l. I.) «Todas estas cosas han sido distribuidas por regiones a n
de que las necesidades recíprocas de los hombres hicieran entre ellos
el comercio indispensable.» (Sen., Ep. 87). Aristóteles nos dice que el
comercio tiene este mismo origen. (Nicon, V, 8; Polit. I, 6.) Si como se
ha dicho en otra parte, el comercio entre las diversas naciones ha co-
rrompido las costumbres del pueblo, no hay que acusar al propósito
sincero de la naturaleza sino a los vicios de los hombres que no han
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CiriaCo Morelli
sabido conservar la justa medida y detenerse dentro de los límites de
la sana razón.
2. El comercio es la comunicación de las cosas y de las obras no
con motivo de beneciar, sino en virtud de una obligación perfecta
que el consentimiento de las partes conrma sanciona y corrobora con
contratos. Dice Sócrates a ese respecto: «Hay tanta fuerza en los pac-
tos que la mayor parte de sus asuntos, los griegos y los bárbaros los
resuelven con pactos y convenios. En efecto, merced a estos pactos
hacemos convenios y negocios. Merced a ellos extendemos contratos,
solucionamos las enemistades privadas y terminamos las guerras. To-
dos los hombres nos servimos de ellos de un bien común.
3. En el comercio las cosas y las obras suelen compararse y avaluar-
se hasta que se llegue a la misma cantidad que establece el equilibrio:
esta cantidad se llama precio de la cosa; es este precio vulgar o eminen-
te. Si se compara la cosa con la cosa, la obra con la obra para igualar su
valor, el precio es vulgar. Si se adapta una medida común con la cual
ambas cosas se equiparen, el premio es eminente: así lo es el dinero
que Aristóteles dene: «Una medida común a la cual todos los casos
se reeren y con la cual las medimos todas.» (Nicon., IX, 1.) De donde
todo lo que está en el comercio se vende por dinero. Exceptúense a
los bárbaros que preeren los útiles al dinero. Hemos conocido a Pa-
yaguas que, por pescado vendido, han exigido un par de tijeras y no
han aceptado dinero por esta mercancía. Y cuando por algún motivo,
aceptan la moneda, los peatones la cuelgan en su pescuezo forman-
do con ella un collar, los jinetes adornan con ella las guarniciones de
sus caballos. Además todas las mercaderías se avalúan en dinero. ¡Oh
desgracia! también se avalúa con dinero aquello que no es mercancía:
la justicia, el honor, la conciencia; mal que los poetas deploran en las
obras de Heineccius.
4. Al principio se usó más el precio vulgar que cada cual determina-
ba a su antojo. Sin embargo al jar el precio, para que haya comercio,
es necesaria la intervención de la otra parte contrayente que debe
aceptar la a valuación, pues si en vez de ciento que se pide se ofrece
uno, quien, en estas condiciones, hará negocio. Para señalar el pre-
cio debe tomarse en cuenta la escasez, la antigüedad, la novedad, la
importancia de la cosa así como el trabajo, los gastos que ha exigido,
los peligros que por ella se han corrido. Por esto, los negociantes
que franquean el océano lo creen todo lícito. Y no es extraño en
efecto, que dado los peligros que los navegantes arriesgan, aumen-
ten por este motivo el precio de sus mercaderías. Sucede a menudo
que estas mercaderías que atraviesan el océano sirven más bien como
artículos de lujo que de primera necesidad: es por consiguiente lícito
pedir por ellas mayor precio: esta fue la opinión de Carlos Quinto
emperador de la América Española quien contestó a los comerciantes

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