Desarme - Octava parte. El problema de la paz - Política entre las naciones la lucha por el poder y la paz - Libros y Revistas - VLEX 1028415007

Desarme

AutorHans J. Morgenthau
Cargo del AutorProfesor de la Universidad de Nueva York (Estados Unidos)
Páginas399-429
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POLÍTICA ENTRE LAS N ACIONES. LA LUCHA POR EL PODER Y LA PAZ
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DESARME
EL PROBLEMA DE LA PAZ EN NUESTRO TIEMPO
Dos guerras mundiales dentro de una generación, además de la posibilidad de
una guerra nuclear , han hecho de la búsqueda de un orden internacional y de la
preservación de la paz internacional los máximos intereses de la civilización occi-
dental. La guerra siempre ha sido considerado —y aborr ecida— co mo un azote.
Desde que el auge del Estado territorial transformó el Sacro Imperio Romano de
una real organización política del cristianismo en u na capara zón vacía y en una
ficción legal, escritores y estadistas se entregaron a reflexionar con mayor in tensi-
dad acerca de los sustitutos posibles de la perdida unidad política del mundo occi-
dental. Era smo en el siglo XVI, Sully, Eméric Crucé, Hugo Grotius y William Penn
en el XVII, el abate de Saint-Pierre, Rousseau, Bentham y Kant en el XVIII fueron
los grandes avanzados intelectuales de los intentos prácticos realiza dos en los si-
glos XIX y XX para resolver l os problemas del orden y la paz internacional.
Entre esos intentos, los ejemplos más notables son la Santa Alia nza, las Con-
ferencias de Paz de La Haya de 1899 y 19 07, la Liga de las Naciones y Naciones
Unidas. Esas organizaciones y conferencias , junto con otros intentos menos especta-
culares por configurar un mundo pacífico, fueron posibles gracias a cuatro factores
—espirituales, morales, intelectuales y políticos— que com enzaron a converge r a
comienzos del siglo XIX y culmi naron en la teoría y la práctica de los asuntos
internacionales que prevalecían en el período entre ambas guerras mundiales.
Desde tiempos de los estoicos y de los primeros cristianos, ha permanecido
vivo en la civilización occidental un sentimiento de unidad moral de toda la huma-
nidad que procura encontrar un a organiz ación polí tica acorde con él. El imperio
romano era una organización política de fines uni versales. Después de su caída,
continuó sien do considerado por las sucesivas épocas como un recuerdo simbó lico
de la unidad del mundo occidental, fue la meta última y el patrón que in spiró a
Carlomagno no menos que a Napoleón y determinó las políticas del Sacro Imperio
Romano h asta el comienzo de las guerras religiosas. No es por azar que la disolu-
ción del Sacro Imperio Romano en 1806 coin cidió con el intento de Napoleón por
revivirlo y precedió por poco menos de una década al comienzo de ese período de
la historia moderna que hizo de la restauración del orden internacional uno de sus
mayores objetiv os.
La raíz moral de esos intentos por establecer un orden internacional estable y
pacífico debe buscarse en el aumento de la humanidad y en el carácter civilizado de
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las relaciones humanas, tal como lo testimonian los últimos siglos en el mundo
occidental. La filosofía de la Ilustración y la teoría política del liberalismo postularon
el respeto por la vida humana y el mejoramiento de la condición humana. Los gran-
des reformadores políticos y sociales d e los siglos XIX y XX abrevaron su inspiración
en esos postulados. Por lo tanto, ampliar e l reino del derecho, la paz y el orden a la
esfera internacional fue la gran tarea humanitaria que debió resolver la era moderna.
El factor intelectual que promovió este desarrollo se encuentra conectado con
el ascenso de las clases comercia ntes primero a cierta hegemonía social y luego a
otra, política. Con ellas llegó a preponderar el espíritu comercial y científico, siem-
pre temeroso de la guerra y de la anarquía internacional, a las que consider a como
perturbaciones irraciona les para las calculables operaciones de mercado. «Una gue-
rra en medio de diferentes naciones comerciales, decía el filósofo francés Diderot,
es un fuego perjudicial para todos. Es un proceso que amenaza la fortuna del gran
mercader y hace que sus deudores palidezcan».1Según Kant, «el espíritu comercial
no puede coexistir con la guerra»2. Así, hacia el fin de l siglo XVIII, se había vuelto
convicción en muchos que la guer ra era obsoleta o, a lo sumo, un atavismo al que
un concertado y racional esfuerzo de humanidad podría barrer de la faz de la tierra
con relativa facilidad.
Sin embargo, el cataclismo de las guerras na poleónicas demostró la necesi-
dad de complementar con medidas prácticas la búsqueda teórica de una solución
al problema del orden y la paz i nternacional. Al respecto, la importancia de las
guerras napoleónicas es doble. Las mismas destruyeron el equilibrio de poder y
temporariamente amenazaron con reemplazarlo por un imperio universal. Mien-
tras este factor desaparecía con la definitiva derr ota de Napoleón en 1815, otro
elemento vino a amena zar la esta bilidad del moderno sistema estatal por un
siglo y medio y aún no ha agotado su fuerza. Ese elemento es el nacionalismo.
La idea de nacionalismo, evocada por la revolución francesa y transportada por
las conquist as napoleónicas a t odo el resto de Euro pa, desafió el prin cipio de
legitimidad dinástica, que habí a sido el principio organizador del moderno siste-
ma estatal y que aún en 1815 había servido como cimiento para los acuerdos de
paz de entonces.
La convergencia de estas cuatro experiencias de comienzos del siglo XIX y su
ráp ida dis emina ción e n la are na polí tica m edian te el sh ock de l as guer ras
napoleónicas proporcionaron la energía moral e intelectual que durante un siglo y
medio sustentó la búsqueda de alternativas a la guerra y la anarquía internacional.
Esta búsqueda, en tanto ha abandonado el rein o de las meras ideas, esperanzas y
admoniciones y se ha materializado en medidas e instituciones reales de carácter
internacional (estas últimas son las que nos interesan ahora), ha sid o llevada ade-
lante a través de tres modalidades: 1) la limitación de las tendencias destructivas y
anárquicas de la política internacional; 2) la transformación de la política interna-
cional mediante la eliminación conjunta de sus tendencias destructivas y anárquicas
y 3) acomod amiento de lo s i ntereses div ergentes des pojando a la s tendenci as
destructivas y anárquicas del campo internacional de sus objetivos ra cionales.
Entre todos l os intentos por logr ar la paz mediante la lim itación, el más
perdurable ha sido el del desarme.
1«Fragments Politiques», Œuvres comp lètes,vol. IV, Garni er Frères, París, 18 95, pág. 42.
2Perpetual Peace, The Macmillan Company, Nueva York, 1917, pág. 157.

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