La cámara de los comunes - La constitución inglesa - Libros y Revistas - VLEX 976580537

La cámara de los comunes

AutorWalter Bagehot
Páginas89-112
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LA CONSTITUCIÓN INGLESA
CAPÍTULO VI
LA CÁMARA DE LOS COMUNES
La Cámara de los Comunes es más prácticamente útil que exteriormente bri-
llante. Tiene, sin duda, un carácter imponente, porque en un país donde las partes del
gobierno que están más en evidencia toman su valor del brillo que lanzan, todo lo
que debe atraer la atención no logra alcanzar la estimación popular sino por medio
de alguna pompa exterior. La imaginación del hombre exige la armonía en el arte
de gobernar como en cualquier otro arte, no se deja influir por las instituciones que
desentonen con las que en él influyan principalmente. Así, pues, la Cámara de los
Comunes necesita ser imponente, y lo es; pero la utilidad de esta Cámara en el
sistema constitucional se debe, no a lo que parece que es, sino a lo que es en realidad.
No tiene por fin conseguir autoridad por la impresión que produce en los espíritus;
su misión consiste en servirse del poder adquirido para gobernar al pueblo.
Entre las funciones de esta Cámara, la principal, cuya existencia es bien cono-
cida, aunque en el lenguaje constitucional de ella no se trate, es la de ser una especie
de cuerpo o colegio electoral: la Cámara de los Comunes es la asamblea que elige
nuestro presidente. Washington y sus colaboradores políticos habían inventado un
colegio electoral que, según su idea, debía comprender como la expresión de la
nación. A ese colegio confiaban ellos el cuidado de elegir como presidente, después
de maduras deliberaciones, el hombre de Estado más capaz. Pero en América se ha
desnaturalizado ese cuerpo electoral arrebatándole toda independencia y toda vita-
lidad. Nadie conoce ni se cuida de conocer los nombres de los miembros que lo
componen; jamás discuten, jamás deliberan. Se les confían una delegación con un
mandato de votar para elevar a la presidencia a Lincoln o a Breckenvidge, votan
según el sentido que se les prescribe y se vuelven luego a su casa.
Por lo que se refiere a nuestra Cámara de los Comunes, elige realmente los
ministros, y como los elige según le place, los derriba cuando bien le parece. No
importa que hayan sido elegidos para apoyar a lord Aberdeen o a lord Palmerston.
Al cabo de algún tiempo, en un momento dado despide al hombre de Estado que
antes tenía en confianza, y le da por sucesor a uno de sus adversarios que antes
rechazara. Sin duda en semejante caso se obedece a una especie de orden tácita que
parece darle la opinión pública; pero no es menos cierto que la Cámara de los
Comunes tiene completa libertad para determinar como juzgue conveniente. Esta
Cámara no camina sino por los senderos por donde espera que el pueblo ha de
seguirle, pero es esto un albur que corre, toma la iniciativa y obra según su libre
voluntad o su capricho.
Una vez que el pueblo americano ha elegido su presidente, ya no puede hacer
más: lo mismo ocurre con el colegio electoral al que le ha servido de intermediario.
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WALTER BAGEHOT
Ahora, como la Cámara de los Comunes puede derribar al propio tiempo que
elegir el primer ministro, mantiene con éste continuas relaciones. La guía, y el
ministro, por su parte, le dirige a su vez. Este ministro es para la Cámara lo que la
Cámara es para la nación. No camina sino por las vías por donde, según cree, la
Cámara le seguirá, pero necesita ponerse al frente, elegir la dirección y comenzar el
viaje. No se trata de vacilar: un buen caballo gusta de sentir el freno y una asamblea
deliberante gusta advertir que su jefe sea digno de conducirla. Un ministro que se
hace débil ante la Cámara, que no teme cederla en todo, que no intente disciplinarla,
que no revela con firmeza los errores que cometa, ese ministro rara vez saldrá
triunfante. Los grandes jefes del Parlamento han variado mucho de ideas, pero
todos han tenido cierta firmeza. Se llega a perder una gran asamblea como a un
niño por un exceso de indulgencia. La política inglesa no es más que una serie de
acciones y de reacciones entre el ministro y el Parlamento. Los ministros nombra-
dos se esfuerzan por guiar a la Cámara, y los miembros de la Cámara se encabritan
bajo quienes la pisan.
La función electoral es la que ahora tiene más importancia de cuantas funcio-
nes ejerce la Cámara de los Comunes. Conviene insistir en esto hasta la saciedad,
precisamente porque se juzga ignorarlo con la tradición política. Hacia la mitad de
la legislatura de los Parlamentos, si se leen los periódicos o se consulta a las perso-
nas que, habiendo seguido de cerca los negocios, deben conocerlos, se verá que se
oye decir: «El Parlamento no ha hecho nada durante esta legislatura. El discurso de
la reina encerraba algunas promesas, y aunque se tratase en definitiva, de cosas
menudas, la mayoría de las leyes prometidas no se han votado». Lord Lyndhurst,
durante varios años, se entretenía recapitulando los actos legislativos aprobados al
fin, para criticar luego su insignificancia. Sin embargo, entonces estaban en el poder
los ministerios whigs, y esos ministerios tenían más que hacer y han hecho más que
cualquier otra administración. La mejor respuesta que un ministro ha podido dar a
las indicaciones de lord Lyndhurst era poner en juego su propia persona, contestán-
dole con firmeza: «El Parlamento me ha mantenido en el poder, y eso es lo mejor
que ha podido hacer; el Parlamento ha impulsado lo que en el lenguaje respetuoso
tradicional entre nosotros, llamamos el gobierno de Su Majestad: ha conservado lo
que, bien o mal, mira como el mejor poder ejecutivo que puede tener Inglaterra».
La segunda función de la Cámara de los Comunes es la de servir de intérprete
al país. Expresa la Cámara las ideas del pueblo inglés en todas las cuestiones que
ante su vista se formulan. Pronto tendremos ocasión de estudiar si desempeña bien
su función.
La tercera función es la que designaré con el nombre de función educadora, si
se me permite continuar empleando aún, para un uso familiar, términos un tanto
técnicos, cuya ventaja consiste en ser claros. Un gran consejo formado de hombres
importantes, y cuyas deliberaciones son públicas, no puede existir en una nación
sin influir en las ideas de esta nación. Su deber es modificarlas en buen sentido. La
Cámara puede, pues, instruir al país, y hasta qué punto lo instruye, eso es lo que
nos ocupará más adelante.
En cuarto lugar, la Cámara de los Comunes tiene la misión de dar informes.
Esta función, aunque completamente moderna por la manera según la cual se ejer-
ce, tiene una singular analogía con lo que en la Edad Media se practicaba. Entonces
la Cámara de los Comunes debía hacer saber al soberano los motivos que existían
de queja. Exponía ante él las quejas y las recriminaciones de los particulares. Desde

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