Apéndice - La libertad en el Estado moderno - Libros y Revistas - VLEX 976415317

Apéndice

Páginas141-169
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La Libertad en eL estado moderno
aPÉndice1
i
En los siete años transcurridos desde que este libro fue publicado
por primera vez, la condición de la libertad a desmejorado visible-
mente en la mayor parte del mundo civilizado. El advenimiento de
Hitler al poder en 1933 es solo el ejemplo más notable de una amplia
y profunda ofensiva contra la libertad y la democracia política. En
todas partes el principio constitucional se encuentra a la defensiva.
El respecto por el derecho internacional parece declinar ante nues-
tros ojos. Los prejuicios raciales y religiosos, que considerábamos una
consecuencia de la ignorancia, ahora se han convertido en las bases
de la política nacional y hemos descubierto que muchos hombres cul-
tos han sido capaces de conciliar la defensa de esa barbarie con sus
conciencias. En Austria y Grecia, en España y la mayor parte de los
Balcanes, el gobierno representativo, en un sentido vital, ha dejado de
existir y no parece posible que reviva en ninguna de ellas en un futuro
próximo. Aun en países como Francia, ha habido momentos en que
las libertades públicas fueron seriamente amenazadas por las fuerzas
de la reacción, y si la situación parece más feliz en Gran Bretaña, Es-
candinavia y los Estados Unidos, nadie está autorizado a abrigar de-
masiada conanza respecto al futuro de la libertad en estos países. Por
momentos, no ha parecido improbable que la humanidad está a punto
de ingresar en una nueva Edad Media. Es indudable que muy pocos
pensadores serios dudan de que, si las graves incertidumbres actuales
que agitan el campo internacional desembocaran en un nuevo con-
icto bélico, la libertad tendría muy pocas perspectivas de sobrevivir.
¿Cuál es la causa de esta declinación? Una gran nación como Ale-
mania no se embarca así como así en la destrucción de la libertad de
pensamiento en todos los aspectos de su vida social y espiritual. No es
por motivos fútiles que el pueblo germano permite una ofensiva total
contra la fe religiosa, el exilio de sus más grandes pensadores, cientí-
cos y espirituales, la destrucción del movimiento de su clase obrera,
1 Hemos creído conveniente incluir en forma de apéndice la introducción que, para la Peli-
can Edition, escribiera el autor (N. del E.).
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Harold J. laski
el derrocamiento del reinado del derecho, la excomunión de toda una
raza, la reducción de su prensa, su sistema educativo y su aparato de
cultura general al nivel de una sección inerte y mecánica de la propa-
ganda gubernamental. No es fácil exaltar, con satisfacción al menos,
un asesinato en masa como el del 30 de junio de 1934, e identicarlo
con los principios de la justicia suprema. Y todo esto no solo ocurre
en Alemania. Lo que Mr. H. Wells ha denominado las “voces raucas”
parecen capaces, en vastas zonas de la humanidad, de forzar a los
hombres a hacer su voluntad. Descartan la libertad de pensamiento
por inútil. El régimen normal de la ley es sometido al servicio de su
discrecionalidad arbitraría. Se niegan a respetar las obligaciones inter-
nacionales. Imponen restricciones a la libertad de tránsito, que hubie-
ran sido inconcebibles una generación atrás. En su apetito de poder,
abandonan los ideales de reforma social y felicidad individual, y han
hecho revivir la ley de los rehenes. Han sido culpables de crueldades
tan brutales, de infamias tan abyectas, que los hombres comunes han
inclinado avergonzados sus cabezas a la sola mención de sus críme-
nes. En un sentido mucho más profundo del que Luis XIV o Napoleón
se hubieran aventurado a sostener, han exigido que se admita que
son el Estado, y han obligado a los hombres a rendir culto y prestar
servicio a sus compulsiones en forma desconocida para la civilización
occidental desde la Edad Media.
En gran medida, su poder se ha basado en la organización cientíca
del terror; no es fácil que los hombres se atrevan a protestar cuan-
do la muerte, la tortura y la cárcel son las penas que sufrirán por la
expresión de sus quejas. Pero lo verdaderamente singular de estos
tiempos es que la admiración por los dictadores no se ha limitado a
los hombres que no tenían más alternativa que brindársela. Aun en
los países en que la libertad no ha sido subvertida todavía, hay ciuda-
danos que están dispuestos a perdonar estos agravios o, por lo menos,
a decir que no son asunto nuestro. Estadistas eminentes han querido
ver en estos bravi de un nuevo Renacimiento hombres, si no dignos de
emulación, al menos merecedores de nuestra amistad. Esos estadistas
han tratado de sofocar la crítica de los excesos totalitarios, reputando
triviales sus brutalidades en comparación con las realizaciones que
han sido capaces de organizar. Han proclamado que, vista en su ver-
dadera perspectiva, la destrucción de la libertad alemana signicó la
restauración de la disciplina para sus ciudadanos. Explican que una
política exterior, orientada a arrastrar al mundo a una nueva y loca
carrera armamentista y que amenaza con desencadenar una nueva
conagración internacional, debe ser entendida adecuadamente como
una resurrección de la dignidad alemana. Los métodos de terrorismo
que, cuando fueron empleados por la Rusia soviética los movieron a
provocar la guerra y el boicot, los consideran ahora sin ninguna indig-

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