Prólogo - Discurso sobre la trascendencia y la personalidad de las penas - Libros y Revistas - VLEX 1028417847

Prólogo

AutorManuel De Rivacoba y Rivacoba
Cargo del AutorProfesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Valparaíso (Chile)
Páginas11-26
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DISCURSO SOBRE LA TRASCEN DENCIA Y LA PERSONALIDAD DE L AS PENAS
PRÓLOGO
I
Sabido es que en el siglo XVIII la vida intelectual emigró de la Univer-
sidad a las Academias. En cada época, las distintas actividades funda men-
tales de l hombre, desde las que se siguen de la nece sidad de alimentarse o
de la relación y conjunción entre los individuos de diferente sexo hasta las
que responden a la tendencia hacia los conocimientos más abstractos, se
procuran o se crean instituciones adecuadas y formas determinadas para
realizarse, acordes con los respectivos condicionamie ntos culturales. Así, al
agotarse el mundo clásico y empezar a configurarse en su ancha faz lo que
después habría de ser Europa1, en un panorama de dispersión, de economía
de subsistencia y de gran simplicidad y rudeza en las costumbres, el respeto
por el saber, y su conservación y transmisión, hubieron de acogerse a sagra-
do, refugiándose en las escuelas monásticas o las d iocesanas, cuyos armaría
sirvieron de asilo o fortaleza contra la incuria o la violencia de los tiempos
a los códices y rollos en que reposaban el pensamiento antiguo y sus logros,
y en cuyos scriptoria algunos monjes copiaban lenta, minuciosamente, acaso
en palimpsestos que bajo una superficie lustrosa ocultaban textos venera-
bles, otros que quizá no entendieran, pero de renombre acreditado; y al rena-
cer el mundo, con la repoblación de ciudades que habían venido a ser ape-
nas un topónimo inveterado y unas ruinas miserables, y la erección de otras
nuevas, y con la aparición y el progresivo desarrollo de la burguesía, de una
economía crecientemente industrial y mercantil y de una realeza que se iba
despegando de sus orígenes feudales y destacando y afianzando sobre una
nobleza cada día menos poderosa, surgió un hogar hasta entonces insospe-
chado pa ra el e studio, las U niversidades, que en pocas décadas sembraron
los diversos países, comenza ndo por Italia y por Francia y multiplicándose
con prontitud por doquier, de inquietos y bulliciosos ayuntamientos de maes-
tros y escolares «con voluntad e entendimiento de aprender los saberes»2,
primero, por un movimiento esp ontáneo y libre, y en seguida trayéndolas
bajo su égida la monarquía o la Iglesia, lo que a la vez significaba someter-
las a su férula, o bien estableciéndolas una u otra por sí, como vigoroso
instrumento de prestigio y de dominio. En contraste con el recogimiento y el
1Etimológicamente Europa significa «ancha fa z».
2Partida II, título XXXI, ley 1.
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MANUEL DE RIVACOBA Y RIVACOBA
aislamiento de las trad icionales escuelas monásticas, la Universidad es una
institución por completo ciudadana, la casa o morada comunal de la sabi-
duría3, y constituye el medio intelectual preciso para consagrarse al estudio
sin aparta rse del mundo.
Sin embargo, este fulgor n o pudo ev itar una decadencia. «Ha habido
épocas en que la Universidad ha coincidi do aproximadam ente con la vida
intelectual; e n otras, por el contrario, ha sido solo un componente pa rcial de
ella, y lo más vi vo y creador del pensamiento ha transcurri do al margen» 4.
En efecto, con excepciones, como la de Sala manca en el siglo XVI, las Univer-
sidades viv ían o pervivían e n abierta postración ; desde el mil cu atrocientos
habían ido quedando relegadas a un segundo plan o y habían arribad o a un
verdadero marasmo. La mayorí a de las grande s figuras del Ren acimiento y
de las ce nturias que le siguieron, se for jan, trab ajan y producen su obras
fuera de sus claustros5. Las viejas y ele gantes mansiones un iversitarias per-
duran d esertadas del e spíritu inquisitivo y creador, habitadas solo por for-
mas o f órmulas vacuas, e ntre las que reso naban ecos que, pretendiendo ser
retóricos, no pasaban d e gárrulos; rea cias, cuando no adversas, a cualquier
innovación y a todo recla mo de lo nuevo; no mantenidas sino por el impulso
declinante de la inercia. Lo dice todo, al respecto, que en la propia Salamanca
y en la Alcalá de l seiscientos y del setecientos permanecieran e n blanco las
hojas de matrícula en mate máticas y en cirugía durante años6, y que en la
primera fuese catedrá tico nada menos que de matemáticas, desde 1726 has ta
1751, d on Diego de Torre s y Villarroel (1693-1770), har to más conocido p or
su v ida y sus andanz as picaresca s, y por sus pronósticos y adivinacion es,
que por sus aportacione s a la ciencia de los números y las medida s. Como se
colegirá, el d estino de gran p arte de ellas las llevaba sin pausa a perecer,
esto es, a su extinción y supresión; y en gene ral no vuelven a adquirir pres-
tancia y a cumplir una función auté nticamente rectora de l a vida intelectual
y nacional hasta corridos ya va rios lustros del siglo XIX, con su transform a-
ción por Napoleó n, la creación de la Univer sidad de Berlín y las consigui en-
tes refo rmas en los distintos países.
3Precisamente, Sapientia aedificavit sibi domum reza la leyenda o lema que orla el escudo
de la Universidad de Valladolid, una de las más antiguas Universidades españolas, si
no la que más, de ser verídica la tradición que enlaza sus orígenes con una traslación
que había dispuesto Femando III de la vieja Universidad de Palencia, anterior en al gu-
nos años a la renombrada de Salamanca (1215), a la ciudad del Pi suerga.
4Julián Marías,La Universidad, realidad problemática, Santiago de Chile, Cruz del Sur, 1953, p. 26.
5Entre mediados del siglo XV y más que mediado el XVIII «las Universidades quedan
resueltamente relegadas a un segundo plano; lo más sustantivo de la ciencia europea se
gesta en otros mundos. Santo Tomás, San Alberto Magno, Duns Escoto, Ockam las
figuras máximas del tiempo habían sido docentes universitarios. No lo son, en cambio,
Nicolás de Cusa, Erasmo, Giordano Bruno, Copérnico, Galileo, Descartes, Malebranche,
Spino za, Leibniz , Pascal, B acon, Lock e, Berkeley , Hume, Volt aire, d’Al embert,
Rousseau...». Ibídem, pp. 27-28.
6Cfr. Alberto Jiménez Frau, Historia de la Univers idad española, Madrid, Alianza , 1971,
pp. 257 y 263.

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