De los padecimientos sociales - Libro tercero. Del socialismo - De la propiedad - Libros y Revistas - VLEX 976427108

De los padecimientos sociales

AutorLouis A. Thiers
Páginas137-140
137
CAPÍTULO II
DE LOS PADECIMIENTOS SOCIALES
¿Cuáles son los verdaderos padecimientos sociales a que convendría poner
remedio?
No niego el mal que existe en la sociedad actual, lo mismo que en las ante-
riores; lo conozco, y me aije cuando considero este mal bajo la forma de esos des-
graciados obreros o de sus mujeres, que alargan la mano para recibir la subsistencia
que les quitó una profunda perturbación. Este mal me aije en extremo, y tanto
más, cuanto que no hago alarde de una sensibilidad ambiciosa.
Pero, ¿cuál es este mal? Es necesario hacerse cargo de él con exactitud para
juzgar hasta qué punto son quiméricos los medios que se proponen para remediarlo.
Fijemos nuestra vista en el campo y en las ciudades, en las clases laboriosas
que trabajan con sus manos, en las clases medias que trabajan con el cuerpo y la in-
teligencia a la vez, y en las clases mas elevadas que trabajan solo con la inteligencia,
porque al n, el mal puede hallarse en todas partes.
En el campo, el jornalero no se queja, aunque es el mas digno de lástima;
trabaja sin cesar el invierno y el verano, siempre inclinado sobre la tierra; come pan
negro, patatas o castañas, legumbres con un pedazo de tocino, y rara vez carne.
Calza alpargatas, se abriga con un vestido tosco de lana, y pocas veces inuyen en
su suerte las prosperidades de la industria y del comercio. Su vida es siempre dura;
pero en cambio no se halla expuesto, como el obrero de las ciudades, a las vacacio-
nes accidentales originadas por el exceso de la producción. Lo poco que tiene, lo
tiene siempre. Sin embargo, su suerte mejora; pero mejora con lentitud. Su suerte ha
cambiado de un modo considerable desde hace dos siglos, y principalmente desde
hace cincuenta años. El campesino tiene mejor habitación, mejor vestido y mejor
alimento. En tiempo de Luis XIV, al terminar la guerra de sucesión, muchos campos
arruinados eran abandonados por la exhorbitancia de las contribuciones; poblacio-
nes enteras huían e iban a morir de hambre de una provincia a otra.
Nosotros no hemos visto ni una vez siquiera estos ejemplos, aun al con-
cluir las largas guerras del imperio. Si nos remontamos a una época mas lejana

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