III. Condiciones culturales, de carácter general, de la realidad social - Sección Segunda. La realidad social - Teoría del estado - Libros y Revistas - VLEX 1026912450

III. Condiciones culturales, de carácter general, de la realidad social

AutorHermann Heller
Páginas87-102
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Teoría del esTado
III
COnDICIOnEs CuLTuRALES, DE CARáCTER G EnERAL,
DE LA REALIDAD sOCIAL
caSSirer: Philosophie der symbolischen Formen, 3 vols., 1923;
gierKe: Das Wesen der menschlichen Verbände; SiMMel: Soziolo-
gie, 1922; SiMMel: Lebensanschauung, 1918; tönnieS: Gemeins-
chaft und Gesellschaft, 1925; tönnieS: en el Hdwb. d. Soziologie,
pp. 180 ss.; E. KauFMann: Über den Begriff d. Organismus, etc.,
1908; rothacKer: Einleitung i. d. Geisteswissenschaften, 1920;
MarcK: Substanz-und Funktionsbegriff i. d. Rechtsphilosophie,
1925.
La realidad social es acción social, tanto individual como colectiva, en
unidad dialéctica inseparable. Si se pregunta qué es lo que le falta a la masa
psicológica —la cual, por otra parte, también constituye una unión colecti-
va— para la efectividad social, diremos que le falta permanencia y capacidad
para decidir y obrar, es decir, que le falta el ser una trabazón de actividades
de carácter permanente e intencional. A toda agrupación humana capaz de
decidir y de obrar la designaremos nosotros, para distinguirla de la masa psi-
cológica, con la denominación de grupo. La masa psicológica, que no posee
las «cualidades del individuo» (Freud, p. 87), es decir, que no es una unidad
capaz de decidir y de actuar, constituye un ente «provisional» no solo por esa
circunstancia sino, además, por la de estar formada por elementos que se han
entrelazado «por un momento» únicamente (Le Bon, p. 12). En la masa, los
individuos se hallan unidos entre sí mediante procesos psíquicos que su con-
ciencia en modo alguno controla. La actividad de la masa se agota, mientras
siga siendo masa psicológica exclusivamente, en meros movimientos reejos
y de expresión que se desarrollan sin intención, es decir, sin intervención de
la conciencia. El entusiasmo o la desesperación de la masa y los movimientos
que a esos sentimientos corresponden no son sino la expresión de una con-
ducta meramente reactiva. Mientras el individuo forma parte de la masa no es
más que un «ente impulsivo», un «autómata sin voluntad» (Le Bon, pp. 16 s.).
Pero en cuanto surge en él, activamente, la intención de «algo», interviniendo
ya su querer y su saber, deja de pertenecer a la masa psicológica.
Por borrosas que sean las fronteras entre la conducta condicionada por
la masa y la intencional, hay que ver, sin embargo, en el tránsito del movi-
miento reejo y de expresión en el que el individuo «se» produce tan solo
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Hermann Heller
reactivamente, a aquellos otros movimientos en los que se expresa en «algo»
claramente distinguible de sus vivencias, el paso decisivo de lo meramente
impulsivo a una posible trabazón social. Los hombres se encuentran unidos
socialmente entre sí en cuanto se saben dependientes unos de otros, en cual-
quier modo que sea, ya político, económico, moral, sexual, etc., y en cuanto la
conciencia de esta dependencia actúa sofrenando y conformando las fuerzas
de los impulsos y de la voluntad. El acto intencional se diferencia del movi-
miento de expresión por la circunstancia de que el primero tropieza con un
freno conformador bajo el aspecto del «algo» intencionado, en tanto que el
movimiento de expresión deja uir sin obstáculos todas las efervescencias de
la psiquis.
Así, pues, la unión social aparece, en principio, en el momento que cual-
quiera de los integrantes de la masa, mediante un gesto, atrae la atención de
la masa sobre «algo», y ella, siguiendo su indicación, lo ha comprendido (Fre-
yer, Theorie, pp. 25 5.). Pues, de este modo, se ha cumplido una transforma-
ción que se apoya en numerosos supuestos y cuyo análisis preciso podemos
llevar a cabo por medio de las condiciones culturales, de carácter básico, de la
realidad social. El primero de aquellos supuestos es el «acuerdo». Tiene gran
importancia darse cuenta de que este acuerdo entre quien hace la indicación
y la masa solo puede realizarse gracias al hecho de que sean sujetos quienes
se hallen frente a frente, y no un sujeto frente a un mero objeto. Un sujeto solo
puede entenderse con un ente que sea algo más que un cuerpo que ocupa un
espacio, que sea una unidad psíquico-corporal, es decir, que sea, también él,
un sujeto. En neta oposición con la relación sujeto-objeto, esta relación se ca-
racteriza como reciprocidad incondicionada de los sujetos que se determinan
y limitan unos a otros en el intercambio; es la interpretación, la «reciprocidad
de las perspectivas» (Litt, pp. 109 ss., 140 ss., 246 ss.), lo que garantiza a los
sujetos, a pesar de que estos contemplan la «misma» realidad y en ella actúan,
la individualidad incondicionada de sus actos y vivencias perspectivas. El su-
jeto individual es el centro de vivencias y actos de la realidad social; pero no al
modo de una mónada aislada y sin comunicación con el exterior, sino solo en
su reciprocidad con otros sujetos, de tal suerte que el yo no puede concebirse
sin su correlato, el tú, en recíproca motivación. La realidad social no puede
construirse partiendo de «yos insularmente separados», mediante «relacio-
nes» o «acciones recíprocas» (cf. también Smend, pp. 5 ss.). Solo en virtud
del carácter dialéctico del concepto del yo (cf. Marck, pp. 89 s.), que supera
la oposición entre sustancia y relación, puede situarse al sujeto en la realidad
social como algo que actúa y, a la vez, es actuado, sin necesidad de convertirlo
en sustancia y reducir, en consecuencia, la realidad social a meras relaciones.
Quien, en la masa, haya comprendido aquel gesto indicativo, ha superado
ya, por ese solo hecho, la masa psicológica. Al ajustar su intención a la del
autor de la indicación, ha captado, gracias al acto corporal e intencional de
la indicación, aquello que permite distinguir el sentido objetivo del acto, por
ejemplo: ¡marchemos contra ese enemigo! Mediante este proceso se realiza lo
que Simmel llamó el «cambio en idea» (Lebensanschauung, pp. 28 ss.); el indivi-
duo se ha convertido en un ente espiritual que, gracias precisamente a esos ac-
tos intencionales, se eleva claramente sobre el reino animal. El animal realiza
muchos movimientos de expresión, pero en él no existen las más leves trazas
de gestos representativos y tampoco los entiende. En cambio, el hombre pue-

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