Marque el casillero del si, marque el no - Daniel Seeger contra los Estados Unidos - El coraje de sus convicciones. Dieciséis norteamericanos que lucharon para llegar a la Corte Suprema - Libros y Revistas - VLEX 976574371

Marque el casillero del si, marque el no

AutorPeter Irons
Cargo del AutorProfesor emérito de Ciencias Políticas en la Universidad de California
Páginas153-163
153
EL CORAJE DE SUS CONVICCIONES
II
«MARQUE EL CASILLERO DEL SI, MARQUE EL NO»
Nací aquí, en la Ciudad de Nueva York, en 1935, y fui el mayor de cuatro
hermanos. Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, mis padres compraron una
pequeña casa en Queens. En esa época, nuestro vecindario, donde ellos continúan
viviendo hoy, era una zona suburbana. Era casi similar al campo, aunque se encon-
traba exactamente dentro de la ciudad de Nueva York. Su aspecto era campestre, y
muchos terrenos baldíos del vecindario estaban semiforestados. Era como vivir en
un pequeño pueblo.
Mi padre es hijo de inmigrantes alemanes. Trabajó como cajista en una im-
prenta, y permaneció en la misma pequeña empresa durante más de cincuenta años.
Con el tiempo pasó a integrar la gerencia. Mi madre era hija de inmigrantes galeses
e ingleses.
Mi padre era el mayor de ocho hijos. Debió colaborar con el sostén económico
de esta familia desde muy temprana edad, de modo que sólo concurrió a la escuela
primaria. Era una persona muy centrada, de temperamento tranquilo, serena y muy
juiciosa, que si bien no completó todos sus estudios, era muy culta. De modo que
parecía que yo hubiera sido educado en un hogar en donde se valoraba la educa-
ción. Mi madre completó sus estudios secundarios pero no fue a la universidad. Mis
padres eran ambos muy lectores y tenían conocimiento de todo lo que pasaba a
nivel mundial. Sus ideas eran conservadoras. Recuerdo su firme oposición a la
política de Franklin Delano Roosevelt. Pero no demostraban desinterés o falta de
compromiso con lo que sucedía en el mundo.
Ambos eran sinceros y profesaban la religión católica apostólica romana. La
familia de mi madre era protestante, pero ella se convirtió al catolicismo cuando se
casó con mi padre. Eranmás partidarios del catolicismo de Pío XII que del estable-
cido por el Vaticano II. Dos hermanos de mi padre son sacerdotes y una de sus
hermanas es monja dominica.
Asistí a la escuela católica de St. Kevin en Queens. Mi período escolar comen-
zó en el mismo momento en que se declaró la Segunda Guerra Mundial. Mis re-
cuerdos de aquellos años son imborrables. En primero y segundo grado con fre-
cuencia nos entrenaban en simulacros de ataques aéreos, de manera que teníamos
pleno conocimiento de que la guerra continuaba. También ocurría lo mismo en los
cines. Mi padre solía enviarnos al cine todos los sábados a la tarde para poder
escuchar música de ópera en paz. Nuestra información sobre la guerra provenía de
los noticiarios del cine, y las revistas de historietas que solíamos leer estaban todas
llenas de personajes «japoneses» y «alemanes» y esa clase de propaganda. Existía
una razón suficientemente válida para preocuparse por lo que estaba sucediendo a

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