El defensor y mantenedor de la unión y el poderío nacional - - - Los constructores de los Estados Unidos - Libros y Revistas - VLEX 976844799

El defensor y mantenedor de la unión y el poderío nacional

Páginas119-138
119
LOS CONSTRUCTORESDE LOS ESTADOS UNIDOS
VI
EL DEFENSOR Y MANTENEDOR DE LA UNIÓN Y EL
PODERÍO NACIONAL
ABRAHAM LINCOLN
Conferencia pronunciada ante la Universidad de Gla sgow,
junio 3 de 1923
Maitland esc ribió un aforismo que viene a la mente cuan do se estudia el
proceso de construcción nacional en los Estados Unidos durante la Guerra Civil y
durante los años que precedieron a este acontecimiento: «Muy lejos de nosotros se
halla el consolador optimismo que rehúsa el ver cómo el proceso de la civilización,
con harta frecuencia, es un proceso cruel». (1)
Aquellos años fueron crueles para la fortuna de los jefes individuales de la
opinión pública; crueles para la fortuna de los par tidos políticos, y crueles para los
millones de hombres y de mujeres de toda la nación; lo mismo para los que vivían
en el norte q ue para los que vivían en el sur. Fueron crueles aunque estuvieron
iluminados por resplandores in telectuales de elevado orden, y por entusiasmos e
incitaciones morales inolvi dables.
Entre la controversia por la nulificación y la Guerra Civil transcurrieron veinti-
cinco años de funestos acontecimientos en la vida de la nación. Muchos han calificado
estos años como años de calma que preceden a la tempestad; pero un período que
cubre las controversias por la anexión de Texas; la guerra con México; el Acuerdo de
1850; la Ley Kansas-Nebraska de 1854; la Decisión Dred Scott recaída en 1857, y los
debates de Lincoln con Douglas, de 1858, difícilmente puede tenérseles por años de
tranquilidad. En realidad el Acuerdo de 1850, que se debió en gran parte al esfuerzo de
Henry Clay, de Kentucky, fue el último y desesperado intento d e salvar la Unión sin
chocar en firme y definitivamente con la única cosa que la ponía en peligro: la escla-
vitud. Henry Clay tení a la dominadora figura del expositor político y del caudillo,
figura hasta entonces desconocida en los Estados Unidos. Era, verdaderamente, y en
algunos as pectos, el más atractivo, pues poseyó, combinado con su gran capacidad
intelectual y extraordinarias galas retóricas, el poder personal de atraerse a sus parti-
darios y de adherirlos a su suerte con garfios de acero. Su rival más cercano en ese
campo pudiera serlo James G. Blaine, de Maine, que llegó al escenario político una
generación más tarde. Cuando Clay perdió la presidencia en 18 44, muchos hombres
prorrumpieron en llantos, imponiéndose absurdos e inconcebibles promesas en se-
ñal de disgusto y agravio. Durante cincuenta años, Clay fue la figura dominante en la
vida pública de la nación, siéndolo, a la vez, en las salas del Congreso. Fue é l, quien,
(1) Maitland, Frederick W., Domesday Book and Beyond (Cambridge, 1897), p. 223.
120
NICHOLAS M. BUTLER
por encima de todos los hombres públicos del país, advirtió primero las posibilidades
futuras de las colonias de la América del Sur, animándolas en sus luchas para libertarse
de la soberanía y del dominio español. Fue un ardiente defen sor de la política del
fomento doméstico, de los aranceles proteccionistas, y de toda medida política, que, a
su juicio, contribuyera a fortalecer la unión de las distintas regiones del país. Amó y se
preocupó más por la Unión que por ningún otro problema, y esta convicción le creó
ese espíritu de transigencia que más de una vez lo llevó a intentar resolver los proble-
mas nacionales posp oniendo su definitiva solución. Resul taría injusto decir, como
algunos lo han hecho, que el Acuerdo de 1850 se debió en toda su integridad a su deseo
de ser Presidente; tanto como lo sería atribuirles el mismo propósito a Webster por su
discurso del 7 de marz o; y a Calhoun, por ciertos actos de su vida pública. Ningún
americano, en ningun a época, pasada o contemporánea , pudiera aspirar con mereci-
mientos más legítimos a la presidencia de los Esta dos Unidos que los que tuvieron
Henry Clay, Daniel Webster y John C. Calhoun. E xperiencia, carácter y servicios al
país hubieran justificado la selección de cualquiera de los tres, o de los tres a su turno.
Fueron superiores al medi o en que vivie ron, viénd ose compelidos a tomar act iva
parte en las amargas luchas del más ardoroso per íodo, y obligados a tomar participa-
ción en las controversias que más profundamente dividían al pueblo de los Estados
Unidos, restándose el apoyo de los grupos más numerosos e influyentes. La presen-
cia, por última vez, de los tres, en los debates del Acuerdo de 1850 fue una escena sin
rival. Clay cumplía setentitres años, y Webster y Calhoun aproximadamente setenta.
El estado de debilidad de Calhoun era tan delicado, que no pudo pronunciar el discur-
so que llevaba preparado, leyéndolo por él su amigo Masón, Senador por Virginia. Al
mes su vida había tocado su fin. El discurso que Webster pronunció durante aquel
debate, en marzo 7 de 1850, sostienen algunos que alcanzó el grado más elevado de su
extraordinaria elocuencia. Por causa de este discurso, Webster perdió miles de sus
partidarios en el norte, principalmente en Massachusetts, atribuyéndole a su actitud
favorable al Acuerdo el carácter de una retractación de sus anteriores opiniones. El
amargo ataque de Theodore Parker contra la memoria de Webster es una indicación
de los efectos que su discurso produjo. (1) Un juicio más benévolo, y más justo, verá en
ese discurso, no un cambio de actitud en Webster respecto al aspecto fundamental de
la cuestión orig en de tan di ferentes interpr etaciones; sin o, antes bien, una actitud
favorable hacia la posición que Abraham Lincoln más tarde mantuvo con tanto énfa-
sis, y que tanto disgustó a los abolicionistas, la de que la Unión debía preservarse aún
si la esclavitud queda ba intacta y como se hallaba establecida cuando se adoptó la
constitución; restringida sólo en la forma prevista por la misma constitución.
El plan para un nuevo acuerdo, prohijado por Clay, no llega a comprender-
se con claridad si no se tienen en cuenta las luchas para incorporar en la Unión a
Texas, y la guerra con México. Ambas fueron manifestaciones probatori as de la
decisión de los estados esclavistas de adquirir territorios donde establecer la es-
clavitud, de modo de que la balanza del poder en el Senado de los Estados Uni-
dos no se desequilibrara con posibles desventajas para ellos. Cuando a poco de
aprobado el Acuerdo de Missouri, Arkansas fue admitida como estado esclavista
dentro de la Unión, 1836, y en 1837, Michigan como estado libre, conservó el equi-
librio histórico. Había entonces trece estados libres o estados Norte y trece clasi-
ficados como esclavistas o estados Sur. En 1845, sin e mbargo, l a bal anza pe rdió
aquel equilibrio con la admisión de la Florida como estado esclavo al ser adqui-
rida por el tratado de España.
(1) Parker, Theodore, Discourse Occasioned by the Death of Daniel Webster (Boston, 1853).

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR