Nuestro contemporáneo Andrés Bello - 13 de Septiembre de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 582343830

Nuestro contemporáneo Andrés Bello

Ahora me digo que nuestro error consistió en no hacer bajar a don Andrés de su estatua. Habríamos podido estudiar el Código Civil con más atención, con inteligencia no desdeñosa, con curiosidad verdadera. He corregido en parte el error de juventud, pero ya sin tiempo ni ganas de corregirlo más a fondo. He leído la reciente biografía de Iván Jaksic dos o tres veces, la clásica de Miguel Luis Amunátegui, los estudios de Pedro Grases, Amado Alonso, Américo Castro y Marcelino Menéndez Pelayo, entre varios otros. Y he leído al propio don Andrés, no solo a "él mismo", como se dice a propósito del poeta portugués Fernando Pessoa, sino también en su calidad de "escritor fantasma" (ghost writer) de informes presidenciales y sus respuestas parlamentarias. Me gustan mucho algunas páginas de su Gramática de la Lengua Castellana y casi todos sus artículos de El Araucano. Y el discurso de inauguración de la Universidad de Chile, que deberíamos estudiar en las escuelas, y que la reforma educacional que emprendemos ahora no me parece que haya tomado en cuenta. La enseñanza de Bello de proceder con cuidado, sin prisa, con preferencia por una actitud "cuidadosa y gradualista en el campo político" -frase de una persona de su familia intelectual-, provocó en su tiempo y provoca todavía el desprecio de numerosos termocéfalos indocumentados. No hemos sabido, no hemos querido saber, que las acciones humanas, por voluntariosas y bien intencionadas que sean, pueden tener "consecuencias no queridas".

Nostalgia y pragmatismo

Si quisiera conocer a Andrés Bello a fondo, en la diversidad de sus intereses, de sus trabajos, de sus utopías (que nunca le faltaron), tendría que dedicarle décadas, y no las tengo. Me excuso, en consecuencia, y me limito a comunicar algunas impresiones personales.

Bello guardaba una memoria nostálgica, encantada, fresca en su profundidad, de la Caracas y la naturaleza venezolana de sus primeros años. Era un sentimiento poético, inefable, que no conseguía transmitir bien en sus poemas. Era nostalgia de una zona de América del Sur, de unos frutos naturales -guayabas, papayas, almendras, maíces-, de unas tertulias en salones amables, más ilustrados de lo que nos podemos imaginar, de una forma de vida. Estudió latín con máxima aplicación, guiado por frailes de los antiguos conventos caraqueños, y llegó a leer con soltura a Virgilio, Horacio, Cicerón. Amó las Geórgicas, las odas virgilianas y horacianas, y estudió el derecho romano en las fuentes...

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