Del claustro o de la vida común entre los cristianos - Libro segundo. Del comunismo - De la propiedad - Libros y Revistas - VLEX 976427102

Del claustro o de la vida común entre los cristianos

AutorLouis A. Thiers
Páginas127-129
127
CAPÍTULO VI
DEL CLAUSTRO O DE LA VIDA COMÚN
ENTRE LOS CRISTIANOS
El comunismo es una imitación opuesta de la vida monástica, llena de con-
tradicciones que la hacen imposible.
Ha habido en el mundo un ejemplo de la vida común, del cual tendré que
decir algunas palabras para hacer resaltar el contrasentido que cometen los tristes
imitadores de este ejemplo único; hablo de los conventos entre los cristianos.
El hombre es el único ser de la creación que atenta contra su propia existen-
cia, el único que comete el suicidio. Este es el término extremo de esa libertad que
Dios le ha dado, concediéndole el pensamiento. En efecto, hay instantes en que
este pensamiento, exaltado por el dolor, concibiendo ideas falsas del universo, y no
viendo en él sino sufrimientos, al paso que Dios también ha colocado en él goces,
tomando como permanente una tribulación pasajera, sin conocer que en esta escena
movible todo pasa, así el placer como el dolor, agota el sufrimiento, y haciéndose
superior al instinto poderoso de la conservación, incita al hombre al suicidio. Caton,
creyendo eterna la fortuna de César, se dio la muerte, y no quiso conservarse para
el día en que Bruto y Casio enarbolaron el estandarte de la libertad romana. ¡Tristes
errores de un momento! Después de dos mil años hubo también otro César, cuya
fortuna tampoco fue eterna, el cual, avergonzado de haber pensado un momento en
el suicidio, dirigía a Caton esta lección profunda desde la roca de Santa Elena. «Si
hubierais podido leer en el libro del destino, si hubierais podido ver en él a César
herido con veinte y cuatro puñaladas al pie de la estatua de Pompeyo, y a Cicerón
ocupando todavía la tribuna de las arengas y haciendo resonar en ella las lípicas
contra Antonio, ¿os habríais dado la muerte?»
Pero esta lección, a pesar de su profundidad, no evitará que en lo sucesivo
algún vencido glorioso o algún jugador vulgar hundan el puñal en su pecho. El
cristianismo, profundo conocedor de la naturaleza humana, sustituyó a este sui-
cidio criminal otro suicidio inocente, que no destruye el ser, sino que lo separa
de la sociedad para destinarlo a la benecencia y a la oración: este suicidio es el
claustro.

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